Nuevo oficio a los 50
En un momento de muchos cambios personales y con 50 años, la bailarina y coreógrafa Isabel Croxatto (portada de esta edición) se ha iniciado con éxito en un nuevo oficio: dealer de arte. Abrió una galería en su casa, está organizando ventas y representando a 10 artistas chilenos. Aquí cuenta cómo ha sido esta reinvención.
Paula 1154. Sábado 16 de agosto de 2014.
Isabel Croxatto (50) está con su largo pelo tomado en un moño, vestida con calzas y comiendo un sándwich en la breve pausa de almuerzo entre los ensayos de la Escuela del Teatro Municipal. A su alrededor, los bailarines elongan y se hidratan. Los ensayos se extienden durante todo el día, de lunes a viernes, porque el 27 de agosto se estrena en el Teatro Municipal La siesta de un fauno, del coreógrafo Vaslav Nijinsky y que Croxatto dirige. "Es un desafío inmenso tanto para mí como para los 36 bailarines del Ballet de Santiago, porque estoy coreografiando a bailarines clásicos y mi lenguaje es de danza contemporánea", dice.
Paralelo a su oficio de bailarina y coreógrafa, también está funcionando como dealer de arte, labor que la tiene organizando ventas e inauguraciones y representando a diez artistas; entre ellos Margarita Dittborn, Víctor Castillo y Armando de la Garza.
¿Cuántas veces te has reinventado en tu vida?
¡Uf! Creo que ha sido el gran motor en mi vida. Primero estudié Biología, porque me fascina la investigación y el estudio del cuerpo es mi gran tema. Pero me di cuenta de que me faltaba algo: me faltaba el cuerpo. Y empecé a tomar clases de Danza y a despertar en mí la corporalidad. Vine al Municipal y pregunté si podía tomar clases de Ballet, pero me dijeron que de ninguna manera, porque ya tenía 19 años. Me fui a estudiar Danza en Buenos Aires y cuando volví, a los 25 años, soltera, sin un peso y con un hijo de un año, tuve que arreglármelas para sobrevivir: hacía retratos en la calle. Pero en mi vida también he sido diseñadora de vitrinas, de vestuario, docente, gestora. Siento que he sido una abridora de caminos y eso es lo que más me gusta hacer.
¿Y cómo te convertiste en dealer de arte?
Estoy en un momento de cambio: cumplí 50 años el año pasado, me separé y, como en Chile es muy difícil vivir de la coreografía, estaba con muchos proyectos dispersos. Entonces me dije: "quiero consolidar toda esta energía en una actividad de la que pueda vivir y que, al mismo tiempo, esté vinculada con el arte y me permita disponer de mi tiempo para seguir creando y bailando". Se me ocurrió esto y algunos amigos pintores y escultores me dijeron que me apoyarían, que probara. Y abrí una galería en mi casa.
¿Cómo lograste que esto funcionara?
Descolgué los cuadros que tenía, colgué los cuadros de los artistas que represento y empecé a invitar a la gente a que viera las obras que tenía ahí. Creo mucho en el arte como experiencia. Por este tema que tengo con el cuerpo creo que es relevante que la gente tenga la experiencia de encontrarse con la obra y que ella le hable. Y eso ha ido creciendo muy orgánicamente. Invito a inauguraciones, hacemos ventas, comidas en mi casa. Se ha ido creando algo social que ha nutrido también mi trabajo como coreógrafa, porque personas que no se conocían terminan siendo amigas e intercambiando contactos; se produce un movimiento. Y para mí, eso es una forma de coreografía. En vez de estar moviendo cuerpos estoy moviendo obras y conectándolas con otras personas.
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