"El concepto de buen padre se inventó recién hace unos 30 años. Antes de eso se esperaba y normalizaba que el padre fuera silencioso, ausente, poco confiable y egoísta. Todos decimos que queremos que eso cambie, pero básicamente lo seguimos aceptando. Sin embargo, en las madres no lo toleramos. No lo aceptamos estructural ni espiritualmente, porque la base de nuestra cultura judeocristiana es la virgen María, que además de ser virgen, da a luz, apoya incondicionalmente a su hijo y sostiene su cadáver al morir. Dios, en cambio, está en el cielo. Y ni siquiera se digna a bajar de ahí para embarazarla".
Con ese monólogo, interpretado por la actriz estadounidense Laura Dern en la película Historia de un Matrimonio, la abogada de divorcio le explica a su cliente las exigencias a las que históricamente han sido sometidas las mujeres. Y es que no basta con establecer que la realización absoluta se da a través de la maternidad, sino que también se espera –como si se tratara de un consenso social implícito– que cumplan con una serie de mandatos en los que el modelo a seguir es uno impuesto por la religión: el de la virgen María. Santa, pura, caritativa y, sobre todo, la madre perfecta.
En el siglo XVI, Fray Luis de León, perteneciente a la orden de San Agustín, le escribió un libro a su prima que tituló La perfecta casada, donde explicaba cómo debía ser la esposa ejemplar. El libro, que sirvió de manual para los matrimonios de la época y que se siguió publicando hasta el siglo XX, partía así: "Este nuevo estado en que Dios ha puesto a vuestra merced, aunque es como camino real más abierto y menos trabajoso que otros, no carece de sus dificultades y malos pasos (…) y tiene necesidad de guía como los demás; porque el servir al marido, y el gobernar la familia y la crianza de los hijos, y la cuenta que juntamente con esto se debe al temor de Dios (todo lo cual pertenece al estado y oficio de la mujer casada), obras son que piden mucho cuidado, y que todas ellas juntas no se pueden cumplir sin favor particular del cielo".
Con estos versos, se daba paso a una de las publicaciones claves que incidieron en la construcción del imaginario femenino, donde el rol principal era el de servir al marido y criar a los hijos. Y en el que la sexualidad quedaba restringida únicamente a la finalidad procreativa. Aunque clave, ciertamente no fue el primero. En el Nuevo Testamento, San Pablo planteó que las mujeres debían estar en silencio; el Deuteronomio –libro bíblico del Antiguo Testamento y del Tanaj hebreo– estableció que si la mujer no sangraba en su noche de bodas "los hombres del pueblo podían apedrearla hasta la muerte"; el Corán estipula que las mujeres heredan menos que los hombres y un rezo judío ortodoxo agradece a dios "por no haberme hecho mujer".
Y es que a lo largo de la historia las religiones monoteístas –y los sistemas patriarcales que las han validado y por las cuales se sostienen– han condicionado el deber ser de la mujer. Alejandra Ramm, socióloga especialista en estudios de género, Estado y políticas públicas, lo explica así: "Todas las religiones, no solo el catolicismo, han ido moldeando de manera restrictiva las libertades de la mujer. Este imaginario, cuyos primeros indicios aparecen en el Génesis, donde Eva se presenta como la responsable del pecado original, ha ido condicionando lo que la sociedad espera de la mujer. Y, si bien es difícil plantearlo como única influencia, dado que en lo social se cruza con otros intereses, ciertamente es sustantivo". De ahí surgen las tres figuras femeninas que siguen condicionando los roles de la mujer hasta el día de hoy: Eva, como la tentadora que guía el hombre a la perdición; María, como la santa, virgen y madre; y María Magdalena como la prostituta arrepentida. La triada que marcó el imaginario social imperante en torno a la mujer.
En Chile la separación entre Estado e Iglesia fue en 1925. Pero en 1980, el Decreto Supremo N 1.150 declaró con las palabras "invocando el nombre de Dios Todopoderoso", que se daba por aprobada la Constitución Política, vigente hasta la fecha. Se repetía así una acción que había sido constante en los instrumentos políticos nacionales. "Más allá de que exista la secularización, nuestra visión de mundo y valores siguen estando muy permeados por el catolicismo, y esto se refleja claramente en lo difícil que ha sido despenalizar el aborto y el rechazo inicial frente a los métodos anticonceptivos artificiales. Porque nuestro sistema de creencias, que se alimenta por mitos, sigue estando muy ligado a la religión, aunque hayan de otras proveniencias", explica Ramm.
A la fecha, un 45% de los chilenos se declaran católicos. Pese a que la Iglesia Católica haya perdido adherentes (un 36% dice confiar "mucho" o "algo" en la institución), sigue siendo uno de los agentes de conocimiento que ha ayudado a moldear –y no a cambiar– un sistema social en el que la mujer es considerada ciudadana de segunda clase. La historiadora y docente de la Pontificia Universidad Católica, Verónica Undurraga plantea que: "La Iglesia es uno de los tantos agentes de conocimiento que se han involucrado en la contención sexual femenina. Tenemos, de hecho, una situación de igual valoración de la castidad femenina y de contención en el mundo musulmán y judío. Pero este imaginario tiene una pluricausalidad y se sustenta por el patriarcado, que de por sí se nutre de distintas variantes. Es decir, sistema patriarcal y religión se van validando y sosteniendo mutuamente. No tienen cabida el uno sin el otro", explica. "Hay estudios de campo en los que se plantea que en las comunidades mediterráneas se forjó una noción muy específica y restrictiva del honor vinculado a lo sexual. Para el hombre se trata de la virilidad expansiva; mientras más potencia sexual, más macho. Para la mujer, en cambio, se refleja a través de la honra. Una honra femenina asociada a la castidad y al matrimonio. Y esto sigue presente hasta hoy", concluye.
Como explica Alejandra Ramm, en parte eso es lo que da paso a una visión de mundo en el que se valoriza a la mujer recatada, que llega virgen al matrimonio y cuya única sexualidad permitida es dentro del matrimonio, visión que termina de forjarse cuando a finales de la Edad Media la Iglesia decreta que el matrimonio es sagrado, y que a su vez adquiere mayor potencia en la época victoriana en Europa. "La mujer es construida desde el catolicismo, y muchas otras fuentes, como un ser pasivo. Y aunque hayan pasado los años y nos hemos secularizado, en nuestro imaginario seguimos asociando a la mujer a una persona obediente y seguimos pensando que el matrimonio es para siempre", explica Ramm. "Más que eso, seguimos pensando que la mujer debería, libremente, abrazar la maternidad, porque solo en ese destino se va poder realizar. Ahí evidentemente no hay referencia al goce sexual".