"Siempre he trabajado en el Estado, pienso que es una cosa que viene de familia. Mi abuela paterna, Marta García, era una persona con mucha vocación pública que trabajó por cuatro décadas en el Servicio de Seguro Social y se jubiló en 1974, a la edad de 65. En esos años de dictadura, ella vivía con mi abuelo en una casa con chimenea en La Reina, en la época donde esa comuna era un lugar de árboles frutales, calles sin pavimentar, animales y campo. Ahí viví las onces más lindas mi vida.
Me acuerdo de haber tenido 14 años y haber estado abrigadita cerca del fuego, mirando la cordillera nevada. Me sentía tranquila, contenida. Mis papás estaban separados, mientras que mis hermanas y yo hacíamos vida familiar con los tíos y los abuelos. ¡Era un entorno de tanto cariño! Por eso, cuando salíamos del colegio volábamos a tomar once con ellos.
La mesa era súper política. Mis abuelos se habían jubilado con pensiones bastante precarias para haber trabajado tantos años en el servicio público, por lo que la familia completa resintió la desprotección que da una mala jubilación. Por eso, yo sentía que servir una mesa de once como la de ellos era una cosa que se hacía con mucho esfuerzo. Quizás por eso, también, los sabores que le daban contexto a nuestra conversación de política, de cuidarse y solidarizar, eran tan, tan caseros.
La cocina de mi abuela tenía olor a pan tostado y al ajo aplastado del mortero. Cuando llegaba de su trabajo, recuerdo que se ponía a hacer mermeladas o conservas con la fruta que había recogido de los árboles del patio. Me entretenía tanto mirarla que así aprendí a hacer pan, queques, tortas y muchas cosas más, como pelar una gallina y el valor de comprar huevitos frescos y un trozo de queso Las Águilas.
Ese periodo fue, emocionalmente, el más importante para mí y mis hermanas, nos sostuvo para todo lo que nos tocó vivir después. Ahora que crecí, trato de revivirlo haciendo lo mismo. Cuando recibo a mis amigos o a mis hermanas a tomar once yo misma les hago el pan, preparo un queque y armo la mesa con salame, frutos secos, palta, queso y dos teteras: una con té y otra con leche.
Que la mesa tenga cosas hechas por uno es una forma de querer y que sea linda dignifica. Yo me vinculo mucho con los objetos y por lo mismo, me preocupo de usar cuencos bonitos, de que visualmente uno se sienta atraído por la comida y por lo estético. Eso y el verse, conversar y darse cariño son las cosas que más disfruto de tomar once".
La artista visual Ximena Pezoa tiene 48 años y es directora del Museo de Artes Decorativas y del Museo Histórico Domínico. Actualmente vive en un departamento de Ñuñoa con su hija Margarita (17) y su gata Talia.