Ollas comunes, el comienzo de un nuevo tejido social femenino

Ollas comunes Paula



“Voy a pedir disculpas porque estoy cocinando y no puedo tener la cámara prendida”, dice Karla Sepúlveda (30) entrando a la entrevista virtual donde ella y dos de sus vecinas de la comuna de La Pintana hablan del proyecto Por Todas, agrupación de más de 30 mujeres que históricamente han trabajado en temas de género desde la academia y diversas fundaciones.

Isidora Vicente tiene un diplomado en RR.HH. y es experta en gestión de proyectos sociales con foco en género y fue una de las mujeres que partió con la iniciativa. Cuenta que cuando a finales del año pasado vino la crisis social, pensaron cómo, en esta sociedad tan fragmentada, podrían hacer algo por las mujeres que lo estaban pasando mal. Luego llegó la pandemia y las urgencias cambiaron. “El hambre comenzó a ser un tema y nos dimos cuenta de que las necesidades más urgentes se estaban resolviendo en las ollas comunes que en un 90% estaban lideradas por mujeres. Mujeres que teniendo las mismas carencias de todo su sector, decidieron no esperar que alguien las ayudara, sino que decidieron sostener, ellas mismas a sus comunidades”, dice.

Y así partieron. De a poco se fueron sumando otras mujeres, como Yolanda Pizarro, doctora en educación y especialista en temas de género, que cuenta que tuvieron como punto de partida algunas cifras que son importantes de destacar, como el informe ONU Mujeres y del PNUD que planteó claramente que la pandemia va a empujar a 47 millones de mujeres y niñas a la extrema pobreza en el 2021. “Teniendo en cuenta esa realidad es que quisimos agruparnos, porque creemos en el trabajo colaborativo y de la co-construcción, especialmente de las mujeres. Ellas han sido claves en este proceso, y por tanto la experiencia que se ha desarrollado en las ollas comunes ha servido para fortalecer su autonomía económica para que, después de la crisis, ellas sigan en este proceso que han comenzado”, dice.

Como le ha ocurrido a Flor Rojas (40). “Todo lo que ha pasado desde el estallido, luego la pandemia y el agruparnos en ollas comunes me ha permitido darme cuenta de que no solo sirvo como dueña de casa, también sirvo para ayudar a mis vecinos, apoyarlos en la necesidad que se está pasando en ese momento, y siempre. Porque la pandemia dejó a la luz una necesidad que siempre existió”, dice. Y cuenta que lo que más valora de esta red femenina es el apoyo, el cariño y la contención. “Puede haber mucha gente que nos colabore con alimentos o plata, pero lo más valioso de esto es que nos entregan herramientas para salir adelante”. Isidora complementa y explica que con toda esta experiencia “entendimos que estas mujeres que lideran ollas comunes pueden iluminar el barrio con lo que se propongan. Por eso, más allá de ayudarlas en la solución inmediata que es alimentar a sus vecinos, la idea fue empezar a trabajar en un proyecto más desafiante que es proponer una nueva forma de vincularnos y a partir de ellas amplificar este impacto”.

Redes de seda

Al comienzo de la pandemia hubo mujeres como Flor que partieron sacando su olla de comida afuera para alimentar al vecino y actualmente está, de lunes a sábado, dando más de 300 raciones de comida diarias. “Ella nunca había tenido una posición de liderazgo, sin embargo, hoy está empoderada. Ahora hay que preguntarle, con ese capital, qué es lo que le gustaría hacer. Y ya está planteando un proyecto comunitario, nosotras podemos ayudarle a desarrollarlo, pero a partir de ella y no de nuestras convicciones”, dice Isidora. R

osa Madera, especialista en inversión social y también parte de Por Todas, explica que el trabajo entre mujeres no es unidireccional. “Es de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Vemos lo que quieren, cómo lo logran y tenemos un modelo colaborativo, es decir, impulsado por pares, que es lo que en el mundo está funcionando. La mirada femenina es el faro de luz que el mundo está necesitando y las ollas comunes son un punto de partida o un ejemplo para que el mundo entienda que faltan fuentes de financiamiento para mujeres y niñas, por el efecto multiplicador que ellas tienen. Las mujeres son capaces de ver las necesidades de todos, lo que está ocurriendo en su barrio con las personas mayores, los niños, los discapacitados. Generar un tejido social”, dice. .

