Cuando Wenceslao Unanue inició sus estudios de ingeniería comercial en la Universidad Católica, a fines de la década del ’80, muy pocos se preocupaban de consignas como la equidad, la igualdad o el bienestar de las personas más vulnerables. El objeto de estudio de las facultades de economía por ese entonces, según recuerda el especialista, era la erradicación de la pobreza, entendida estrictamente como la escasez de bienes materiales. “No me hacía sentido este supuesto económico de que la escasez siempre va a existir”, explica Unanue. “Porque estoy convencido de que si existe no es por falta de recursos, sino porque tenemos un exceso de deseos. Si los seres humanos nos pusiéramos de acuerdo en términos de ser generosos, altruistas y consumiéramos solamente lo que necesitamos o un poco más, lo más probable es que el hambre en el mundo se acabaría”.
Actualmente, Wenceslao Unanue se dedica de lleno al estudio de la felicidad y la puerta de entrada al mundo del bienestar y qué es lo que lo genera en las personas fue precisamente el foco que las ciencias económicas ponen en el –aparente– extremo opuesto: la pobreza. “La pobreza es mucho más que no tener un ingreso”, explica uno de los directores del programa de Gestión de la Felicidad de la Escuela de Negocios de la UAI, quien está también a cargo del Instituto del Bienestar en Chile, organismo que busca promover la investigación y la práctica de la felicidad en diferentes ámbitos. “Porque si alguien deja de ser pobre porque aumentan sus recursos, no necesariamente aumenta su bienestar y su felicidad”.
¿Siendo economista cómo llegaste a dedicarte por completo al estudio de la felicidad?
Mi entrada al tema fue a través de la pobreza. En la época que estudié economía la falta de equidad era vista como un problema de envidia, pero resulta que hoy en día se ha demostrado que mientras más desigual es una sociedad, peor funciona: hay más violencia, menos tasas de aprendizaje y calidad de aprendizaje. La desigualdad es un tremendo problema también. Me pregunté si reducir la pobreza debiera ser el centro de las políticas públicas. ¿O debiese ser el bienestar y la felicidad de los seres humanos? Finalmente me convencí que debía ser esto último y para que hubiera bienestar y felicidad una persona tiene que tener sus necesidades básicas fisiológicas cubiertas, pero no basta con eso.
¿Hay algo que nos dificulte ser felices a los chilenos?
Uno de los grandes problemas que tiene la sociedad chilena es que somos una sociedad muy materialista e individualista. Cuando realicé mi doctorado en psicología económica hicimos un estudio sobre el tema y Chile salió renqueado como número uno en individualismo en una de las evaluaciones y en la otra ocupaba el segundo puesto. Nos alternábamos el primer lugar como el país más individualista con Estados Unidos, que es el rey en esta área. A pesar de que muchos no se dan cuenta, esta característica de las sociedades te lleva a tener otros problemas en relación a la salud mental de las personas, de cooperación en la comunidad y también a nivel de funcionamiento de la sociedad como un todo.
¿La contingencia que estamos viviendo nos empuja a replantearnos el concepto de felicidad?
Creo que sí. Estoy convencido de que vivimos en una sociedad materialista –deben haber más de 200 estudios publicados que reafirman que el materialismo es darle una importancia relativa más alta a lo extrínseco (como el dinero la fama o la imagen), en desmedro de lo intrínseco (la autorrealización, las relaciones con otros, los vínculos y el desarrollo personal). Nuestra cultura de consumo nos ha vendido el mensaje de que lo que nos lleva a la felicidad está en lo externo, pero las investigaciones muestran que la realidad es todo lo contrario. En la medida que más materialistas nos volvemos y más perseguimos esos objetivos, más infelices somos a nivel individual –en la pareja, en la relación con los hijos, en el rendimiento educativo– pero, además, funcionamos peor en todos los ámbitos. Las personas más materialistas destruyen más el medioambiente y el entorno en el que habitan. Ese materialismo enraizado que tenemos y que está muy asociado al individualismo ha recibido un golpe muy grande, primero con el despertar del 18 de octubre y ahora durante la pandemia. Porque al menos nos estamos cuestionando los supuestos que antes dábamos por hecho. Nos estamos preguntando qué es la vida y qué es lo que vale realmente la pena. ¿En qué voy a gastar mis años de existencia? Porque esta crisis nos ha mostrado lo frágiles que somos y que una pandemia puede acabar con nuestras vidas o de la gente que queremos de un minuto a otro. Y eso está llevando a que al menos nos planteemos las peguntas trascendentales.
¿Cómo podemos explicar entonces que, hasta antes del estallido social y la pandemia, Chile haya sido el país latinoamericano más feliz según el del World Happiness Report de Naciones Unidas?
Lo que pasa es que si buscas la palabra “felicidad” en imágenes de Google, ¿qué aparece? Puras caras felices y sonrisas. La visión tradicional de la felicidad es asociarla a alegría y emociones positivas y eso está bien, es una parte de la felicidad y se llama felicidad hedónica. El problema es que ese ámbito de la felicidad es solo un aspecto. Proviene del concepto griego de hedonismo que se vincula con el pasarlo bien en la vida y el World Happiness Report mide esa felicidad a través de una pregunta única que busca determinar el nivel de satisfacción que tienen las personas con su vida. Pero esa no es la felicidad completa. La parte que mide el reporte está muy asociada a ingresos y a temas materiales. Pero si abres esa pregunta entre la gente que tiene más ingresos y la que tiene menos, vas a ver tremendas diferencias, incluso dentro de Chile. Y eso nos sigue dando un puntaje promedio de felicidad bastante alto.
¿Cuál es la otra parte de la felicidad?
Es la felicidad eudaimónica. Aristóteles decía que la felicidad tenía también que ver con la eudaimonía, con cosas tan profundas como encontrarle sentido a la vida y autorrealizarse. Y de eso no hay rankings. Entonces la segunda parte de la felicidad no está siendo medida en ninguna parte. Si tú le preguntas a la gente cuál es tu propósito en la vida, qué le da sentido a tu vida o cuáles son tus objetivos de vida te das cuenta que, la mayor parte personas, jamás se lo ha cuestionado y eso es una tremenda parte de la felicidad. Hoy día lo que está ocurriendo es que por primera vez mucha gente está empezando a plantearse esas preguntas, porque hay muy poca gente que realmente se conoce y se da el espacio para trabajar quién es como persona. Y esa es otra parte de la felicidad, mucho menos asociada a lo material, en la que no sabemos cómo ranquea Chile.
¿Qué podemos hacer para promover el bienestar en nuestro día a día incluso cuando las condiciones son adversas?
La gratitud es uno de los principales determinantes de la felicidad y nosotros muy pocas veces paramos en el día a reflexionar sobre lo que sí tenemos. Porque el foco está puesto en lo que nos falta. No paramos a pensar de qué cosas nos podemos sentir orgullosos o agradecidos de poseer, incluso en estos momentos. Tendemos a estar seteados para concentrarnos en lo que nos falta y siempre en estar buscando algo más. Pero la ciencia de la felicidad nos propone un camino al revés: centrarnos en lo que hemos logrado y tratar de ser personas agradecidas con lo que tenemos. No se trata de ser conformistas, porque las personas agradecidas son incluso las más exigentes y las que más luchan por proteger el medioambiente, por cuidar a otros, por cuidar su propia salud mental.