Paula 1207. Sábado 27 de agosto de 2016.
La guerra y la paz
Rami Nassr (27), administrador de finanzas, es sirio y llegó a Chile huyendo de la guerra que afecta a su país. En 2015 llegó a su ciudad, Swaida, ubicada al suroeste de Siria, el Frente Nostro, que es parte de Al Qaeda, y lo secuestraron 15 días por ser fiel creyente de la religión Druso.
"Tuve que pagar 10 mil dólares para recuperar mi libertad", cuenta. Después de ese hecho lo llamaron a realizar el Servicio Militar y enlistarse en la guerra. Se negó. "La única alternativa que tuve fue pagar 6 mil dólares a unos traficantes de personas para que me sacaran del país lo antes posible", cuenta. La primera parada fue el Líbano y tomó un barco de carga en el que cruzó, en precarias condiciones y durante dos meses, el Atlántico. "Cuando hice el negocio con ellos les pedí ir a Estados Unidos, pero llegué a Colombia, donde me subieron a un jeep. Terminaron dejándome una noche en la frontera de Chile con Bolivia sin darme ninguna explicación". Cuando llegó a Santiago se presentó en el Departamento de Extranjería donde escucharon su caso y en 15 días le dieron una residencia temporal como refugiado por 8 meses. En abril obtuvo la residencia de refugiado. "Hoy junto plata para traer a mi mamá que es el único familiar que me queda en Siria. Mi padre murió hace 5 años y mis dos hermanos también escaparon: uno está en Alemania y el otro en Dubai. Quiero traerla a Chile porque es un buen lugar para vivir, tranquilo y seguro", cuenta Nassr, quien trabaja vendiendo dulces árabes en Alameda, justo en la salida del Metro Unión Latinoamericana.
Antes muerta que sencilla
Siete Miss Universo y seis Miss Mundo. Venezuela ostenta 13 coronas, más títulos de belleza que ningún otro país del planeta. "Las venezolanas crecemos con una particular preocupación por la belleza, que nos inculcan nuestras madres. Cuando niñas nos graban a fuego el lema 'antes muerta que sencilla'. Por eso, a la mujer venezolana le puede faltar dinero para comer, pero para la peluquería ¡nunca jamás!", dice Marleny Díaz (64, publicista), quien decidió vender todo lo que tenía en su país (casa, auto y negocio) y se vino a Chile hace siete años escapando de la crisis. Junto a su hija Jealmar Kremisisky (38, ingeniera electrónica) abrió hace nueve meses la peluquería Salexa, que ellas mismas atienden. Es la más pequeña pero solicitada de la galería Providencia 2550, donde llegan a diario venezolanas, colombianas, argentinas y cada vez más chilenas. "Aquí trabajamos el pelo, las manos, las cejas y el maquillaje al estilo venezolano: todo bien producido, bien vistoso, bien arreglado. Nada se hace por encimita", dice Marleny. Y su hija agrega: "con el boom de la llegada de venezolanas y colombianas, la mujer chilena se ha ido contagiando con nuestra estética y cada vez se están preocupando más. Al principio llegaban pidiendo reflejos que no se notaran, querían un corte, 'pero que sea bien poquito'; querían un maquillaje, 'pero lo más natural posible'; y nosotras les decíamos: pero chama, la idea es que se vea. ¿Vamos a estar dos horas con las tinturas en la cabeza para que nadie lo note después? Si vienes a la peluquería es para que se luzca el cambio, para que te veas chévere. ¿Qué gracia tiene salir de aquí igual a como entraste?".
