
Tiempo para nutrir: el posnatal como inversión en salud
La alimentación en los primeros meses de vida requiere tiempo, presencia y calma. Sin un postnatal digno, exigimos a las madres y familias una entrega imposible, comprometiendo la salud nutricional y emocional de una generación entera.

¿Cuánto vale el tiempo de una madre? ¿Cuánto vale el inicio de una vida? En Chile, menos de seis meses. Mientras el cuerpo sigue doliendo, la mente se tambalea y el bebé clama por nuestra presencia, el sistema nos obliga a retomar la rutina como si nada hubiera pasado. Exigir un postnatal digno no es un capricho: es un acto de justicia y salud pública.
El postparto no es un paréntesis ni una simple licencia médica. Es una etapa crítica, intensa y profundamente humana que hoy seguimos tratando con una liviandad alarmante. Un útero que lucha por volver a su tamaño original, un suelo pélvico adolorido, pechos que alimentan y duelen. Y al mismo tiempo, una mente en modo de supervivencia, un sistema nervioso encendido, una identidad que se reconfigura. A todo esto, se suma un contexto económico y social que, lejos de ser un apoyo, muchas veces representa una carga más. En medio de ese torbellino, el sistema nos exige “volver a la normalidad” —especialmente en lo laboral— en tiempo récord.
Como señala Andrea Iturry, vocera y fundadora del movimiento ciudadano “Postnatal de un año”, también conocido como Postanatal de Emergencia: “El tiempo que otorga la ley en Chile es claramente insuficiente. Actualmente, el permiso postnatal parental contempla solo 24 semanas (cinco meses y medio), de las cuales las últimas pueden ser utilizadas por el otro progenitor, algo que muchas veces no ocurre. A todas luces, este permiso resulta limitado y desalineado con lo que la ciencia y las recomendaciones internacionales promueven. Para el padre, además, el permiso se reduce a apenas cinco días.”
No hay “normalidad” posible cuando el cuerpo y el alma están habitando una experiencia tan transformadora. Y mucho menos cuando el sistema solo entrega 24 semanas de permiso postnatal, tiempo que ni siquiera alcanza para cubrir el mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la lactancia materna exclusiva.
El mensaje es claro: el cuidado no importa. O al menos, no lo suficiente. Lo que los bebés necesitan —además de pañales, vacunas y controles médicos— es presencia. Brazos que sostienen, ojos que observan y disponibilidad emocional. Pero el sistema no lo entiende. O peor aún, no quiere entenderlo. Y no, no se trata solo de amamantar. También quienes alimentan con fórmula enfrentan jornadas intensas y exigentes: trasnochar, preparar, contener, interpretar señales, calmar. Alimentar —en cualquier formato— requiere tiempo y vínculo. Sin ese tiempo, lo que se espera es un rendimiento inhumano, que deja el cuidado en segundo plano.
Como bien señala la nutricionista pediátrica Carole Glisser: “Durante el postnatal, es clave que las madres tengan el tiempo y espacio necesarios para atender con calma la alimentación del bebé, ya sea con lactancia materna, fórmula o ambas. Esta presencia sigue siendo fundamental al iniciar la alimentación complementaria, ya que permite responder oportunamente a señales de hambre, saciedad o malestar, promoviendo una alimentación responsiva, clave en cualquier tipo de crianza”.
Y cuando llega la alimentación complementaria, alrededor de los 6 meses, la demanda no desaparece: cambia de forma. Se necesita disposición para ensuciarse, observar, descubrir nuevos ritmos y gustos. ¿De verdad esperamos que este proceso ocurra en medio del cansancio extremo y bajo presión laboral?
Entonces, ¿realmente creemos que cinco meses y medio son suficientes? ¿De verdad pensamos que una madre puede volver al trabajo mientras todavía está sanando física y emocionalmente? Volver antes de tiempo no solo agota. Duele. Frustra. Y nos priva, como sociedad, de una etapa crucial para el desarrollo infantil y el bienestar familiar. Apostar por un postnatal extendido y compartido no es un lujo escandinavo ni una utopía progresista: es una política de salud pública inteligente, basada en evidencia y con beneficios de largo plazo.
Y aquí aparece otro gran ausente: el otro progenitor. En Chile, su permiso es meramente simbólico: cinco días, una semana laboral. Es una forma elegante de decir que criar no es su problema, que su presencia es opcional. Pero su rol es fundamental. Mientras la madre atraviesa un proceso físico y emocional complejo, el otro progenitor puede —y debe— asumir tareas clave en el hogar, en la crianza y en el cuidado mutuo. Criar no es un favor, es una responsabilidad compartida. Un sistema que niega ese derecho desde el inicio no solo perpetúa desigualdades: las institucionaliza. Sobrecarga a las mujeres, desentiende a los hombres y empobrece los vínculos familiares en nombre de una productividad mal entendida.
Países como Noruega, Suecia o Canadá han entendido que un postnatal digno no es un favor del Estado, sino una inversión estratégica. Mejor salud mental, mayor duración de la lactancia, mejor desarrollo socioemocional, menos licencias médicas posteriores, más igualdad en el hogar y el trabajo. La evidencia está ahí. Lo que falta es voluntad.
Criar bien requiere tiempo. Tiempo para mirar, para sostener, para responder. Tiempo para nutrir en el sentido más amplio del término.
El postnatal no puede seguir siendo tratado como una “ausencia laboral”. Es una presencia vital. Es tiempo invertido en humanidad.
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