El simple acto de observarnos en un espejo esconde un mundo de complejidades y Patricia Cordella, psiquiatra especialista en el estudio de los trastornos alimentarios, comprobó que esa imagen que vemos frente a nosotras, no es lo que parece. “Lo que proyectamos ahí no es un volumen o una figura material, sino que algo mucho más complicado que está asociado a saber quién eres tú en el mundo y cómo quieres que te reconozcan”, asegura. Ese reflejo, muchas veces, puede estar dañado, y esa es la base que define los Trastornos de Conducta de la Alimentación (TCA) desde 1873. Y también el origen de las infames anorexia y bulimia.

El último Manual de Diagnóstico de la American Psychiatric Society (DSM-5 2013), incluye a ambas como principales enfermedades, junto al Trastorno por Atracón o Binge y la Pica -comer sustancias que no son alimentos como tierra o metal-, pero no menciona una serie de fenómenos que también nacen de la insatisfacción con esa imagen en el espejo y que “son la punta del iceberg para los trastornos más graves, que viven camuflándose como conductas para tener una vida sana, cuando en realidad son todo lo contrario”, explica Patricia Cordella.

Los más comunes, dentro de lo desconocido, son la Ortorexia, la Drunkorexia, la Potomanía y la Permarexia, un grupo de “fenómenos de advertencia que comparten características con las patologías oficiales y que hoy se manifiestan mucho más seguido en las pacientes chilenas”, explica Rosita Behar, psiquiatra y académica de la Universidad de Valparaíso con 20 años de experiencia en investigación sobre el tema. “Estas conductas se definen por una serie de triquiñuelas y compulsiones para controlar el peso, pero que en su base tienen una serie de complicaciones psiquiátricas que generan una necesidad de control”, agrega.

Así, según explican los especialistas, un día podemos sentirnos seguras de que saldremos a la calle a brillar, y al otro no querer ni siquiera asomarnos por la ventana, porque el nivel de disconformidad con nuestra apariencia es total y absoluto. Ese es el juego del espejo que relata Patricia Cordella, que se desarrolla adentro de nuestra cabeza y que es importante entender antes de observar nuestras conductas. “Lo que vemos de nosotras se guarda en la psiquis en formato de imágenes análogas y sin sentido. Luego la imagen pasa a la mente, que se ocupa de la lógica y la construcción del significado. Ahí es donde nacen los trastornos, en la construcción del significado de quién es uno en el mundo, permeando nuestra salud mental y orgánica, explica la psiquiatra. Es por esto que las conductas riesgosas de alimentación, que chocan entre sí y se camuflan como dietas para el bienestar, son tan peligrosas, ya que según la experta constituyen el deterioro de la mente, la psiquis y del cuerpo de la misma forma que las patologías definidas.

Permarexia: Contar calorías hasta en el aire

Es específicamente una conducta que se da en los inicios de un TCA. Es el punto donde se afirma algo tan peligroso como la anorexia y que está basado en el temor a engordar. “La paciente vive con diversos miedos que siente que no puede controlar desde muy pequeña, excepto, el de subir de peso”, dice Patricia Cordella, especificando que así se parte, contando calorías por doquier.

La obsesión por ver las calorías de todos los productos que se consumen comienzan a influir todos los temas de conversación de las personas: aparecen hasta en los lugares más insólitos y definen decisiones alimentarias y sociales. “Es la primera señal de rigidez, un discurso de control que va camino a transformarse en una patología, en la medida que ocupamos más y más tiempo en pensar en el tema, hasta que finalmente la organización completa de nuestra vida depende de esas calorías”, agrega Patricia.

Ortorexia: La obsesión por la dieta sana

Es comer, literalmente, alimentos 100% naturales todo el tiempo, considerar peligrosos aquellos que son procesados. “Trae consigo importantes restricciones dietéticas, patrones de alimentación ritualizados y la imposibilidad de consumir alimentos que se consideran poco saludables, impuros, procesados o incluso tratados con pesticidas”, dice la especialista Rosita Behar. Según su estudio de 2019, su prevalencia en la población general es del 6,9%, mientras que los profesionales de la salud son los que evidencian más riesgo de tenerla, entre 35% a 57,6%.

La palabra viene del griego “rectitud al comer”, un fenómeno que las especialistas definen como “la punta de iceberg” en las conductas propensas a terminar en trastornos alimenticios. Es por esto que se debe prestar mucha atención a las señales de Ortorexia, por ejemplo, “si las actividades cotidianas de una amiga están supeditadas a la planificación, compra y preparación de estas comidas adecuadas y se escandaliza cuando ve comida procesada. Preocuparse de elegir productor orgánicos puede ser sano, pero de ninguna manera cuando esto se transforma en una obsesión, incluso teniendo como posibilidad perder relaciones sociales y una insatisfacción afectiva con las personas que no lo hacen”, dice el estudio publicado en la Revista Chilena de Neuro-Psiquiatría a principios de junio de este año.

Drunkorexia: Reemplazar la comida por alcohol

Según el Centro Nacional de Adicción y Abuso de Sustancias de la Universidad de Columbia, el 50% de las personas con trastornos alimentarios abusan del alcohol o las drogas ilícitas, en una tasa cinco veces mayor que la población general. Se trata de uno de los fenómenos más graves, porque también potencia las enfermedades que vienen junto a la adicción. “La señal se muestra, por ejemplo, cuando una mujer ayuna durante todo el día en el trabajo o en su cotidianeidad, y luego llega a la casa a tomarse una botella de vino y un picoteo”, explica Rosita Behar. “Eso definitivamente puede transformarse en alcoholismo, provocando que esa sustancia intervenga en la salud de forma más extrema e incontrolable”.