Niños refugiados
Maram (9) y Mohamed (15) son hermanos y refugiados palestinos. Viven hace ocho años en Santiago; llegaron junto a sus padres, Amin y Fardos Melhem, que hoy tienen un local de dulces árabes en Patronato donde los niños también ayudan: Maram mete las manos a la masa cuando su padre cocina y Mohamed atiende el local cuando su madre no está. "No me acuerdo mucho de cuando llegué, porque tenía 6 años. Pero mi mamá me cuenta que antes vivimos en un campamento en la frontera de Siria e Irak, por dos años, en una carpa y que hacía un calor de 40 grados; ahí nació mi hermana. Yo nací en Irak, pero llegamos al campamento arrancando de la guerra de Irak. Vinimos acá cuando Chile le ofreció refugio a más de cien palestinos", cuenta Mohamed, que habla un castellano perfecto.
Él dice que se siente chileno y cada vez que juega la selección de fútbol, grita con fervor. En junio pasado, Maram y Mohamed recibieron –junto a otros 43 niños palestinos– la carta de nacionalización de manos de la Presidenta Bachelet; sus padres la habían recibido antes. "Fue bonito. Había sillas con nuestros nombres. La Presidenta me conoció y me entregó un diploma", cuenta Maram. Ese diploma hoy está enmarcado y cuelga junto a un cuadro con una oración del Corán en la entrada de la casa.
Universitarios bolivianos
Cada año, desde 1998, la Universidad Gabriela Mistral recibe 20 alumnos bolivianos en las carreras de Ingeniería Comercial, Administración de Empresas y, en los últimos 4 años, Ingeniería Civil. Se trata de bolivianos, entre 18 y 25 años, que han tenido excelencia académica y postulan a una beca completa que tiene la universidad en asociación con Rotary International Club de Bolivia. De ellos, el 70% corresponde a hombres y el resto a mujeres. "Tenemos más de 300 alumnos bolivianos titulados. Son sumamente sociables y sus notas superan siempre el promedio. Sobre todo cuando se trata de realizar trabajos o exposiciones, donde destacan por un vocabulario más completo", dice la académica y directora de la carrera de Ingeniería Comercial de la UGM, Carolina Vita. Y agrega: "Porcentualmente somos la universidad con más alumnos bolivianos, quienes corresponden al 50% de nuestros alumnos extranjeros", agrega Vita. Uno de ellos es Gerardo Pantoja (23), estudiante de quinto año de Ingeniería Civil, quien tiene todo un bagaje familiar de profesionales formados en Chile: su papá es médico y su tío y hermano, ingenieros. "Chile es un país estable y moderno, eso pesa bastante al momento de elegir dónde estudiar fuera de tu país", dice Pantoja. Algo similar le sucedió a Viviana Balcázar (21), también estudiante de Ingeniería Civil quien, motivada por la beca que había ganado su hermana dos años antes para estudiar Ingeniería Comercial en la UGM, decidió postular. Obtuvo el primer lugar, entre 90 compañeros del colegio Franco Boliviano en Santa Cruz. Dos años después, Natalia Justiniano (20) repitió la hazaña en el mismo colegio. "Ya tenía algunos amigos que habían venido a estudiar a Chile, pero como está cada año más caro vivir acá, de a poco el universitario boliviano ha empezado a irse a Argentina", cuenta Justiniano, quien tiene pensado regresar a Santa Cruz, luego de trabajar tres años o estudiar un magíster en Chile.
La fantasía de las chilenas
El animador dominicano Philippe Noel (37) y el boxeador nigeriano Henry Churchill (37) –también conocido como el Negro Mafla–, son los vedettos más solicitados de Chile. Ambos trabajan como strippers en la discotheque Grammy de Ñuñoa y son parte del staff de vedettos en vedettosvip.cl. Además, hacen eventos privados y sus agendas están copadas. "Las chilenas se vuelven locas, porque somos de color y lo único que quieren es corroborar si es que el mito de que los negros somos mejores dotados es cierto o no", cuenta Philippe.
