A Isabel Moreno se le cae el pelo. No algunos pelos, sino mechones completos, que han ido dejando pelones en distintas partes de su cabeza. Le empezó a pasar hace un mes, días después de que muriera la segunda paciente por Covid-19 en Chile, a quien le tocó atender en la Urgencia del Hospital del Carmen, en Maipú, donde trabaja como Técnica en Enfermería Nivel Superior (TENS).
A la alopecia se sumó el insomnio y el hábito de comerse las uñas, algo que nunca antes le había pasado. “Es por estrés. Los turnos son muy cansadores. Son 24 horas con gente enferma y angustiada, con mucha dificultad para respirar, viendo cómo caen en la ventilación mecánica. No nos dan agua y no comemos la comida que nos da el hospital por las condiciones en la que está. Muchos nos tuvimos que alejar de nuestras familias. Todo esto nos tiene cansados psicológicamente y nos pasa la cuenta. A veces siento que estoy arriesgando mi vida”, dice.
Una de las cosas que más le ha afectado es que hace dos meses dejó la casa donde vivía con su mamá (71) por temor a contagiarla, porque sufre de hipertensión. A su sobrecarga emocional se suma la de su pololo, con quien vive ahora, que trabaja como kinesiólogo en una Urgencia. Hace unos días, vivieron juntos un episodio que Isabel Moreno narra entre lágrimas y con la voz entre cortada: “Tuvo una crisis de angustia. Sintió un dolor en el pecho y no podía dormir”.
A pesar de su malestar, no ha pensado en renunciar ni pedir licencia médica; está convencida de seguir con su trabajo. Lo que sí quiere es tomarse exámenes para tratar la alopecia y también ir a la consulta de un psicólogo. Para conseguirla, habló con una persona de la Unidad de salud del trabajador del hospital, quien quedó de averiguar. Todavía no le responden.
“Es necesario tener terapias. Nos han dicho que van a implementar charlas con psicólogos, pero no ha llegado nada. Si uno quiere ver a un médico o psicólogo tiene que ser de forma particular, y son escasos ahora. Creo que el hospital debería preocuparse de la salud mental de los trabajadores. Que nos den algo para poder dormir, para estar más tranquilas. Yo no estoy tomando nada, pero a veces siento que lo necesito”, dice. Además, cuenta que muchas de sus compañeras se están automedicando con psicofármacos sin supervisión de un o una psiquiatra.
Claudia (nombre ha sido cambiado) empezó a medicarse hace dos semanas. Trabaja en la UTI de una clínica privada y de la UCI de un hospital público, donde cada día hay menos personal médico porque se han ido contagiando con rapidez o porque están en cuarentena preventiva por haber tenido contacto con una persona contagiada. Quienes quedan trabajando, han tenido que tomar ciertas medidas para enfrentar el nuevo contexto laboral.
“Estamos todos muy afectados, muy nerviosos. Hablé con un psiquiatra y me empecé a medicar con un antidepresivo para poder adaptarme a la adversidad, porque siento mucha angustia. También me dieron cosas para el insomnio. Tengo compañeros se están medicando por lo mismo. Harto Rize”, cuenta. El Rize es el nombre comercial del Clotiazepam, psicofármaco de receta retenida para tratar la ansiedad, tensión nerviosa, irritabilidad y trastornos emocionales.
En la clínica donde trabaja Claudia, hay una línea telefónica de atención psicológica habilitada para el personal de salud, mientras que en el hospital ni siquiera se ha tocado el tema. “Lo único que me da miedo de contagiarme es dejar de trabajar. Además de dejar turnos vacíos, me perjudicaría mucho en lo económico porque no estoy contratada. Con todo lo que está pasando congelaron las nuevas contrataciones. Tampoco tengo cobertura de salud”, explica la doctora.
La semana pasada, en otro hospital, Carolina Aguilera sufrió una crisis de llanto luego de ver cómo fallecía el quinto paciente de la semana a quien reanimaba. Cuando dio la noticia a los cerca de quince familiares que estaban en la sala de espera, una de las mujeres se desmayó. “Estamos acostumbrados a dar malas noticias, pero esto fue mucho. Nunca me había tocado cinco paros en una semana. Y colapsé”, dice.
Después de cada una de esas experiencias que vive en el trabajo, vuelve a su casa, donde la espera su guagua de 10 meses. Antes de tomarla en brazos, debe hacer un minucioso ritual sanitario. “Tomo todas las precauciones que puedo. Uso todos los implementos que me da el hospital y he comprado más para maximizar las protecciones. Hay gente que se separó de sus guaguas, pero yo no podría”, cuenta. Con su marido, también médico, se organizan para que sus turnos de trabajo no coincidan. Eso les permite hacerse cargo de la crianza, pero implica que entre ellos se vean poco.
