Carrusel fue una exitosa teleserie mexicana que se transmitió en Chile a fines de los años ’80 y comienzos de los ’90, que mostraba la vida de un grupo de niños estudiantes de entre 7 y 8 años, de la Escuela Mundial, que eran comandados por la dulce maestra Ximena. Capítulo tras capítulo, contaban la historia de estos chicos, que –como la mayoría de las teleseries latinas de esa época– mostraba una realidad que en estos días se vería bastante obsoleta, en la que las representaciones sociales como género, raza, etnia y clase social eran utilizadas para establecer jerarquías entre las personas y para, de alguna manera, justificar la violencia hacia los grupos minoritarios.
Así era, por ejemplo, la relación de María Joaquina y Cirilo. Ella, la niña rubia hermosa y millonaria que enamoraba a sus compañeritos y él, un niño afrodescendiente, muy pobre, que era severamente discriminado y rechazado por la rubia. Cuestión que en estos días sería inadmisible. Pero la discriminación social no era el único tema que se tocaba. Y es que esta serie podría transformarse en un ícono contrario a las luchas feministas actuales, pues aparte de María Joaquina, todas las otras niñas eran buenas, adorables y queridas por sus compañeros, sin embargo, como no respondían a los estereotipos de belleza, eran foco de burlas y otros tipos de violencia.
Entre ellas destacaba una, la dulce Laura Quiñones, una gordita comelona y romántica que se pasaba el día con un gran emparedado en la mano, y nunca perdía la oportunidad de soltar un suspiro y decir ¡Eso es tan romántico! o ¡Tú eres muy antirromántico! Si bien yo y probablemente la mayoría de las niñas de mi edad –tenía 7 años cuando dieron la serie– soñábamos con ser una María Joaquina, igual amaba a Laura. No porque quisiera ser como ella, porque es evidente que soy parte de una generación permeada por los estereotipos, pero sí porque la encontraba divertida y extremadamente dulce.
Admiraba su fortaleza porque, a pesar de que recibía un constante bullying por su sobrepeso, no era de las que siempre se quedara callada y tranquila. De hecho, una vez echó a perder una de las mejores bromas de dos de sus compañeros, Jaime y Pablo, provocando la expulsión de Jaime, al cambiar unos cigarros de chocolate por unos reales de manera consciente y solo para vengarse de una broma.
Laura era una niña normal y eso es lo que me gustaba de ella. Porque quién no se aguantó de pegarle un mordisco a la colación antes de que fuese la hora del recreo o no se enamoró perdidamente de un amor imposible. Creo que eso la hacía una niña común, que vivía los mismos miedos y sueños que todas nosotras. Y por eso, aunque a ratos soñara con tener el pelo, los ojos y la ropa de María Joaquina, en el fondo me sentía mucho más cercana a la maravillosa Laura.