Philippe llegó a Santiago hace 7 años para animar dos eventos de un chileno que lo contrató luego de verlo en un show en Cancún. Henry llegó a Osorno diez años antes por una competencia de boxeo: "En esa época no había gente de color aquí; éramos únicos, totalmente novedosos y las mujeres nos adoraban", cuenta. Ambos decidieron quedarse en Chile. Henry saltó a la fama cuando participó en la vedetón de la Teletón de 2003. Trabajó con Felipe Camiroaga como bailarín en el programa Novios Dulce Condena y en Morandé con Compañía. También ha hecho comerciales y es muy cotizado en las despedidas de soltera; de hecho, animó la de Pamela Díaz. "Los negros somos más alegres, tenemos más gracia y humor, eso es lo que en realidad cautiva a las mujeres de acá", dice Henry. Philippe agrega: "Nosotros conocemos el verdadero yo de las chilenas, porque ellas viven muy reprimidas en el día a día. En cambio, en las despedidas de soltera, se atreven a hacer y decir lo que quieren y ahí se desatan. La chilena sí tiene mucha personalidad".
El abogado que es cajero
El venezolano Eder Sandoval (32, casado, tres hijos) es abogado penalista y tiene un posgrado en derecho procesal penal. Hace tres meses que llegó a Chile y, como aún no consigue revalidar su título de abogado y conseguir los permisos para ejercer su profesión, trabaja como cajero de la cafetería Café Colonia de la Cepal por un sueldo de 350 mil pesos. Antes trabajó como obrero cargando cajas en una distribuidora. "Tenía un buen sueldo en Venezuela: oficina propia, una casa y autos, pero allá no importa que tengas dinero, porque la escasez es insostenible. No hay servicios, no hay comida. Y los billetes no te los puedes comer", cuenta. Decidió salir de Venezuela cuando su hijo de 2 años tuvo una crisis de amigdalitis y no encontró en ninguna farmacia el antibiótico que necesitaba para tratarlo. "En ese momento de angustia dije: no puedo seguir aquí", cuenta. Su mujer, también abogado, se quedó allá junto a sus otros dos hijos esperando que Eder se estabilice en Santiago.
Cuando él partió, ella estaba con 7 meses de embarazo. "Fue duro. Me perdí el nacimiento de mi tercer hijo", dice. Pero es optimista. Espera conseguir trabajo como abogado pero si no, asegura, es feliz trabajando como cajero u obrero. "Todo es mejor que estar allá. Chile me entrega la seguridad de un sistema que funciona. Me tranquiliza ver los estantes del supermercado llenos de comida y las farmacias llenas de remedios".
Orar y cantar en Quilicura
En Estación Central, Independencia, Pedro Aguirre Cerda y Quilicura, las comunas donde se han ido instalando los inmigrantes que vienen de Haití, hay 20 iglesias donde cada domingo llegan a celebrar cultos evangélicos vestidos muy elegantes: los hombres con ternos blancos o negros y corbatas de colores y las mujeres con vestidos de dos piezas y el pelo trenzado con cintas, igual que las niñas que asisten."El culto del domingo es el momento más importante de la semana. Es una celebración y a las celebraciones se debe ir con la mejor ropa y ánimo", dice Adrien Joubert, encargado de la primera Iglesia Evangélica haitiana creada en Chile.
Aunque por fuera parece una casa sencilla, la iglesia de Quilicura, donde este domingo los haitianos celebran el culto evangélico (que dura tres horas), es una gran fiesta en su interior. El canto es un elemento fundamental en la expresión de su fe. Durante una hora y media entonan, en creole, canciones de alabanza siguiendo ritmos de reggae, funky y góspel. Junto al altar hay una banda formada por un guitarrista, un bajista, un baterista y varias coristas. Los asistentes cantan, muchos aplauden, levantan los brazos o lloran. "La música es la manera más pura de acercarnos a Dios. Es un acto de liberación y conexión con él", explica Adrien. Luego de los cantos, el pastor predica la palabra de Dios con un tono fuerte y marcado. Todos escuchan en silencio. Cuando termina la celebración, a las 11 de la mañana, algunos regresan a sus casas, mientras la mayoría se queda media hora más estudiando la Biblia.
Importación filipina
En 2011 la agencia Proyecto Nanas comenzó a ofrecer un singular servicio: gestionar traer a Chile nanas filipinas, que son valoradas entre quienes buscan una persona que, además de hacer las labores propias de una asesora del hogar, cuide a los niños y les hable en inglés. Desde entonces han traído a 300 filipinas a trabajar como nanas; 200 han ingresado desde el 2014. "Sin pretenderlo, es un servicio elitista", dice Carol Luco, fundadora de Proyecto Nanas. Traer una nana filipina cuesta alrededor de $ 2.500.000 –valor que incluye pasaje–, además del sueldo mensual de $ 400.000 y garantizarle un pasaje a su país cada, al menos, 2 años para que visiten a sus familiares durante 20 días.
Las filipinas Josefina Soto (34), soltera y sin hijos, y Eden Junio (44), casada y madre de cuatro niños, trabajan en la misma casa en Lo Barnechea desde hace dos años, cuidando a 2 niños con los que hablan en perfecto inglés. Antes habían trabajado como nanas en Singapur; Josefina por 13 años y Eden por dos. Vinieron a Chile, cuentan, porque entre otras cosas– les hacía ilusión conocer la nieve. "Y porque por amigas supimos de que aquí se podía ganar el triple que en Filipinas como nana", dice Josefina. Edén, cuyos hijos tienen entre 10 y 22 años, cuenta que habla con ellos dos veces al día y los visitó en octubre pasado. "Es común que la mujer filipina salga de su país a buscar trabajo. Estamos instaladas alrededor del mundo". Y agrega orgullosa: "Cuando estaba en Singapur solo me alcanzaba para pagarle la universidad a mi hijo mayor. Ahora que estoy en Chile puedo decir que tengo dos hijos en la universidad cuyas carrera pago".
La intérprete en el pabellón
Jutlande Joseph Compare no es doctora, pero ha estado presente en al menos tres partos en la maternidad del Hospital San José. Esto, porque es la intérprete haitiana que trabaja en el recinto y traduce las indicaciones que les dan los médicos a las pacientes que solo hablan creole. "Venían mamás a hacerse una ecografía y no le entendían al médico que había una infección grave. Alguna vez pasó que le indicaron usar un supositorio y, como la mujer no comprendió, se lo tragó", cuenta Jutlande, que lleva un año y medio trabajando en un sistema de turnos en el hospital y el resto del tiempo en los consultorios de Recoleta, una de las comunas de Santiago donde viven más inmigrantes haitianos.
Jutlande lleva cinco años en Chile, pero el español lo aprendió en República Dominicana, donde estudió unos años medicina y sicología y se tituló como visitadora médica. Hoy, su celular –cuyo número tienen muchos de sus compatriotas– puede sonar a cualquier hora. "Quieren saber qué días voy a estar en el hospital para que esté presente en la consulta. Pero también me llaman cuando necesitan resolver algún problema. Hoy, por ejemplo, le ayudé a una mamá a conseguir matrícula para el colegio de su hija", cuenta Jutlande, quien nunca apaga su teléfono. "No he tomado vacaciones. Me gustaría, pero no sé, quizás más adelante. Mientras pueda y no me sienta mal, estoy siempre disponible: la gente de mi comunidad cuenta conmigo. Tienen fe en mí. Me ven como una hermana mayor. Una mamá que los ayuda".
Siete naciones en una sala
En el 1°A del Liceo Miguel de Cervantes de Santiago hay un alumno chino, un haitiano, un colombiano, un dominicano, dos argentinos y 17 peruanos. Es decir, de los 36 niños que componen el curso, 23 son inmigrantes o hijos de inmigrantes. "Yo soy chinito y también chileno", grita Vicente Liu Tan (7), quien asiste con sus papás a las reuniones de apoderados para poder traducirle a la profesora lo que dicen sus padres, que no hablan una gota de español. "Yo soy dominicana, pero como vivo en Chile soy chilena también", interrumpe Charleny Manzueta (6), jugando con las más de veinte trenzas que lleva pegadas a su cabeza.
