En 2018 las investigadoras del Instituto de Psicología de la Universidad de Louvain (Francia), Isabelle Roskam, María-Elena Brianda y Moïra Mikolajczak, desarrollaron una escala para medir el nivel de agotamiento que estaban sintiendo madres y padres de todo el mundo. Hasta entonces, y desde 2015, se había estado hablando en el campo de la psicología del burnout parental, concepto con el que se denominaba el síndrome que afectaba a madres y padres que se exponían a altos niveles de estrés, pero no existía aún un parámetro de medición y se lo asociaba únicamente a familias que tenían hijos con enfermedades crónicas.
Fueron estas investigadoras las que articularon las características del síndrome y las que dieron paso al Parental Burnout Assesment (PBA), cuestionario que hasta la fecha se utiliza para medir el nivel de agotamiento que están sintiendo los padres. Porque el burnout, según plantean ellas, podía afectar a todos; no solo a aquellos que estaban criando a hijos con dificultades.
El cuestionario desarrollado presentó una serie de afirmaciones –dentro de las que destaca “estoy tan cansada por mi rol de madre o padre que dormir no me parece suficiente”– y los encuestados tuvieron que responder qué tan identificados se sentían con esas afirmaciones del 1 al 7.
Con las respuestas de la primera etapa se definió que el burnout parental es un síndrome que afecta a padres y madres que están expuestos a un estrés excesivo sin tener los suficientes recursos para compensar el efecto que produce el estrés en sus vidas, sean estos recursos personales, de contexto, económicos o redes de apoyo. En otras palabras, la pérdida de equilibrio entre los factores estresantes y los recursos necesarios para atenuar esos factores estresantes. Cuando ese desequilibrio es crónico o se mantiene en el tiempo, se puede hablar de un burnout o agotamiento parental.
Se definió también que aproximadamente un 14% de los padres podría presentar este síndrome y que lo que lo diferencia de una depresión o depresión posparto es que este agotamiento está centrado o circunscrito únicamente a temas de crianza y al rol que se ejerce como madre o padre, además de ser posible en cualquier etapa de la maternidad o paternidad. Pero aun así, en la medida que el burnout se instala y se mantiene en el tiempo, este agotamiento podría invadir otras áreas y dar paso a un cuadro depresivo.
Según la investigadora del Centro de Neurociencia Social y Cognitiva, académica de la Universidad Adolfo Ibáñez y miembro del Consorcio Internacional de Investigación en Burnout Parental –en Chile hay cuatro investigadores que forman parte de este consorcio–, María Josefina Escobar, las características planteadas en las investigaciones de la Universidad de Louvain que definen al síndrome son las siguientes:
1. Sentir un agotamiento excesivo relacionado a los temas de crianza, tanto físico, como cognitivo y emocional. “Los padres reportan quedar agotados con el solo hecho de pensar en todo lo que tienen que hacer durante el día para sus hijos, como prepararles desayuno y llevarlos al colegio. Y salir de la cama se les hace muy difícil”, explica la especialista.
2. Distanciamiento emocional con los hijos. Según Escobar, esto significa que la madre o el padre hacen lo estrictamente necesario en términos de crianza, pero no más que eso. No están atentos a las experiencias o a las emociones de sus hijos.
3. La pérdida de placer por la crianza. Estos padres se dan cuenta que antes disfrutaban de la crianza y ahora no sienten placer en las interacciones con sus hijos.
4. La sensación de que existe un contraste entre la mamá o papá que eran y en los que se han transformado.
Como explica Escobar, las madres o padres pueden presentar estas características y no padecer del síndrome. Pero cuando están presentes de manera sostenida en el tiempo, se puede hablar de un burnout. “Y de esas, la cuarta es quizás la más importante porque lo que genera en estos papás el saberse distintos a cómo eran antes, es una sensación de culpa y vergüenza”, dice.
Según la especialista, las consecuencias de este síndrome se dan tanto a nivel personal, como a nivel de pareja y en los hijos. “A nivel personal se ha asociado a trastornos del sueño, conductas adictivas e ideas de fuga. Los estudios también demuestran que las madres reportan sentir miedo y vergüenza por no ser lo suficientemente buenas. En relación a la pareja, cuando existe, las consecuencias del burnout se manifiestan en una mayor cantidad de conflictos y un distanciamiento emocional. Y a nivel de la relación con los hijos, las consecuencias pueden incluir malos tratos, negligencias, violencia verbal y, en menor medida, física”, explica.
Es por eso que la especialista sugiere abordar estos signos lo antes posible. “Si no hay posibilidad de consultar con un profesional, hay que hacer un ejercicio y pensar en este balancín entre los factores estresores, de riesgo o de demandas y, por otro lado, los recursos protectores. Hay que ver de qué manera logramos disminuir los factores que aumentan el estrés y de qué manera aumentamos los recursos que ayudan a aliviarlo”.
En ese sentido, es importante saber que hay factores que no hay cómo controlar –como la pandemia que atravesamos actualmente– pero otros que sí se pueden modificar: “Si, por ejemplo, ver tele es algo que no solíamos permitirles a nuestros hijos pero en este contexto nos va a dar un rato de tranquilidad mientras teletrabajamos, podemos ceder en esa postura”.
El agotamiento parental según el género
Como parte de su investigación continua respecto al síndrome de burnout parental, en enero de este año las investigadoras de la Universidad de Louvain publicaron un estudio titulado Gender Differences in the Nature, Antecedents and Consequences of Parental Burnout, en el que plantearon que si bien el síndrome lo padecen padres y madres por igual, las manifestaciones y consecuencias son diferentes según el género.
Se estableció que los papás son mucho más vulnerables al desequilibrio entre factores estresores y recursos protectores y que este desequilibrio puede tener en ellos consecuencias más perjudiciales: frente al burnout, los padres son mucho más propensos a experimentar ideas de escape y suicidio, así como a dar paso a conductas negligentes hacia sus hijos. Mientras que las mamás, cuyos niveles de agotamiento son efectivamente más altos, no son tan vulnerables y no reaccionan de igual manera. Las autoras concluyeron que esto se debe, en gran medida, a la socialización de los roles de género y la importancia que se le ha atribuido a la identidad parental en hombres y mujeres.
Josefina Escobar explica que es inevitable mirar el burnout parental desde una perspectiva de género. “El estudio de las investigadoras muestra que los padres se agotan más rápido, son menos tolerantes frente a esta situación y presentan consecuencias más perjudiciales en la línea de los malos tratos e ideas de fuga. Y esto claramente tiene que ver con la socialización de los roles de género desde la primera infancia. A las mujeres nos enseñan a cuidar desde chicas y por eso el nivel de agotamiento que logramos sostener antes de empezar a manifestar síntomas es tan alto. Esto tiene que ver con el rol de madre sacrificada. Es mucho más alta nuestra tolerancia. Mientras que a los hombres este desequilibrio los golpea más rápido y reaccionan peor”, explica.
La académica y psicóloga de la Universidad Alberto Hurtado, Francisca Pérez, explica que las sintomatologías depresivas presentes en las mujeres, que en general tienden a duplicar la de los hombres, lo que develan es la sobrecarga dada por condiciones estructurales a las que hemos estado sometidas siempre. “Desde cómo están planteadas las políticas públicas y las medidas legislativas -que de alguna manera favorecen un modelo familiar heteronormativo de roles tradicionales- a las dinámicas culturales que se transmiten de generación en generación y que se siguen replicando; son varias las barreras a vencer como para poder hablar de una distribución equitativa de las cargas entre hombres y mujeres en parejas heterosexuales”.