La entrada de She-ra, la princesa del poder en Wikipedia explica que el personaje central de esta serie animada, creada por Mattel a mediado de los años ’80, es la hermana melliza de He-Man. Y que la línea argumental entre ambas producciones es prácticamente idéntica, pero “a la vez complementaria y destinada al público femenino de entre 3 y 10 años de edad”. Sin embargo, aclara el sitio, “su popularidad llegó también a conquistar al público masculino”.
A mediados de los ochenta yo estaba en la intersección de esas audiencias. Había nacido con un cuerpo de niño, pero me sentía una niña y los dibujos animados de la televisión eran lo que más me gustaba ver. She-ra se empezó a emitir por Canal 13 cuando yo tenía siete años y aunque -hasta ese momento- veía con cierto interés a He-Man, cuando apareció ella no lo pude creer. Sí, He-Man era mino, musculoso y valiente, pero su hermana era de una belleza de otro mundo: alta, atlética y algo masculina. Su figura me fascinó por completo.
Tanto en sus roles dobles de ella como Adora y She-ra, la princesa del poder tenía una melena maravillosa, siempre iba con los labios pintados y ocupaba tenidas súper ajustadas. Era buena para los chockers, las esclavas doradas y las botas. She-ra tenía los mejores pómulos de los monitos animados y toda su estética tenía una reminisencia de la onda disco de los ’70. Honestamente me daba lo mismo que fuera valiente, aguerrida y justa. She-ra despertó en mí el amor por la belleza, el maquillaje y la ropa.
Por supuesto que esto preocupó a mis papás. Eran los años ’80, estábamos en dictadura y yo iba a clases a un colegio católico sólo de hombres. Recuerdo que no había nada y digo nada que me hiciera más feliz en esa época que sentarme a la hora del té a ver She-ra en las tardes para observar con incredulidad y deseo los colores de su traje y los brillos de sus joyas. Para la Navidad de ese año, lo único que le pedí al Viejo Pascuero fue una muñeca de She-ra. Mattel había desarrollado una serie de juguetes asociados al programa de televisión que yo ya había visto en alguna tienda y que quería más que nada en el mundo.
Pero esa Navidad recibí, muy bien envuelta, una figura de He-Man acompañado con su tigre verde con rayas naranjas, Cringer. Creo que fue la primera vez que me sentí incomprendida. Me puse a llorar y le pregunté a mi mamá por qué el Viejo Pascuero se había equivocado. Le expliqué que el muñeco de He-man no era para mí y que yo quería mi She-ra. Mientras lloraba, de pena y de incomprensión, mis papás trataban de explicarme que ese era el juguete que me correspondía. A pesar de que me quedé con él, nunca se sintió mío.
Con el tiempo, perdí las ganas de jugar y me entristecí. No sólo por ese juguete, sino que porque no podía expresar libremente quién era. Lo cierto es que me fui transformando un niño melancólico y solo. Por las tardes miraba a She-ra y sus fabulosas tenidas con distancia y con los años crecí sintiendo la frustración y el dolor de no poder jugar con la muñeca que yo quería. Sin embargo, esto me hizo prestarle atención a otra dimensión de la princesa del poder. Además de ser preciosa y perfecta, ella se transformaba. Adora tiene poderes sobrehumanos de los que no es completamente consciente hasta que los descubre. Ella ha sido secuestrada y nace en el lugar incorrecto. Y eso le toma su tiempo. A mí me tomó más de 30 años descubrir que había nacido con otro cuerpo y que mi poder era también el poder de la transformación.
Cuando por fin decidí empezar mi terapia de reemplazo hormonal, mi amuleto fue She-ra. La princesa masculina, bondadosa y que lucha sin violencia. Además de preciosa She-ra es paciente y sabia. Sabe esperar. Cree en el poder de su inteligencia y ocupa su astucia para derribar a sus enemigos. Si bien representa la idealización de la belleza occidental (es rubia, alta, flaca y blanca), también me hizo mirar mi propia fortaleza femenina de otra forma, atravesada por la dimensión del tiempo. Y por eso la sigo amando y la voy a amar siempre.