La directora del liceo, donde actualmente hay alumnos de 35 nacionalidades, explica que a los niños les encanta el hecho de venir de diferentes partes del mundo: "Es algo que los motiva a aprender. Si un compañero peruano llega a la clase de música con una zampoña, todos los compañeros la quieren tocar", explica. El contraste de orígenes ha transformado la manera de hacer las clases de los profesores: en Lenguaje se habla de al menos un autor de cada país y en Historia se repasan los grandes hitos y la geografía de sus países. El 21 de mayo se resaltan a los héroes de Perú y Chile, y cada año se realiza una feria intercultural donde comparten arte, música y gastronomía de cada país. Ahora planean enseñar a todos sus alumnos el himno peruano, para acompañar el chileno. "Espero que en unos años más todos se sepan los himnos de todos. Si hay algo de lo que la educación pública va a poder jactarse, es de haber aportado a una educación integral sin discriminación", asegura Brito.
La única togolesa
Quamba Cataria-Okouetevi (29) es la única togolesa que vive en Chile. Es periodista y contadora y llegó a Chile buscando refugio político hace 4 años. "Fui una de las muchas concubinas del presidente de mi país y un día en un programa de radio hablé en contra de él y de su gobierno. Después de eso comenzó una persecución y me amenazaron de muerte. Tuve que salir arrancando", cuenta en un español que apenas se entiende. Un contacto suyo gestionó su salida a algún país donde no existieran conexiones con Togo; terminó llegando a Calama. Quamba no tenía idea dónde estaba y no entendía el idioma; ella solo hablaba algo de francés y el dialecto de su país llamado mina.
En el aeropuerto, después de horas, encontraron a una mujer que hablaba francés, que le ofreció llevarla a San Pedro de Atacama para un trabajo. "Fue un infierno, ella me llevó para que me prostituyera en San Pedro y como no quise, me quitó todas mis cosas y me dejó tirada en la calle. Fue horrible: un chileno abusó de mí y viví por cinco días en un auto abandonado", recuerda con lágrimas en sus ojos. Luego consiguió trabajo como empleada doméstica y pudo regularizar su situación con ayuda del Centro de Atención al Migrante de Santiago y tramitar sus papeles como refugiada política. "Todos los días rogaba ayuda para encontrar a alguien de mi país aquí, pero me decían que era la única. Hasta que me ofrecieron contactar a algún africano y ese día fui la persona más feliz del mundo. Sentí un alivio en el pecho", recuerda. Se reunió con un congolés y cuando lo vio lo abrazó por largos minutos y, por fin, se lanzó a hablar sin parar. Hoy, Quamba está casada con un chileno, tuvieron a Josué, su primer hijo, y abrieron un almacén al lado de su casa en Macul. "Gracias a mi marido y mi hijo me reconcilié con la vida y ya no me siento sola en Chile", dice.
De Ecuador a Maipú
En el Centro de Salud Familiar de Maipú, donde se atienden 66 mil usuarios, 10 de los 16 médicos que trabajan ahí son extranjeros. Seis son ecuatorianos y los demás doctores son bolivianos, haitianos y venezolanos, todos con su situación profesional regularizada en el país. Como en otros consultorios, estos médicos extranjeros han ayudado a cubrir las vacantes en la atención primaria, donde los sueldos no son tan altos. "Hay un déficit de médicos en Chile, por lo que para uno que viene de fuera es una oportunidad", observa la directora del consultorio, Sonia Molina. Y agrega: "Hay doctores extranjeros de una calidad indiscutibles que los usuarios los aman y siguen donde estén. Muy ocasionalmente nos ha pasado que alguien no quiere ser atendido por un extranjero y prefiera un chileno, pero es algo raro. Aprecian a los extranjeros porque son amables, tienen un trato muy cordial", dice.