Los testimonios suman y siguen. Una enfermera que sacó a su hija de cuatro años de la casa y la dejó de ver por miedo a contagiarla. Un médico al que le da terror el procedimiento de intubación porque libera cargas enormes del virus. Una doctora que fue a regar las plantas del jardín de su hermana y la echaron del barrio por vestir delantal. Una enfermera que se va a ir de su casa porque vive con su madre de 63 años, que sufrió un infarto en marzo. Un médico al que un paciente le pegó un cabezazo. Otro al que una persona con síntomas de Covid-19 le bajó la mascarilla y le tosió en la cara.
“Hay ansiedad, síntomas depresivos, aumento de ideas suicidas, trastornos por estrés postraumático, aumento de consumo de sustancias como alcohol y otras drogas. Casos de suicidio sin antecedentes médicos”, dice la psiquiatra Josefina Huneeus, quien encabeza la unidad de Salud Mental del Colegio Médico de Chile.
Y es que la realidad que están viviendo los equipos médicos, tanto en Chile como en otros países, está afectando de manera severa su salud mental. En Italia, uno de los países con más casos de Covid-19, se registró el suicidio de dos enfermeras que desarrollaban labores durante la emergencia sanitaria. El cuerpo de una de ellas fue encontrado en el mismo recinto donde trabajaba. En Estados Unidos se suicidó una jefa de Urgencias y en Francia lo hizo un médico luego de haber dado positivo en el examen.
Una mascarilla por semana
El médico César Salazar trabaja con turnos de 24 horas en los servicios de urgencia de los hospitales Barros Luco, Luis Tisné y Salvador. Como se está siendo usual en las urgencias del país, están divididas en dos partes. Una atiende como de costumbre y la otra, bautizada como de “flujo Covid-19”, recibe a todos los pacientes que tengan síntomas que podrían corresponder a un cuadro de Coronavirus, principalmente dificultades respiratorias, algo que se hace cada vez más común con la llegada del invierno.
Cada vez que le toca atender a alguien del flujo Covid, debe ponerse una pechera de plástico, guantes de látex, antiparras, un protector facial, un cubre cabello de goma, un cubre calzado y lavarse bien las manos. Luego de la revisión, debe rellenar una serie de formularios, entre ellos una orden para hacer el examen y una notificación al Ministerio de Salud. Por todo eso, la atención se hace muy lenta y para alcanzar a atender a todas y todos los pacientes, debe hacer malabares. “En general no hay tiempo libre, no paras de trabajar en ningún momento. Si consideras que son turnos de 24 horas, es una carga laboral gigante”, dice. En su última jornada tuvo solo diez minutos de descanso para poder sentarse a almorzar a las seis de la tarde. Las noches en que no tiene turno, duerme aproximadamente cuatro horas. Hay otras en que simplemente no logra conciliar el sueño.
Al estrés se suman otras situaciones: la incertidumbre, la responsabilidad en la toma de decisiones, la distancia de la familia y el miedo al contagio propio y del resto. En lo que al miedo al contagio respecta, el procedimiento más temido es la intubación, porque libera grandes cantidades de virus. Por eso, en hospitales como el Sótero del Río han establecido que, una vez realizado el procedimiento, el personal practique una técnica de respiración especial para controlar la angustia.
“Ha aumentado harto el miedo, las crisis de angustia y la ansiedad en buena parte del personal de salud. He visto compañeros y compañeras llorando angustiadas. A mí me preocupa mucho contagiar a mi pareja, que es asmática, además de tomar malas decisiones por la labilidad emocional que genera toda esta situación”, dice César Salazar. Cuenta, preocupado, que en ninguno de los tres hospitales donde trabaja se han tomado medidas al respecto. “Se ha dicho desde las jefaturas que habrá atención de salud mental al personal, pero no se ha implementado”, afirma.
Según él, lo mejor que se podría hacer en este momento para ayudar a la salud mental de los equipos médicos, y de paso a que puedan seguir cumpliendo su trabajo, es fiscalizar y garantizar el acceso a insumos básicos, como pecheras y mascarillas.
