Odiar a la actual polola del ex: “Nos enseñan a competir entre nosotras, y nadie nos dice que ese odio es injustificado y dañino”

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“A principios del 2019 terminé una relación de cuatro años. Siete meses después, en pleno estallido social, me enteré por una amiga que él había empezado a salir con otra persona. Mi amiga los había visto caminando juntos y luego de saludarlos a lo lejos, agarró su teléfono y me llamó a mí. Le había advertido que si alguna vez se enteraba de algo, me lo tenía que contar. No porque quisiera estar al tanto de sus andanzas –entendía, por más difícil que se me había hecho la terminada, que entre nosotros ya no quedaba nada y que lo más sano era terminar–, pero porque no quería ser la última en enterarme. Una dinámica un poco nociva, lo sé, pero reinaba en mí el miedo a quedar atrás.

Mi amiga entonces, después de pensarlo mucho, me llamó y me dijo; ‘querías que te contara, bueno, llegó el día. Lo vi con otra mina’. Le pregunté si estaba segura, si no lo había visto con alguna amiga. Y me dijo que cachó al tiro por el lenguaje corporal de ambos que se trataba de algo más. Sentí el pecho apretado, un poco de ansiedad y le agradecí. Pero en ese minuto no entendí por qué había insistido tanto en que me contara. Ahora que sabía, solo se gestaba en mí cierto rencor y rabia. Por supuesto que lo primero que hice fue meterme a sus redes sociales. Hace tiempo que no lo veía, porque lo había silenciado, pero ahora solo quería ver quién era esta nueva mujer en su vida y si ya la había publicado. Seguro no había subido nada, con lo reservado que era, pero yo sabría encontrar algún like o comentario fuera de lo común.

Busqué hasta que di con ella y apreté su perfil. No me reconocía a mí misma, ¿desde cuándo tan pendiente y por qué estaba metida en su perfil? Sentía que no lo podía controlar, estaba en una misión y no iba a terminar hasta lograrla. Quería saber quién era, pero más que eso, encontrar en ella alguna falla. Sí, lo asumo porque ahora soy consciente de eso y porque no hay nada que me avergüence más. Creo que es importante verbalizarlo para justamente poder trabajarlo. Porque ese día me di cuenta que frente a una noticia así –como que nuestro ex está con alguien, o cuando conocemos a la ex de nuestro actual–, el foco pareciera desviarse del sujeto con el que tuvimos o tenemos una relación y recaer en ella. En la mujer que estuvo o está actualmente con él. Esa mujer que nosotros aprendimos a envidiar, temer u odiar, como si se tratara de una amenaza constante para nosotras. Pero ¿por qué? ¿Es, acaso, culpable de algo? Ciertamente no, pero encontramos una manera de culpabilizarla igual, y, de paso, de descalificarla. En nuestra sociedad nos enseñan a competir entre nosotras, porque así es más fácil controlarnos. Así de simple.

Aprendemos desde muy chicas a odiar a la actual polola de nuestro ex, lo vemos incluso en nuestras madres divorciadas, cuando empiezan a comentar respecto a la nueva. ‘Que es una loca’, ‘que se cree lola’, ‘que tu papá se va a arrepentir’. Incluso esperamos, secretamente, que se arrepienta. Y luego nosotras replicamos esas mismas conductas, que solo nos hacen daño a nosotras. Nadie nos cuenta que ese odio es injustificado.

Yo asumo que antes de apretar su nombre esperé con todo mi ser encontrar a una mujer menos atractiva y menos inteligente que yo. Y eso, ahora que lo pienso, es sumamente nocivo. Pero la vi, y encontré a una mujer como una, con su vida, sus intereses, alegre, linda, en su propia búsqueda. Eso lo puedo decir ahora, pero en su minuto estaba demasiado ofuscada buscándole alguna imperfección, como si eso hubiese cambiado algo. Como si eso me hubiese hecho sentir mejor a mí. Llamé a mi amiga al tiro, buscando su apoyo, y le dije ‘es demasiado fome, no van a durar nada’. A lo que por suerte, ella me respondió; ‘¿por qué dices eso?’. No era la respuesta que esperaba, pero ahora la agradezco. Y creo que es el tipo de respuesta que tenemos que empezar a normalizar. Porque estamos demasiado acostumbradas y dependemos mucho de que nuestra amiga nos diga ‘sí, toda la razón, y es horrible. Tu eres mil veces mejor’.

En marzo del año pasado me los topé en una fiesta, de esas últimas fiestas a las que asistimos antes de la pandemia. Mi primera reacción, por supuesto, fue la de hacerme la canchera y mirar con cara despectiva, casi como ‘ay, ¿tu eres la nueva polola de mi ex?’. Asumí una postura, incluso corporal. Y me di cuenta que esa es, justamente, la reacción a la que gran parte de las mujeres recurrimos frente a ese tipo de situaciones. De manera casi automática, como si se tratara de un mecanismo aprendido y replicado. Pero eso solo da cuenta de una inseguridad. Por aquel entonces no lo sabía aun, entonces la miré feo toda la noche, hasta que ella se acercó a saludarme. Y ahí no pude negar que se trataba de una mujer con la que probablemente me llevaría bien. Obvio, ¿por qué no? Solté entonces mi postura rígida y me relajé, y recién ahí pude identificar la cantidad de muros defensivos que ponemos las mujeres cuando en realidad no hay ninguna amenaza. Pero porque así lo hemos hecho siempre, porque nos han puesto en esa postura. La actual de nuestro ex es, en nuestra cabeza, una amenaza, pero nadie te dice que ese es un relato inventado, y que en realidad, si una se diera el tiempo, podría hasta ser una amiga. O una conocida buena onda. ¿Por qué la primera reacción tiene que ser la de odiarnos? ¿No sería más sano y natural que se vaya dando de la manera que se tiene que dar, sin los prejuicios preestablecidos?”

Pía Lagos (29) es maquilladora y fotógrafa.

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