"Quedé viuda a los 32 años y desde ese momento mi vida cambió. Yo era dueña de casa en San Bernardo y me gustaba serlo. Estaba enamorada de Hugo, que era un hombre excepcional para la época. Mi mundo entero era ser su compañera y la mamá de sus niños. En tres años tuve tres hijos, ¡todo muy rápido! Es que no existía la píldora anticonceptiva, que es el invento más maravilloso del siglo XX. Yo era feliz esperándolos con la once servida, con un quequito o con pan amasado calentito, pero cuando enviudé descubrí que yo tenía otras potencialidades.
Me tuve que hacer cargo de la empresa de mi marido. Estaba acojonada, pero creo que lo hice bien. Hacíamos galpones en un mundo de puros hombres y lo hice con gusto. Aprendí a porrazos, hasta que descubrí que mi ventaja era ser mujer y que la amabilidad y la humanidad eran buenas herramientas en los negocios. Y ahí estuve hasta los 62, que fue cuando me jubilé, vendí la casa de siempre y me vine a vivir sola a Providencia. Una vez que estuve instalada me metí a todos los cursos para el adulto mayor que ofrece la municipalidad, así que ahora bailo tango, flamenco y hago yoga.
Quedar viuda fue muy distinto a lo que imaginé. Fue un accidente de avión totalmente inesperado y me costó mucho asumirlo. Caí en un hoyo profundo y creía que me iba a morir, pero no pasó. Salí de ahí y me transformé en una persona independiente capaz de liderar una empresa, de criar tres niños chicos, de enamorarse una y otra vez, de disfrutar la soledad. Sí, mi mesa se achicó, pero se fue agrandando de a poco y se llenó con siete nietas maravillosas. Así fue como me convertí en la Mamama y la familia de cuatro se transformó en un matriarcado donde en cada generación manda calzón.
La once de hoy es más práctica y aunque me preocupo de regalonear a todos los que llegan a mi mesa, el kuchen es comprado y el café de sabores está listo para echar agua caliente, revolver y tomar.
Para mí la hora de once es una instancia que aúna a las personas que hacen distintas cosas durante el día, es un momento donde todos somos iguales frente a un té caliente, un buen recuerdo o alguna emoción. A veces me recuerda a los sábados en la casa de mi mamá, cuando los cuatro hijos volvíamos con todos los cabros colgando a tomar tecito. Era muy agradable llegar, descubrir el olorcito a queque en el horno y volver a sentir eso que uno siente cuando se acurruca a dormir al lado de la mamá. Esa cosa cálida y de piel".
Marilú López tiene 80 años, vive en Providencia y es viuda, abuela de siete nietas y ex empresaria.