El año 2000, el médico holístico Steven Bratman sorprendió al mundo de la nutrición cuando lanzó su libro Health Food Junkies, que podríamos traducir como Adictos a la comida sana. Entre sus páginas, uno de sus mayores descubrimientos fue el de un desorden alimenticio del que hasta entonces no se había hablado públicamente, o del que la comunidad médica no había acusado recibo. Se trata de la ortorexia, o la obsesión por comer de forma saludable, que llevaría algo que en teoría es positivo, a convertirse en un fenómeno patológico.
Tres años antes, Bratman había escrito en el Yoga Journal: “Muchas de las personas menos balanceadas que he conocido son aquellas que se han dedicado a la alimentación saludable. De hecho, creo que algunos de ellos han contraído un nuevo desorden alimenticio”. Y es que se trata de un problema que lleva a que quienes lo padecen, a buscar el control sobre cada cosa que comen o no, similar a lo que sucede con las personas que tienen anorexia; el control es la clave.
De hecho, aunque las personas con ortorexia no se distinguen por limitar las calorías que consumen día a día, sí comparten varias características con quienes viven con anorexia, como por ejemplo, revisar de forma compulsiva las listas de ingredientes de los productos que van a comer, recortar grupos alimenticios como azúcares, lácteos y la carne, y pasar varias horas al día pensando en qué tipo de comida servirán en algún evento al que asistirán. Pero también presentan otros patrones que los hacen únicos, como una alta preocupación por saber qué tan saludables son los platos que les están sirviendo, la incapacidad de consumir alimentos que estén fuera de lo que consideran saludable o limpio, un interés inusual en los hábitos alimenticios de los demás, y estrés o ansiedad cuando no hay alimentos saludables para comer.
La escritora y activista Mik Zazon, relata en su blog parte de su vida con ortorexia, entregado una mirada interna a una enfermedad que a veces cuesta explicar. “Solía decir que era vegana, vegetariana, que no consumía lácteos, que no consumía gluten, e incluso me convencí a mí misma que tenía intolerancia a ciertos alimentos. Cuando alguien me ofrecía comida fuera de los límites de ese estilo de vida, los rechazaba de manera educada. Algunos me preguntaban el por qué, y yo simplemente decía que era vegana. O cualquier cosa que me pareciera convincente. Era más fácil que decir la verdad: ‘soy ortoréxica y me da miedo comer eso porque mi vida se va a acabar’”.
Mik cuenta que su ortorexia terminó llevándola a la bulimia y a un trastorno de atracones, producto de todas las restricciones alimentarias a las que sometía a su organismo, y a la inmensa presión que esto le provocaba. Y es que como se explica en un artículo publicado en el Washington Post “a diferencia de la bulimia o la anorexia, en el caso de la ortorexia el problema no es la dieta, es la obsesión que la acompaña. Y a diferencia de los otros desórdenes alimenticios, el objetivo de una persona ortoréxica no es perder peso, es la pureza”.
El principal problema de la ortorexia, es que fácilmente se confunde por vida sana. Basta con revisar algunos blogs o videos de influencers que promueven un estilo de vida saludable y balanceado, para encontrarnos con alertas: “Busquen productos que no tengan más de cinco ingredientes”, “si no se pudre después de una semana no es saludable”, o “si comes mal un día, no te preocupes, con comida saludable podrás recuperar tu organismo y desintoxicarlo”.
Y si bien buscar alternativas saludables en la alimentación no es necesariamente algo negativo, obsesionarse con eso sí lo es. No solamente dejas de alimentarte de forma balanceada, sino que además en términos de salud mental te puedes encontrar con una serie de dificultades. Al igual que con la mayoría de los desórdenes alimenticios, cuando tienes ortorexia no quieres salir con amigos a no ser que puedas controlar qué vas a comer y qué no. Estás constantemente pensando en comida, en lo que ya comiste y en lo que vas a comer, para asegurarte que nada se escape de las “normas” que has establecido. Y es altamente probable que no consumas el mínimo de calorías diarias que tu cuerpo necesita.
Una narrativa comúnmente propagada en sitios y cuentas de redes sociales que promueven la vida sana, es que la alimentación es nuestro combustible. Que comemos para funcionar, para tener energía, e incluso para curarnos. Pero dejan de lado todo el sentido social que la comida también trae consigo. Y esto provoca pensamientos y emociones que pueden terminar siendo dañinas, porque puede que un healdo, una hamburguesa o una pizza no te nutra en lo más mínimo, pero el haber compartido esa comida con amigos y amigas, o haber pasado un buen rato, sí es fundamental para la salud global.