Me he estado acordando de los años en que quería ser cantante. Escuchaba todo el día a Christina Rosenvinge y estaba pegada leyendo a Ray Loriga. Tenía unos 13 años y una amiga del colegio me prestó Caídos del cielo. Me lo leí mientras me imaginaba escapando muy lejos, casi casi hasta el final donde nadie da consejos.
A esa edad todo parecía posible. El futuro era una hoja en blanco, llena de sueños, todos alcanzables. Yo cantaba todo el día, estaba en un taller de pintura al óleo y veía mi futuro empapado de arte. No sabía si hacia bien o mal las cosas, no era muy crítica con mis obras, simplemente las hacía. Era artista, lo decía y lo sentía.
Por ahí por los 15 empezó aparecer con fuerza una sombra de eso que se llama vergüenza. Dejé de cantar tan fuerte, de mostrar con confianza mis pinturas y me escondí en mi diario de vida. Ese era el único espacio en el que me sentía libre: nadie lo leería (o al menos eso pensaba) y podía llenarlo de palabras intensas, de historias, de amores y desamores. Mis diarios eran como fuego de hormonas que recorren letras, sin comas ni pausas.
Nunca he dejado de escribir. Pero sí de cantar en público. Hasta hace unos días, en que leí por primera vez unos textos que en algún momento reconocí como poemas. Mis oyentes eran un grupo de desconocidos, conectados por video chat en un taller de textos cortos. Todos escriben, todos me escuchan. Me tiritaba la voz y me tragué una lágrima cuando leí uno al que le puse Despadre. Nunca pensé que cantar mis poemas sería tan lindo.
He llevado una vida muy relacionada a lo artístico, pero nunca me he vuelto a reconocer artista como lo hacía en la adolescencia. Recién ahora empiezo a sentir que las vergüenzas y los miedos se alejan. Y a entender que los fantasmas y la crítica siempre estarán detrás de los que crean algo desde el corazón. Porque exponerse así y mostrar lo que se lleva dentro tiene ese costo, y hay que ser valiente para reconocer la voz creativa y seguir adelante.
Lo que digo es que nunca es tarde para ser artista. Y que el arte brota, tarde o temprano. No hay cómo callarlo, porque grita. Toma la forma que sea: se canta, se escribe, se baila, se pinta, se talla, se amasa. Si te grita, hazle caso, porque te va a hacer bien. Te va a conectar con lo bello, con real, con el mundo, con la materia. Con la contemplación y con la observación. Con la imaginación, con el juego, con el canto y con el amor. Pero ojo, como escribió Bukowski, "Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas".