LA PREGUNTA
“Tengo un hijo de 5 años y una hija de 2. Pelean como todas las niñas y niños, pero la más chica, como hace un mes, en medio de un juego, mordió fuerte a su hermano. El tema es que esa conducta se ha vuelto a repetir un par de veces en las últimas semanas. No sé muy bien cómo enfrentarlo, porque la experiencia que tengo con mi hijo mayor es que, si bien cuando más chico peleó algunas veces en el jardín, nunca fue de morder. Yo había escuchado que morder es común en algunas niñas y niños, pero no sé hasta qué punto y tampoco sé muy bien cómo enfrentarlo con ella”.
Rocío Andrade, 31 años.
LA RESPUESTA
El psicólogo de la Universidad Católica con especialidad en niñas, niños y adolescentes David Valenzuela, explica que este tipo de conductas como morder, empujar o quitar cosas, son esperables entre los 1 y 3 años y medio, siendo los 2 años el periodo de mayor agresividad. “Al iniciar la etapa escolar –que son los 4 años– este tipo de comportamientos deberían ir en descenso, hasta desaparecer. Sin embargo, en ocasiones, cuando son consistentes y permanecen incluso en la época escolar, podrían ocasionar mucha vergüenza en los padres, lo que a veces los lleva a no contar con estrategias para regularlas. Por eso es fundamental prevenirlas a través del control de la impulsividad de manera gradual y con mucha práctica”, dice.
La fonoaudióloga Solange Ahumada agrega que las razones son varias: empiezan a caminar y con ello generan más autonomía y empiezan a oponerse. También influye la carencia de lenguaje para poder expresar lo que sienten. “La boca es clave en esta etapa ya que es la principal vía de exploración en niñas y niños. Por esta zona expresan sentimientos como enojo, nerviosismo, amor, y algunos lo hacen a través de los mordiscos. Sin embargo, es importante entender que este tipo de agresiones son una forma de autorregulación primitiva e instintiva, pero nunca serán adecuadas, por lo que es necesario intervenir”, explica.
¿Cómo controlar la conducta agresiva?
Valenzuela explica que hay cuatro pasos –que toma del libro Apego seguro de la psicóloga Andrea Cardemil– que son claves para lograrlo. Lo primero es frenar la conducta. “Es muy importante mantener la calma y establecer un límite físico-verbal, es decir, evitar que la niña o niño nos vuelva a agredir, echándonos hacia atrás y tomando con cuidado sus manos. Una vez en esa posición, decirle que no, que eso no se debe hacer. Esto con tono firme y sin gritar”, dice.
El segundo paso es sintonizar. “Debemos intentar entender por qué la niña o niño está agrediendo. Eso se logra con preguntas como: ¿Por qué me pegaste? ¿Estás enojada o enojado o estabas jugando y se te pasó la mano? Teniendo esa respuesta se pasa al siguiente paso que es reflejar y validar. Este paso es importante porque le explicamos que entendemos su emoción, por qué lo hizo, pero también establecemos un límite. Por ejemplo podemos decirle: ‘Sé que tienes rabia (reflejo), a mí tampoco me gusta que me reten (validar), pero no por eso me vas a morder (límite)’. Con esto lo que estamos haciendo es validar la emoción, pero no la acción”, explica David.
El último paso es el reemplazo de la conducta. “Cuando la niña o niño logra tranquilizarse, podemos hacer una reflexión guiada. Un ejemplo es decirle ‘sé que estás enojada o enojado porque te quité el celular, pero no por eso puedes pegarme. Es mejor que aprietes o golpees este cojín’”, explica Valenzuela y dice que puede sonar poco adaptativo, pero las niñas y niños a esa edad ocupan su cuerpo para regularse, y con aprendizaje pasan a un control mental. Lo mismo se puede hacer con un peluche favorito, que a veces en los colegios tienen para controlar una emoción, cuando sienten mucha pena o rabia lo pueden abrazar para calmarse.
Según ambos expertos, por ningún motivo frente a una conducta como esta se debe reaccionar con una agresión de vuelta. “Ellos no saben que lo que hicieron duele y por tanto, obviamente no se les puede agredir de vuelta. Tampoco castigarlos ya que de esa manera no enseñamos autorregulación. Y por último tampoco es bueno no hacer nada ante la agresión, ya que la conducta agresiva puede aumentar”, concluye Ahumada.