La casa en que crecimos mis tres hermanos y yo era muy grande, de esas que ya no existen casi en Providencia. Cuando contamos anécdotas que hayan pasado ahí siempre nos referimos a ella como "la casa de Miguel Claro". Llegamos ahí un poco antes del 73, cuando yo tenía 10 años. De las primeras situaciones que vivimos en esa casa fue ver el bombardeo a La Moneda desde el techo, con mi mamá y mis hermanos.
Mi abuela paterna siempre vivió con nosotros. Era de esas señoras antiguas, que no dejaba que nadie se metiera en la cocina ni la ayudara con las cosas de la casa. Había sido cocinera en el Hospital de Los Andes por muchos años, así que sabía hacer de todo, desde tortas y cazuelas hasta las mejores leches nevadas.
La casa tenía piscina en el patio de atrás. Y hacíamos competencias de piqueros desde el techo de la casa, teniendo que esquivar los cables de electricidad. Supongo que en ese tiempo no había mucha preocupación por la seguridad. Era honda y no tenía filtro, así que cada cierto tiempo se ponía verde y le salían algunos seres vivientes. Había que bucear para sacarle el tapón que era un plato y lavarla entera y volver a llenarla, justo cuando empezaba a calentarse el agua.
A nuestra casa iban muchos políticos. Mi papá era parte de la Democracia Cristiana, así que era frecuente que la casa fuese punto de reuniones o almuerzos con personas que en ese tiempo eran figuras importantes. Cuando pasaba eso, nosotros, los chicos, éramos los encargados de servir y atender a la gente, pero después nos echaban porque tenían que conversar cosas importantes.
Me acuerdo que una vez había una comida en la noche, con varios políticos. Me pidieron que llevara una bandeja con cosas para picar desde la cocina y a mí se me cayó todo en el pasillo. No quería que me retaran, así que recogí todo no más y me hice el loco. Que yo sepa, nadie se enfermó de la guata esa noche.
Otra vez, había un almuerzo en el que estaba Frei Montalva, en ese tiempo expresidente. Era un asado de día domingo. Él estaba con problemas a la guata así que no podía comer casi nada, ni frituras ni grasa. Estaba con su señora que lo tenía vigilado. En un momento, se echó para atrás en su silla y se acercó a mí y me dijo: "Tráeme una longaniza, pero no le cuentes a la María". Y yo cómo no le iba a hacer caso, si era el expresidente.
Con mi hermano nos encantaba hacer cosas de madera, en un taller que teníamos. Construíamos, lijábamos y pintábamos juguetes de madera, pistolas, rifles, autitos y aviones. Incluso una vez hice unos binoculares. Nos entreteníamos muchísimo. Después la pasión por armar y desarmar se trasladó hacia los autos.
Ahora la casa ya no existe. Después de que nos fuimos los hijos, mis papás se fueron a un departamento más chico, porque no necesitaban tanto espacio. Hace poco la demolieron y construyeron una clínica donde estaba, pero siempre nos acordamos de todas las anécdotas que pasaron ahí.
Jaime Olguín tiene 57 años y es médico.