Los médicos ecuatorianos que aparecen fotografiados trabajan con un enfoque de medicina familiar y llevan varios años en el Cesfam de Maipú: el doctor Fabián Vallejo es uno de los más antiguos, con 10 años trabajando en el lugar. Mientras la doctora Elena Molina lleva solo dos en este consultorio, pero 17 trabajando en Chile en atención primaria. "Chile es un buen destino para desarrollarse en medicina Y en mi caso me ha recibido bien, con cariño", dice el doctor William Cuenca que atiende niños. "Además que como llevamos un buen tiempo aquí nos conocen y uno también conoce a la gente, porque los ha seguido en el tiempo y eso les da confianza", agrega el doctor Vallejo, quien atiende a niños y adultos.
Nacidos en Chile
Cristián Valencia Manríquez (11 meses) tiene el pelo rizado y la piel color chocolate de su padre colombiano. Mientras que Iker Radic Kim (2) heredó los ojos rasgados de su madre coreana. Ambos son chilenos, al igual que otros 60.507 hijos de inmigrantes que han nacido aquí desde el 2010. "Cuando salgo con él a la calle me dicen: 'qué negrito más exquisito' y me pregunta de dónde es. Se sorprenden cuando les digo que es chileno", cuenta Ivon Manríquez (22), chilena y de piel muy blanca. "La gente no me cree que soy su mamá, piensan que soy la que lo cuida. Yo siempre les digo: pero mírenlo, si tiene mis ojos", agrega riendo. Por su parte, la madre de Iker, Woo Kim, es coreana, de ojos completamente rasgados y casada con un chileno. Como Woo vive desde los 6 años en Chile, se siente local y le gusta tener un hijo nacido acá. "Es más mi papá el interesado en traspasarle a Iker nuestra cultura: le habla en coreano y, cada vez que viaja, le trae cuentos de allá".
Trajo a cinco mil peruanos
En bus y con apenas 15 dólares en el bolsillo, llegó a Santiago el peruano Edilberto Pérez (54) en diciembre de 1992. En esta foto, lo acompañan 50 de los 5 mil peruanos que, asegura, ha ido trayendo a Chile en estos 24 años para que trabajen en sus 24 restoranes –entre los que se cuenta las cadenas de Ají Seco y Alto Perú– o en lugares donde él los ha ido recomendado. El primero que trajo fue a su hermano menor, después llamó a su primo hermano, luego fue a buscar a su mujer y a sus hijos. Más tarde fue el turno de sus primos, sobrinos, amigos de la infancia y el colegio, vecinos y miles de desconocidos que en cada viaje que hace a Lima o Ninabamba, el pueblo donde nació, se le acercan con huevos y cuyes para rogarle: "Edilberto, por favor, llévame contigo".
Tanto lo buscaban e intentaban contactar desde Perú que le encargó a una prima abrir una oficina donde entrevista y selecciona a quienes quieren venirse a Chile; también los ayuda a hacer los trámites para venirse. "A todos los ayudamos a financiar el viaje y les buscamos dónde llegar". Edilberto dice que en estos años ha ido por lo menos 1.500 veces al aeropuerto para recibir a sus paisanos y en otras miles ha mandado a su chofer o a algún ayudante. "Yo me preocupo de que estén todos bien, lo siento como una responsabilidad, porque yo sé lo que se siente cuando llegas a probar suerte a un país desconocido. Pero estoy tranquilo, porque los chilenos nos han acogido con cariño y nos han dado todas las oportunidades", dice mientras recuerda que en 2006, el año en que abrió cuatro nuevos restoranes, fue el año que más peruanos recibió. "Me cuesta creer el imperio que hemos construido y todos los compatriotas que están aquí felices y realizados. Me emociona pensar que hoy muchos son empresarios, dueños de restoranes, de almacenes y negocios, y que ellos a su vez han ido trayendo a su propia gente", dice. Los últimos dos peruanos que Edilberto ha recibido llegaron hace apenas un mes y su teléfono sigue recibiendo llamadas de peruanos que sueñan con venirse a Chile.