A los coleccionistas nos gusta agrupar objetos de una determinada categoría. Yo he coleccionado infinitas cosas y todas tienen factores comunes. Lo primero es que el criterio dentro de la categoría es arbitrario y personal, simplemente gusto. Lo segundo, es que lo que se decida coleccionar tiene que ser lo suficientemente escaso para que signifique un desafío encontrar cada pieza, pero a la vez posible para que no perdamos el entusiasmo. El tercer criterio tiene que ver con la dimensión y precio de la pieza.

Siempre me aventuro más por las pequeñas que no requieran tanto espacio de almacenamiento y no tan costosas como para no sufrir cada vez que sumo un nuevo integrante a la colección. Por último, no me gustan los objetos intocables. No soy de almacenar tesoros en vitrinas para que nadie los toque o use. Me gustan los objetos que son parte de lo cotidiano, se les da uso, se distribuyen en distintos rincones con variados propósitos. Mi colección estrella y que reúne todos los factores mencionados es la de cajitas de lata antiguas.

Lo que más me importa son sus colores y formas. Más que nada me guía su originalidad y diseño. Tengo más de 80 y las uso para el té, las galletas, los algodones en el baño, las llaves en la entrada de la casa, los anteojos, las pulseras o incluso las cuelgo para decorar ciertos muros. No están en un lugar específico, sino en cada rincón de mi casa. Es una colección que surgió de manera espontánea. Lo curioso, es que muchas veces en ferias veo locales llenos de cajitas y no me decido por ninguna. El ser una caja de lata no da entrada asegurada a mi colección.