Cuando Florencia Hidalgo cumplió 31 años –ahora tiene 33– se dio cuenta que llevaba un poco más de un mes con un profundo malestar físico. Lo pudo detectar con mayor seguridad aquel día porque, contrario a los años anteriores, no tuvo ganas de festejar. Sus cumpleaños siempre habían sido motivo de celebración, pero esta vez no había energía para organizar, planificar, invitar a sus amigos, ni mucho menos bailar. El solo hecho de pensar que tenía que hacer eso la agobiaba. Ni siquiera tenía ganas de prepararse el desayuno o sacar a pasear a su perro. Llamó a su mamá y le comunicó su ya constante –y recién detectado– estado de fatiga. Le dijo que hace un tiempo se sentía extremadamente cansada y con un fuerte dolor muscular, como si ya no contara con fuerza física. Cada movimiento, por más cotidiano e incorporado que estuviera en su rutina, implicaba un esfuerzo mayor. Todo le costaba el triple.

No había razón aparente; no había alterado su rutina, ni tampoco sus hábitos físicos, y tampoco estaba pasando por un estado emocional mayormente irregular. Quizás por eso, dice, lo dejó pasar: “No había nada evidente ni una causa puntual a la que le podía atribuir esta sintomatología nueva, pero ya instaurada, en mi vida. Era como si de un día para el otro, y gradualmente con más insistencia, se hubiera acaparado de mí una constante fatiga muscular, un gran hastío y una incapacidad de cumplir las tareas más simples de la vida cotidiana. Hacer cualquier actividad física, por más pequeña, era un martirio”, explica.

Junto a su psicólogo de la época descartaron un posible cuadro depresivo. Como le explicó él, hay patologías –como la misma depresión, u otros cuadros de la neurología– que conllevan o van a la par del cansancio físico. Pero cuyos síntomas cardinales son otros. En el caso de la depresión: una disminución en el ánimo y en la capacidad de experimentar placer, una alteración en el sueño y falta de sentido en la vida, entre otros. La fatiga entendida como cansancio físico o falta de fuerza muscular es solamente un síntoma acompañante de los otros síntomas anímicos de la depresión.

Y así también pasa, como le explicó, con ciertos cuadros endocrinólogos como el hipotiroidismo o infecciosos como el virus de la mononucleosis. Por eso era importante establecer si la fatiga crónica era una sintomatología secundaria de otra patología o si se trataba de un cuadro de por sí solo. Luego de unos meses y una serie de exámenes exhaustivos, Florencia fue diagnosticada con síndrome de fatiga crónica.

Un estudio realizado en el 2015 por la Academia Nacional de Medicina de Estados Unidos –más conocida como Institute of Medicine– reveló que desde ese año el síndrome de fatiga crónica se presentaba en hasta 2,5 millones de estadounidenses, pero que entre un 84 y 91% aun no había sido diagnosticado como tal. También se estableció que debido a que no se ha podido identificar una única causa y a que muchas otros trastornos o enfermedades producen síntomas similares, el síndrome de fatiga crónica podía ser difícil de detectar, y que parte clave del proceso de diagnóstico era, justamente, descartar otras posibles causas de la fatiga.

Según el estudio, este síndrome se daba con mayor frecuencia entre las personas de 40 a 50 años y que las mujeres eran dos a cuatro veces más propensas que los hombres a ser diagnosticadas. En ese mismo año, Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) establecieron que la cifra de personas que padecían del síndrome de fatiga crónica a nivel mundial había alcanzado los 17 millones.

Como explica la neuróloga de la Sociedad Chilena de Medicina del Sueño, Evelyn Benavides, el diagnóstico –según los consensos mundiales respecto a la clasificación de la enfermedad– requiere de al menos tres factores: en primer lugar, que exista una reducción o impedimento en la habilidad de realizar actividades ocupacionales, sociales y personales durante al menos seis meses. En segundo lugar, que la fatiga sea de nueva aparición. Y, por último, que no se deba a un gran esfuerzo físico que no mejore con el descanso.

A su vez, si bien se trata de un síndrome de causas médicas indetectables, hay factores exógenos que podrían disminuir o aumentar los síntomas, y para eso es fundamental mejorar los hábitos de sueño. “Los pacientes con síndrome de fatiga crónica tienen una mala percepción del sueño, es como si al dormir no descansaran. Por eso, aunque no mejore la condición en sí, mejorar los hábitos ayuda a disminuir la sintomatología: hay que evitar el alcohol de noche y la auto medicación de fármacos para dormir, tratar de hacer deporte leve en la mañana y evitar las siestas. Esto último porque producen un mal dormir que hace que el dolor y sensación de imposibilidad de completar las tareas diarias aumente”, explica.

El psiquiatra del Centro Nevería y académico de la Universidad Diego Portales, Mario Hitschfeld, aclara que los contextos altamente inciertos y angustiantes, como el de confinamiento y emergencia sanitaria que estamos viviendo ahora, constituyen un estresor en los síntomas de aquellos que ya padecen de este síndrome. Por otro lado, este contexto también puede ser un detonante del síndrome de fatiga crónica auténtico –sin otra causa médica de base– para aquellos que no lo sufrían de antes.

Y es que, como explica el especialista, en su esencia el síndrome de fatiga crónica es un cuadro de cansancio y falta de fuerza muscular. No se da directamente por razones emocionales, aunque éstas sean posibles gatillantes. Por eso, las personas que consulten por este malestar, tienen que pasar por una evaluación exhaustiva con un médico internista, un endocrinólogo o un neurólogo. “Lo que pareciera ser un SFC puede tratarse de otra patología que se está manifestando a través del cansancio muscular físico. Es un diagnóstico poco prevalente porque suele estar englobado dentro de otro cuadro. Pero, una vez que se descarten otras causas y que se establezca que se trata realmente del síndrome de cansancio muscular generalizado sin causas conocidas, ahí entramos los psiquiatras", explica.

El tratamiento, según explica, tiene que ser integral; tiene que ir acompañado por un proceso de kinesioterapia y, sobre todo, de un proceso de psicoterapia. “Estos cuadros suelen ser la expresión física de algo emocional oculto y por eso la terapia sirve para llegar al origen”, dice. En estos últimos 10 años, según Hitschfeld, se ha establecido que una de las causas más comunes del SFC es el trauma en la infancia, tales como episodios de abuso, traumas emocionales o negligencias parentales. “El trauma como entidad en la infancia ha estado asociado al hecho que en la adultez se desarrollen cuadros físicos sin causa conocida. Es decir, que todos los exámenes salgan normales y que la persona no esté necesariamente pasando por una depresión o cuadro ansioso. El trauma se ha establecido como una beta de acceso a una posible causa”, explica.

Aun así, cuando no hay una causa médica de base –y tampoco una causa del todo identificable– es difícil hablar de diagnósticos absolutos o cifras cerradas. Hitschfeld explica que el síndrome de fatiga crónica es un cuadro que se da predominantemente en los adultos y en las mujeres. “Todos los cuadros de molestias físicas funcionales –no atribuibles a una causa biológica evidente– se dan más en mujeres. Se hipotetiza que tiene que ver con cómo las mujeres interiorizan el estrés y cómo manifiestan las tensiones emocionales en mayor medida con síntomas físicos. Aunque se cuente con estas certezas, es difícil pronunciarse respecto a cuál es la cifra de personas que padecen de este síndrome, porque va depender en gran medida de cuánto se estudió al paciente para descartar una causa médica de base. Un componente importante es el emocional. Por eso aunque se pueda diferenciar y tenga su propio diagnóstico y clasificación, es posible que se deba a una depresión no detectada o a un síndrome postraumático”.