Nuestras lectoras preguntan: No quiero que mi hijo duerma con nosotros, pero mi marido es más permisivo. ¿Cómo llegamos a un acuerdo?
La crianza suele ser un momento en el que se manifiesta nuestro lado más amoroso y también vulnerable. Es, a su vez, cuando las distintas formas de ver la vida dentro de una pareja, convergen en la formación de esta nueva persona. Lograr una comunicación honesta y certera con la pareja, permitirá concretar acuerdos entre ambos. He ahí la respuesta y el desafío, para lo cual será fundamental eliminar los prejuicios: lo que funciona para una persona no tiene por qué ser igual para otra.
LA PREGUNTA:
“No quiero que mi hijo duerma con nosotros en la cama, pero mi marido es más permisivo y relajado con esto. ¿Cómo lograr un equilibrio y/o un punto intermedio en la crianza? Me da miedo perder comodidad e intimidad en un espacio que para mí es sagrado”.
Viviana, 36 años.
LA RESPUESTA:
“Investigaciones señalan que una buena comunicación de pareja desde la etapa prenatal actúa como factor protector para todos aquellos cambios y crisis que ocurren luego, en la etapa posnatal o de puerperio, sobre todo cuando la pareja es capaz de dialogar respecto a temas conflictivos o en los que están en desencuentro. Lo primero es empezar a instalar la capacidad de comunicación como un hábito en la dinámica de pareja, entendiendo que funciona como herramienta central para desarrollar una coparentalidad nutritiva, es decir, para contar con la capacidad de ponerse de acuerdo en temas que tienen que ver con la crianza y el cuidado de los hijos e hijas”, explica la psicóloga clínica y perinatal Nicole Dimonte de @criardelamano.
Cuando los hijos duermen, suele ser un momento de tranquilidad y privacidad para generar momentos de comunicación y escucha mutua. “Para partir una conversación de manera amorosa y constructiva, puede ser de ayuda ir haciéndose preguntas, tanto a nivel individual como de pareja: ¿Cómo me imagino como madre o padre? ¿Cómo me imaginaba que sería mi pareja como madre o padre? ¿Por qué me hace ruido su estilo autoritario o permisivo? ¿Con qué aspectos de mi propia historia me conecta? ¿Cuáles son los aspectos de la crianza que para mí son intransables? ¿En cuáles otros siento que puedo ceder y considerar el punto de vista de mi pareja?”, recomienda Nicole.
Construir nuevas expectativas
La llegada de un hijo o hija cambia todo. Pasar de ser dos a tres o más, modificará la forma de vivir la sexualidad e intimidad dentro de la pareja. “Es necesario ir construyendo nuevas expectativas respecto a una nueva vivencia de la sexualidad, así como buscar nuevos espacios de intimidad y complicidad, que muchas veces, sobre todo cuando los niños y niñas son pequeños, no se logra tanto desde lo sexual, sino desde lo amoroso y cariñoso, que también son componentes de nuestra vida erótica”, dice la especialista.
Asimismo, la psicoterapeuta recomienda informarse respecto al sueño infantil y su evolución para saber qué esperar en cada edad. “El sueño, al igual que otros procesos como aprender a caminar, hablar y controlar esfínteres, es evolutivo, es decir, está ligado al desarrollo del niño o niña y, por lo tanto, requiere de tiempo para que tenga la madurez suficiente para dormir de corrido durante la noche y en un espacio independiente al de sus cuidadores principales”, asevera.
Un proceso amoroso para todos los integrantes
Mantener el colecho o comenzar el proceso en que el niño duerma en su propia habitación es una decisión personal. “El Dr. James Mckenna, especialista en sueño infantil y práctica de colecho, propone que no hay un momento específico en el cual compartir cama pase a ser algo perjudicial, a menos que uno de los miembros de la familia ya no se encuentre a gusto con la situación. Por lo tanto, la decisión de que un niño o niña comience a dormir en su propia pieza, pasa más bien por la comodidad de todos los miembros de la familia y del cuidado de los vínculos que cotidianamente van construyendo, más que por el hecho de que el colecho vaya a generar algún tipo de problema en el desarrollo del infante”, afirma la psicóloga Nicole Dimonte.
En ese sentido, es necesario asumir que el proceso para que el niño duerma en su habitación no va a resultar de un día para otro. El tiempo que tome dependerá de la personalidad de cada niño o niña, de las dinámicas familiares y las habilidades de los padres, entre otros factores. “Sugiero en primer lugar, anticiparles lo que va a pasar para que el menor tenga tiempo de asimilar este nuevo escenario, así como también conversar con ellos respecto de lo que pueden sentir en el proceso. Para que sea un cambio respetuoso y amoroso con el niño, es importante que sea una transición paulatina. Por ejemplo, se puede comenzar poniendo un colchón al lado de la cama de los padres y ver cómo se siente durmiendo ahí, al menos la primera parte de la noche. Si hay periodos en que vuelve a la cama de los padres, no hay que verlo como un retroceso, ya que los procesos en crianza no son lineales. Hay momentos de mayor estrés para el niño, como puede ser un cambio de casa, la llegada de un hermano, o la entrada al jardín, en los que puede necesitar mayor contención y contacto de sus cuidadores principales, y es importante conectar y acoger esa necesidad”, aconseja la terapeuta.
No te compares, cada maternidad es única
Como en todos los grandes procesos personales, es importante validar nuestro sentir y no juzgarnos, así como tampoco apuntar a los demás. A veces, por seguir adelante con una idea de crianza se pueden pasar a llevar las necesidades de los cuidadores principales, lo que conlleva un riesgo para el autocuidado de los padres y madres.
“Si una madre ya no tiene deseo de dormir en la misma cama con su hijo, hay que escuchar esa necesidad y darle un lugar válido y sin juicio. Para mí, lo central es intentar no caer en comparaciones, porque la maternidad se debe contextualizar, y lo que me funciona a mí, puede que a otra mujer no le sirva. Entonces, me parece más relevante proteger los vínculos afectivos que se construyen en la primera infancia, que mantener a toda costa ciertos ideales propuestos por la crianza respetuosa. En otras palabras, si una mamá sigue haciendo colecho porque eso dicen los libros, pero cuando se va a dormir lo hace con rabia, toma de forma brusca a su hijo, o despierta mal humorada e irritable, se pierde todo el sentido de la práctica de colechar y nos desconectamos del disfrute que implica la experiencia de maternar y criar. Las culpas tienen ese tremendo costo, no nos permiten pasarlo bien en una etapa vital que, si bien tiene múltiples desajustes y desafíos, también tiene un potencial de goce muy importante y enriquecedor para los vínculos familiares”.
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