“Las urgencias públicas están basalmente colapsadas. Hay déficit de personal y de insumos. Todos los inviernos hay que hospitalizar a pacientes en pasillos y en sillas metálicas por el déficit de camas que venimos arrastrando. Estamos muy prontos a que eso ocurra y haya pacientes Covid en esas condiciones. Y ya estamos bordeando el límite de la disposición de respiradores mecánicos. A pesar de eso, el personal ha estado muy dispuesto a sacar adelante la atención”, dice el médico.
En su trabajo sólo accede a mascarillas de seguridad el personal que está más expuesto al contagio, y solo cuentan con una por persona a la semana. Situaciones similares se repiten en otros hospitales, donde el personal se ha visto obligado a comprar por su cuenta insumos como mascarillas, pecheras, gorras y antiparras. “Lo estamos resolviendo entre nosotros, y la mayoría se compra sus propias protecciones. Yo desembolsé de mi bolsillo porque no podía estar esperando a que el hospital me entregara esos insumos. Me tengo que proteger a mí y a mi familia”, dice Ana Sánchez, TENS que trabaja en una Urgencia de otro hospital.
“Estamos esperando el día en que llegue el caos. Tenemos la incertidumbre de si vamos a poder hacerlo bien. Porque sentimos que vamos a estar igual que en la guerra, priorizando entre 30 pacientes. No nos están dando ningún tipo de apoyo para cuando llegue ese momento. Deberíamos tener charlas con psicólogas. Que alguien nos de aliento”, concluye.
Factores protectores
Aunque todavía no existen suficientes estadísticas a nivel internacional y mucho menos a nivel nacional, en febrero se realizó un estudio en Wuhan, China -el primer lugar del mundo en registrar casos del virus- que da luces del impacto de la pandemia en la salud mental de los equipos de salud. La encuesta fue realizada a más de 5 mil trabajadores y trabajadoras del hospital de Tongji, designado oficialmente como el hospital específico para el tratamiento de pacientes graves con Covid-19. Una de sus conclusiones es que “los problemas de salud mental de los trabajadores de la epidemia de Covid-19 se han convertido en una urgencia de salud pública”.
Se detectaron síntomas de estrés (30%), depresión (14%) y ansiedad (24%) en porcentajes más bajos que los de un estudio anterior que se hizo sobre salud mental en equipos médicos de Taiwán durante el brote de SARS en 2003, que arrojó que un 74% de las personas del personal de salud presentaba depresión. La diferencia en las cifras se explicaría porque en Wuhan se tomó una serie de medidas de prevención en la etapa inicial, que fueron consideradas como satisfactorias por el 80% del personal. Entre estas estuvo la cobertura total de insumos para evitar el contagio y un programa de protección psicológica especialmente diseñado para el personal médico, que considera un buen sistema de turnos y descansos garantizados. Una realidad bastante diferente a la que se vive en los hospitales de Chile.
“En muchos lugares se acabaron los delantales, no hay antiparras y cada quien tiene que comprarse su mascarilla. No es que necesitemos más psicólogos para cuidar la salud mental de los equipos médicos, eso es un apoyo, pero las estrategias más efectivas tienen que ver con la seguridad en el lugar de trabajo y el manejo comunicacional. Si no tenemos ese piso, no se sustenta ningún otro apoyo de salud mental. Es accesorio”, afirma la doctora Josefina Huneeus.
En esa línea, el Colegio Médico publicó en su página web recomendaciones para jefaturas, líderes de equipo y directores de establecimientos de salud “para el cuidado de la salud mental del personal a su cargo durante el brote de Covid-19”. El documento incluye medidas como promover instancias de diálogo con el equipo, coordinar información entre las autoridades antes de comunicarla, no entregar información que no esté comprobada o sea contradictoria, mostrar preocupación activa para garantizar condiciones laborales básicas como tiempos de descanso, espacios para comer, acompañamiento en situaciones dolorosas, horarios flexibles para trabajadores afectados, promover apoyo entre colegas, promover la consulta temprana y prescripción supervisada de psicofármacos y capacitar al equipo en primeros auxilios psicológicos en base a una guía elaborada y publicada por la escuela de Medicina de la Universidad Católica.
Para tener certezas sobre el estado de salud mental de los equipos de salud y los factores que inciden en él, el Colegio Médico está colaborando en la ejecución de una encuesta estandarizada e impulsada por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile. La iniciativa, que se llama Héroes, será aplicada en 25 países y pretende convertirse en una herramienta para desarrollar programas de apoyo eficientes. Esperan ponerla en práctica en un par de semanas.