Yolanda concuerda y dice que el tema pasa por cómo cambiamos el paradigma del rol de las mujeres en el territorio. “Una de las cosas que han permitido que este proyecto avance en el tiempo es que hay algo que para nosotras es clave y es que nos unimos desde nuestros propios dolores. Independiente de donde vivamos, que sin duda son realidades distintas. Nosotras no vamos a poder cambiar la realidad de ellas, lo que podemos hacer es entregarles herramientas de lo que hemos construido con ellas mismas, desde esos dolores que se unifican con los propios, y les vamos a entregar esas herramientas para puedan construir una calidad de vida mejor, más digna, más equitativa e igualitaria en ese territorio que ellas aman”.

“Al principio, cuando empezamos a hablar, estábamos serias, como empaquetadas. Pero después cuando uno se va conociendo y se relaja, te das cuenta de que en realidad todas pasamos las mismas cosas acá en la Pintana, allá en el Centro, en la China o donde sea. Las mujeres vivimos las mismas experiencias: discutimos con el marido, los hijos no hacen caso, tenemos sobrecarga de cosas, estamos estresadas”, dice Karla. Yolanda cree que por eso el cariño y apoyo emocional es fundamental. “Desde ahí hay que construir confianzas y trabajar juntas. Y no es fácil en un modelo que ha instalado las desconfianzas. Pero las mujeres tenemos esa capacidad de fortalecer o crear redes de seda, que son finas y firmes y nos permiten contenernos entre nosotras”.

La fuerza de lo colectivo

Isidora dice que el hecho de que todo esto haya partido en la olla, en la cocina, genera una confianza distinta, porque es lo mismo que ocurre cuando tenemos invitados a la casa. “Son muy diferentes las conversaciones que se generan en la cocina que en el living de la casa, porque ahí todos hacemos algo, todos ayudamos, no es una persona que atiende a otra”. Y es que es el espíritu de lo colectivo a donde ponen foco estas mujeres. Elizabeth López (33) es otra de las mujeres que participan del proyecto y concuerda con que las ollas comunes les permitieron ver que son capaces de más. “Antes estábamos todas enfocadas en trabajar, llegar a la casa y cerrar la puerta. Nos preocupábamos de la familia y sería. Pero cuando la gente empieza a ver que estas iniciativas se consolidan, la red crece porque todas se animan y se suman. Y me emociona ver que acá nadie viene por un interés personal ni individual, sino que porque realmente creemos en nuestra fuerza como mujeres”, dice.

Isidora agrega que lo que a las mujeres que participan de las ollas les motiva, es levantar proyectos comunitarios porque ellas no quieren salir adelante solas, ellas quieren que su comunidad salga adelante. “La pandemia nos ayudó a volver a la esencia, volver a mirarnos como personas, descubrir nuestros miedos, alegrías y tristezas y desde ahí hay que reconstruir esta nueva etapa que vivimos como país. Y las mujeres somos claves porque no solo nos miramos a nosotras mismas, sino que al entorno”, dice.

Karla prende la cámara. Dice que esto se dice mirándose a la cara. “Es hermoso lo que hacemos todas, que nos levantamos todos los días pensando que podemos hacer de este país un lugar mucho mejor. Por eso quiero tanto a estas chiquillas. Porque se meten a la cocina y trabajan a la par con nosotras, independiente de dónde vengan. Pero por sobre todo porque creen en nosotras y nos convencieron de que la olla común es el principio de algo mucho más grande que armaremos entre todas. Porque unas sin las otras, no podríamos hacer nada”.

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