Olor a verano
Hoy, que mis vacaciones de verano duran un par de días de escape a la playa, cierro los ojos y pienso en los olores que me llevan a los noventa, cuando partía casi tres meses al sur con mis papás, hermanos y abuelos para disfrutar de la calma del lago. Viene a mi mente el olor a coco, un clásico de los protectores solares con los que me embetunaban, porque quedo como jaiba después de pasar 10 minutos al sol. Es la esencia del bolso de playa, donde el coco se mezcla con la arena y todo es un pegoteado desastre. Ese olor también me recuerda los cuchuflís, barquillos y panes de huevo; a pedirle monedas a mi mamá, porque después de las 4 de la tarde en la playa empezaba a dar hambre. Llega la noche y es otro olor el que me inunda: el del mantel de paño con el que se cubría la mesa del comedor para las inagotables noches de carioca, poto sucio, cachos y uno que otro póquer. Peleas, risas, competencias con los vecinos y el kuchen que sobró de la once llegan de inmediato con ese olor que puede parecer cualquier cosa pero que en realidad dibuja toda una escena. Hoy el verano tiene más oficina y aire acondicionado, pero qué privilegio es poder cerrar los ojos y viajar en el tiempo, aunque sea un rato.
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