LA PREGUNTA
Soy madre de un niño de 8 años y una niña de 6. Con los dos tengo una relación cercana y particular porque sus personalidades son muy distintas y me encanta que así sea. Pero en el último tiempo me preocupa un poco algunos comportamientos que está teniendo mi hijo conmigo. Siento que se ha puesto un poco posesivo, cada vez que salgo me llama muchas veces para saber dónde estoy y a qué hora voy a volver y me ha dicho que lo hace porque tiene miedo de que me pase algo. Todo el tiempo está pendiente de lo que hago y se pone muy celoso cuando comparto espacios sola con mi hija. Me gustaría saber cómo manejarlo para no herirlo.
Antonia Estrada, 29 años.
LA RESPUESTA
La posesión está muy asociada a los celos en los seres humanos y las niñas y niños no están exentos de sentir estas emociones. Hay diversas situaciones que pueden exacerbarlos. “La pandemia ha generado una cotidianidad distinta, en la que hemos pasado más tiempo junto a nuestros seres queridos y eso, como otras situaciones que cambian la rutina de las niñas y niños, tales como el nacimiento de un hermano, por ejemplo, pueden afectar en su comportamiento. Los celos son naturales a esta edad y mientras más estrecho es el vínculo entre el menor y su cuidador o cuidadora, hay más posibilidades de que se desarrollen”, explica la psicóloga infantil Isidora Miranda.
Para los menores los celos son una emoción difícil de gestionar y cuando son hacia su cuidador o cuidadora principal se evidencian como un temor o miedo a perder la atención y el cariño de de esta persona, en este caso la madre, por lo que sus conductas están dominadas por el deseo de “monopolizar” a la mamá. “Es el típico ejemplo de las niñas y niños que dicen frases como “mi mamá es mía”, que es común hasta los 6 o 7 años y surge porque las personas nacemos dependientes de un adulto que nos cuide. Esta dependencia es física, pero también afectiva, y es que necesitamos un apoyo constante en nuestros primeros años de vida y cuando alguna circunstancia reduce el tiempo, el cariño o la dedicación que nuestros cuidadores, surgen los celos”, agrega Miranda.
Y aclara que hasta cierto punto esto es normal y que no debería generar preocupación si se maneja de manera adecuada, es decir, explicándole al menor que independiente de que su madre cree relaciones con otras personas como su hermana, hermano, padre u otras y que entre ellos existe un lazo particular y que ese amor no se debe comparar ni repartir. “Como en todas las relaciones humanas la conversación y comunicación es clave para que esa niña o niño comprenda y logre de a poco manejar esa emoción que le generan los celos”, dice. Sin embargo aclara que el temor a perder a la madre –que es la otra emoción que surge en la pregunta inicial– puede entenderse, más que como un celo, como una sensación de ansiedad.
“La ansiedad es una respuesta normal y adaptativa ante amenazas reales o imaginarias que prepara al organismo para reaccionar ante una situación de peligro. Cuando se experimenta ansiedad ante estímulos específicos se habla de miedos o temores. Muchos niños tienen miedo a diferentes estímulos como los extraños, las alturas, las arañas, entre otros. Y uno de ellos también es a la separación. Todos son frecuentes a determinadas edades y lo normal es que desaparezcan a medida que la niña o niño crece. Sin embargo, cuando persisten en el tiempo, causan malestar o impiden el desarrollo normal de un menor de edad, reciben el nombre de trastornos de ansiedad y pueden ser objeto de atención psicológica”, explica la psicóloga. Se considera normal que un niño de 5 o 6 años experimente cierto temor a separarse de sus padres, sin embargo, si este temor se mantiene hasta la adolescencia y, por ejemplo, evita dormir en casa de otros familiares o amigos, ya no se trata de miedo, sino de un trastorno de ansiedad de separación.
La definición psicológica de este trastorno es justamente cuando niñas o niños temen que a alguno de sus seres queridos, por lo general madre o padre, les pase algo malo, que se enfermen o se mueran. “Entre los factores etiológicos de este trastorno destacan los acontecimientos traumáticos como la muerte de algún familiar, separación de los padres, alguna enfermedad física o psicológica de los padres y también un estilo de crianza muy sobreprotector. Por tanto es necesario estar atentos a las señales que pueda estar dando un menor, porque en estos casos, se debe tratar con algún especialista”, aclara la experta.
Buscando un poco más allá
La psicóloga especializada en ciclos vitales femeninos y estudios de género, Irina Durán, dice que “en este caso lo más probable es que haya un tema particular de ese niño que hace que no sienta seguridad del vínculo con su mamá. Algo puede haber ocurrido en la gestación de ese niño, en el parto o en la crianza temprana donde el niño sintió que el vínculo con su madre no era seguro, estable o incondicional. Por ejemplo, hay casos de niños prematuros que tienen que salir del vientre materno tempranamente sin cumplir el ciclo para gestarse y “se corta” el hilo del amor, que se conoce como el síndrome del amor interrumpido”.
Esto genera que el niño tenga la certeza de que la madre puede desaparecer en cualquier momento y no tiene la seguridad de que puede regresar. “Lo mismo pasa a veces con niños que son llevados a edad muy temprana a la sala cuna y la madre no tiene la capacidad de construir ese vínculo que se puede haber quebrado; o cuando hay una crianza muy dura que puede generar una distancia emocional con el hijo; o también una depresión post parto. En el fondo no es algo malo ni en la madre ni en el hijo, sino que hay algo en el vínculo que no está bien, que se hace necesario trabajar”, aclara Irina.