Pero es una actitud más recurrente en las jóvenes, quienes entran en un círculo vicioso. Así lo revela un estudio de la Universidad de Florida en 2018, que analizó la conducta de 25,000 estudiantes en 40 campus de Estados Unidos, entre 16 y 21 años. Todos catalogados como bebedores compulsivos, el estudio muestra que “ayunaban diariamente para luego entrar en esas noche de borrachera, creyendo que no comer les ayudará a bajar de peso y, además, a emborracharse antes. Luego, aunque se den cuenta de que lo que hicieron fue malo para su salud, asumen que podrán compensar la ingesta de calorías con la clase de spinning al día siguiente, y por supuesto volviendo a no comer”.

Potomanía: Saciar el hambre con más de seis litros de agua al día

Tomar dos litros de líquidos diarios es lo recomendado por los especialistas y estudios internacionales han comprobado que efectivamente el agua genera una sensación de saciedad. Incluso algunas publicaciones aseguran que tomar agua antes de comer reduce los niveles de ingesta en un 13%.

Entonces, a partir de la creencia poco profundizada de que el consumo excesivo de agua ayuda a dejar de comer, pueden haber consecuencias serias por sobrehidratación, que según la médico nutrióloga y Decana de la Facultad de Nutrición de la Universidad de los Andes, Eliana Reyes, “derivan en la alteración de los electrolitos, problemas renales y disminución considerable de sodio en el cuerpo”. Además, ese consumo excesivo es producto de la ansiedad y el estrés, según Rosita Behar. “Las personas que reemplazan la comida con agua, té, café o bebidas energéticas evidencian una búsqueda de energía, son capaces de tomar hasta seis litros diarios, creyendo que el agua, al ser un elemento puro y que debiese favorecer al cuerpo, bastará”.

Cuándo y cómo buscar ayuda

Patricia Cordella explica que esas compulsiones por regular todo lo que comemos nacen en la infancia, incluso antes de los cuatro años, cuando se está forjando el vínculo con la familia. “La misión durante esa etapa es que los padres sostengan el bienestar emocional de sus hijos para que durante toda su vida puedan regular sus emociones e inseguridades. Pero si eso falla, veremos una angustia tremenda que nos cobrará siempre en los periodos más vulnerables de nuestras vidas y se expresa en el control de la comida”.

“Ahí es cuando una conducta que parecía inofensiva se transforma en una enfermedad crónica que lleva a las mujeres al abismo en muchos períodos”. Aunque la probabilidad de incurrir en estas conductas riesgosas es mayor en las adolescentes entre 10 y 19 años, existen otras etapas de vulnerabilidad, donde las posibilidades de que estas dificultades instauradas en la psiquis se manifiesten y nos pasen la cuenta.

Eso es lo que descubrió Rosita Behar en 2017, con su investigación Trastorno de Alimentación en Mujeres Mayores. “Después de la mediana edad (50 años), en la época de la menopausia, la mayoría de los factores de riesgo son similares a los encontrados en las adolescentes. De hecho, el 80% de las mujeres mayores dicen que sintieron menos satisfacción en la mediana edad que cuando eran más jóvenes. El 83,9% detesta su estómago y el 74% su figura corporal”, dice el estudio.

Si le sumamos los datos 2015 del Informe Global de Belleza y Confianza de Dove, realizado en base a testimonios de 10.500 mujeres y niñas en 13 países, seguimos comprobando que la ansiedad por la apariencia es un problema crítico durante toda vida de las mujeres, y que muchas veces las lleva a aplicar soluciones riesgosas. Ocho de cada diez niñas (79%) e incluso más mujeres (85%) admiten no participar en eventos importantes cuando no les gusta cómo se ven y 9 de cada 10 dicen que no comen cuando se sienten mal por su imagen corporal.

Las tres especialistas están de acuerdo con que “la manera más probable de que una mujer logre salir del trastorno siempre será salvarla de la desnutrición primero”. Eliana Reyes explica que es lo que primero se nota y que “hay que tratarla lo antes posible, porque comienzas por hacer una dieta, pero luego restringes tu ingesta de sobremanera hasta que tu cuerpo se adapta y pierdes el apetito. Los órganos se desnutren, aparecen enfermedades graves como la anemia y a la larga te encuentras con la muerte. Para que eso no pase, hay que devolver todos los nutrientes, vitaminas y proteínas a su lugar”.

Sin embargo, el tratamiento de la mente y la psiquis es lo que formará una base para superar todo lo que se esconde detrás de no comer. “La psiquiatría tratará todos los trastornos que puedan provocar estas conductas o surgir como consecuencias. La etapa psicológica va a intervenir principalmente en las relaciones con la familia cuando son adolescentes, o con la pareja cuando son adultas. Ellos son indispensables para sanar, porque la posibilidad de hacerlo solas, es nula”, dice Patricia Cordella. Por eso en los manuales de tratamiento de TCA se exige que las mujeres que tengan conductas de riesgo alimentaria estén siempre acompañadas.