"Me lavé los dientes con dinamita", respondía el actor Pablo Cerda de niño, según indicación de sus dos hermanos mayores, cuando le decían algo sobre sus inquietantes dientes. "No sé por qué los tenía verdes, unos chongos horribles", recuerda.
De ese niño de siete años, Pablo (28) conserva el mismo tamaño de las orejas, una amplia y traviesa sonrisa y el entusiasmo desbordante con el que se embala hablando de Domingo, el segundo cortometraje que dirige con su productora La Nena. El primero fue Agua fría, cuyo guión escribió Alberto Fuguet.
En televisión, Pablo debutó en la serie Ídolos, de TVN, en 2004. Luego se dedicó a hacer teleseries –17, Amor en tiempo record y Floribella– y series nocturnas como Los treinta. En Canal 13 se ha lucido en Papi Ricky y Lola.
Y si bien hasta ahora no ha hecho un rol protagónico, los entendidos, que suelen hacer rankings con las figuras televisivas de mayor proyección, lo ubican en el número uno. A él le da lo mismo.
–Estoy en la segunda fila y eso me permite tirar panfletos para adelante.
Es nuestro primer encuentro. Estamos en Canal 13 y, para recibirnos, Pablo se escapa varias veces de las grabaciones de la teleserie Cuenta conmigo, te quiero a morir. Ahí interpreta a un italiano simpático. Y mino. Pero su cabeza está en otro lado. Como niño en vísperas de su cumpleaños, no para de pensar en el rodaje de Domingo, que comenzará en apenas dos días. Está ansioso. Quiere empezar luego. Ya.
–No voy a parar de filmar, porque entendí que es lo que quiero hacer. Ésta es la micro que quiero tomar, un trabajo sin muchas expectativas, pero que me da libertad. Estoy disfrutando, y si lo hago coherentemente y de corazón, algo va a pasar– afirma ilusionado.
Quedado y abacanado
Pablo nació y vivió su infancia en San Antonio, puerto del que no tiene grandes recuerdos. Pronto se fue a vivir a Illapel, a la casa de su abuela.
–La verdad es que no me siento parte de ningún lado –sentencia un poco fastidiado–. Es cool ser de provincia. Me encanta ser un desconocido en Santiago, porque acá todos se conocen por el colegio en el que estudiaron y eso me carga. Yo vengo de un colegio de monjas en Illapel, en los recreos me iba a tomar desayuno con mi abuela a la casa, que quedaba al lado, y escuchaba la campana para entrar a clases.
¿A qué edad llegaste a Illapel?
A los 12. Una edad complicada, extrañaba mucho a mis papás.
¿Dónde estaban ellos?
En San Antonio. Mi mamá era profesora y mi papá, comerciante. Me fui a vivir a la casa de mi abuela porque ellos trabajaban todo el día y yo pasaba mucho tiempo solo. Mis hermanos también se fueron a Illapel en la media. Illapel nos convoca, todos en algún momento pasamos por ahí. Mi familia es un matriarcado encabezado por mi abuela; yo me crié rodeado de mujeres, mi abuela, mi hermana y mi prima, escuchando a Chayanne, ¿me entiendes? Ellas me enseñaron a planchar y doblar bien una camisa y, gracias a mi abuela, que tiene una tienda allá, aprendí la importancia de tener una tenida para ocasiones especiales.
¿Qué más te enseñó tu abuela?
Mi abuela me obligaba a salir.
¿Eras quedado?
Era muy miedoso. Hasta adolescente fui muy miedoso.
¿De qué?
No sé, de la vida.
Sus amigos insistían. Le silbaban de la vereda y le gritaban: "Ya poh Pablo, te estamos esperando". Él se hacía el leso. Entonces llegaba su abuela por centésima vez: "Pablito salga, están todos los niños afuera, vaya a jugar". Él bajaba la cabeza y, desganado, se asomaba a la ventana para decirles que se fueran no más.
¿Cómo eras en el colegio?
Bien pesado. Ahora entiendo que tiene que ver con carencias afectivas y cosas raras, un tema muy profundo, para qué hablarlo… Me sentaba al fondo de la sala y era hiriente.
¿Ejercías el bulling? ¿Eras niño maltratador?
¿Se dice bulling ahora? Yo era pesado, pero no matón ni violento… Aunque igual dejaba llorando a mis compañeras, incluso a las profesoras. Era tallero, pesado y ponía sobrenombres. Todo mal.
¿Te da lata haber sido así?
Obviamente. De hecho, pasé el Año Nuevo en Illapel y me encontré con muchos compañeros de curso. Todos me saludaron muy bien, pero me invadió un tremendo sentimiento de culpa… Los miraba y pensaba: "Cómo decirles que la vida da vueltas y uno cambia. Que quiero pedirles disculpas".
¿Lo hiciste?
No, pero mis disculpas se sentían en el ambiente.
El factor Fuguet
Pablo practica hankido, un arte marcial que, dicho brevemente, trabaja sobre la base de movimientos circulares, el equilibrio y la energía. Junto a sus compañeros de la escuela MoonMuKwan ganó el campeonato mundial de la disciplina en Corea en 2007.
Por ir a Seúl, Pablo rechazó la invitación del escritor Alberto Fuguet a protagonizar su corto Hormigas asesinas. Tal como escribe Mark Twain en Tom Sawyer, sin darse cuenta Cerda descubrió que para que alguien anhele alguna cosa, hay que volverla difícil de conseguir.
–Cuando le dije que no, Fuguet quedó enganchado. La idea era muy bonita, pintaba para buena, a todos nos interesa hacer cine y yo dije que no– recuerda.
Y aunque Pablo nunca ha leído un libro de Fuguet, –de hecho, se enteró que existía Mala onda cuando lo conoció–, terminaron haciéndose amigos y trabajando juntos. El guión del corto Agua fría, de Cerda, seleccionado el año pasado en el Festival de Cine de Huelva, es de Fuguet. Y Dos horas, el corto de Fuguet que acaba de participar en el Festival de Rotterdam, fue protagonizado por Pablo.
¿Cuál es el concepto que cruza tus cortos?
Básicamente la muerte, el paso del tiempo, cuando las cosas que eran ya no son. Domingo es un almuerzo entre un padre y su hijo, en el que no pasa nada y pasa todo. No hay grandes discursos, se trata de un papá muy bello en su simpleza. Mientras hay algunos padres que en una frase te dan la clave para diez años en tu vida, hay otros que lo único que tienen para ofrecerte es su compañía.
¿Cómo te llevas con el tuyo?
Súper bien. A mi edad vas entendiendo o te vas apestando con tu padre, pero el círculo se empieza a cerrar y lo empiezas a aceptar sin juzgar.
Domingo habla de la muerte. ¿Cargas con muchos muertos?
Sólo dos. Mi madre y mi mejor amigo, pero…
Pablo se arrepiente de lo que acaba de decir. Y baja la cabeza.
–Es un tema muy íntimo. Exponerlo sería como quedar desnudo, como mostrar las cartas. La muerte me ha ayudado a tomarme la vida con relajo. Aunque me desenvuelvo en un mundo donde la imagen es muy importante, mi búsqueda va por otro lado. Con el tiempo, la muerte se ha transformado en tranquilidad, aunque no tengo muy solucionado el tema. A diferencia de algunos artistas intelectualoides, no creo que haya que sufrir para crear… Chao, yo quiero pasarlo bien.