Por su parte, el Ministerio de Salud implementó un sistema de orientación psicológica a través de videollamadas, que opera todos los días entre las 8:00 y las 0:00 hrs. a través de la plataforma coronavirus.hospitaldigital.gob.cl. El personal de salud puede acceder cada vez que lo requiera. Hasta el momento es la única medida que ha implementado en lo que respecta a la salud mental de los equipos médicos. Aunque médicos de distintos establecimientos aseguran que la División de Salud Mental del Minsal está pronta a lanzar un plan de acción, desde la institución declinaron dar detalles y participar de este reportaje.
El “Spa”
A pesar de las carencias generales, se están implementando iniciativas vanguardistas en distintas partes del país para apoyar la salud mental de los equipos médicos que pueden servir como ejemplo para ejecutar en otros lugares. Uno de ellos es el “Programa de apoyo a la salud emocional de los colaboradores del Hospital Clínico de la Universidad de Chile” (PASE-HCUCH), que comenzó a funcionar hace más de un mes para todos los funcionarios y funcionarias de la institución: auxiliares de aseo, equipos médicos y administrativos. La iniciativa, basada en un programa que elaboró la Universidad Católica en el contexto de la revuelta social, funciona en cinco niveles.
El primero se basa en las recomendaciones de la OMS para mantener una buena salud: lo primario es que las personas cuenten con sus necesidades básicas cubiertas. Por eso, el Hospital Clínico se ha preocupado de tener protocolos claros para evitar el contagio a los equipos de salud, garantizar horas de descanso y espacios de comunicación con las familias, hacer pautas de alimentación saludable, resolver cuestiones de transporte e informar de redes de abastecimiento alimentario. A quienes están en cuarentena por contagio o sospecha de contagio, se les llama frecuentemente para saber cómo están y apoyarlos. También se habilitó una línea telefónica en caso de necesitarse una primera ayuda psicológica a distancia.
El segundo es “El Spa”. Así le dicen los trabajadores y trabajadoras al gimnasio de rehabilitación física especialmente habilitado para ellos y ellas, con música de relajación, máquinas de ejercicio, sillones, computadores para que realicen videollamadas con sus familiares, kinesiólogos que enseñan técnicas de respiración, compresas calientes para aliviar los dolores musculares por tensión, té, café y snacks. Uno de los aspectos más importantes del espacio es la presencia de psicólogos y otros profesionales capacitados por la institución para brindar una primera ayuda psicológica a quienes lo necesiten.
Para ingresar al lugar, que cuenta con todas las medidas de seguridad sanitaria correspondientes, deben agendar una hora en un anexo telefónico específicamente creado para esto e ingresar con ropa cómoda, para garantizar el relajo y evitar el contagio que podría darse por su ropa de trabajo. “Es fundamental que sientan que la institución los cuida y que valora su trabajo. Hay un compromiso de esta primera línea indispensable que da la batalla para sacar a los pacientes adelante. Tener ese relato épico es muy importante”, explica Sergio Barroilhet, psiquiatra a cargo del programa. Para reforzar ese relato, se han desarrollado cápsulas de video con testimonios de distintos funcionarios y funcionarios y una de las enfermeras inventó y grabó una canción que se ha convertido en el himno del lugar.
El tercer nivel del programa consiste en una serie de capacitaciones y talleres que abordan temas como el autocuidado, la mediación de conflictos y cómo dar malas noticias a familiares de personas contagiadas. Han puesto a disposición un curso online, abierto y gratuito, sobre salud mental que está siendo utilizado por equipos médicos en distintas partes del país.
El cuarto y el quinto nivel consisten en la atención psicológica y psiquiátrica, respectivamente, para ayudar a las personas que están sobrepasadas por la situación y que muestran síntomas como pérdida de apetito, mucha tensión muscular, dolores de cabeza, angustia, insomnio.
“La idea es poner a disposición nuestro trabajo y dar lineamientos generales, porque cada realidad es distinta, cada equipo tiene sus propias posibilidades. Hay que tener la salud mental en el radar, porque es la manera en la cual se garantiza un buen trabajo en el tiempo. Si terminan con un Burnout (síndrome causado por estrés laboral) y empiezan las licencias médicas, se diezman los equipos médicos y compromete la atención de los pacientes”, dice el psiquiatra Sergio Barroilhet.
Desde el hospital, aseguran que el programa está siendo exitoso. La prevención ha evitado que las personas lleguen a los último dos niveles de intervención. Además, han recibido una buena evaluación de parte de los funcionarios. Uno de ellos les escribió una tarjeta que dice: “Agradecido del espacio, muy necesario, saludable. Siento que se preocupan por nosotros”.