"Mi aproximación a la moda viene del dibujo", cuenta Pablo Ramírez (40) en su estudio de San Telmo, en Buenos Aires,
y recuerda su primera anécdota vinculada al diseño. "Estaba en el jardín de infantes y la maestra me retó, me dijo 'Pablito, las macetas no van en la cabeza'. Le respondí: 'pero si son sombreros'". Ese fue su primer diseño, de un carácter fantasioso que persiste hasta hoy, con influencias del cine y el teatro. El resultado: alta costura y prêt à porter que tienden a ser monocromáticos en blanco y negro, y un acotado trabajo de sastrería chic para hombres. Son diseños reconocidos en Nueva York, Madrid y Berlín. "Era difícil imaginar a un chico como yo convertirse en diseñador. Vengo de un pueblito de las afueras de la capital
y soy hijo de un mecánico y una dueña de casa", reflexiona.
Ramírez inició su carrera en 1994 con una colección de jumpers hechos en denim y fue descubierto por Jean Elbaz, diseñador de Armani Exchange en París, gracias a lo cual llegó a trabajar a Francia. Pero su gran salto en la escena se produjo en la primera edición de la Buenos Aires Fashion Week (2001), cuando Isabella Blow –la fallecida editora inglesa que descubrió a Alexander McQueen–, Stephen Gan –fundador de la revista Visionaire– y Michael Roberts –gurú de The New Yorker– se pusieron de pie para aplaudirlo y lo tildaron como el último héroe de la moda sudamericana.
Para el invierno 2012 su colección tiene raíz española vinculada al ballet y al flamenco. "Es una versión oscura de esa cultura, con mucha sensualidad contenida", explica.
Fiel a sí mismo
¿Los elogios de los especialistas determinan tu forma de trabajar?
No, lo que me interesa es no traicionarme. La primera temporada que hice estaba de moda el color y la alegría y yo hice una colección negra, con modelos tapadas. Recuerdo los nervios que tuve al ver a Isabella Blow y cómo después del desfile vino al backstage y me compró un montón de ropa. Lo mismo me pasó cuando conocí a la periodista Suzy Menkes, que me vino a ver después de un
desfile en Berlín. La mujer se sabía todo lo que yo había hecho.
Tus colecciones siempre tienen un relato, como si fuesen obras de teatro o películas.
Sí, creo que la moda es un lenguaje que habla de sí misma. Vestirse no es un hecho práctico, sino que uno se expresa y transmite.
¿Hay algo de tu fascinación por el negro en esto que dices?
Totalmente. Uso negro porque intento subrayar a la persona. El color distrae, cuando para mí lo importante es la síntesis. Trabajo sobre las formas puras. Mi trabajo se divide en dos partes: una, tiene que ver con el cuerpo y, la otra, con la persona, con hacer cosas que le queden bien a todo el mundo. Por otro lado, con esas mismas prendas construyo personajes para las historias que quiero contar. Hay gente que no entiende lo que hago y que dice que son disfraces.
¿Recibes muchas críticas?
Sí, y escucho todo. Pero no me importa cuando alguien dice: "Ah, en esta temporada, entonces, hay que vestirse de monja". La temporada que pasó hice la colección Escuela, con vestidos que remitían a
las maestras e institutrices de hace 50 años, porque tenía ganas de contar eso. Para mí, la moda es fantasía.
¿La moda te ha llevado a conectarte con lugares íntimos de tu personalidad?
Diseñar tiene que ver con preguntarse quién es uno. Quién soy, qué quiero, qué me gusta, de dónde vengo, a dónde voy.
¿Cuál es la diferencia entre elegancia y estilo?
El estilo se construye, como la identidad. La elegancia tiene que ver con cómo cada uno interpreta ese estilo. En esa construcción influyen la educación, los modales, los libros que leíste, los lugares a donde fuiste, tu historia, haya sido adversa o no. Mira el caso de Chanel, abandonada en un orfanato, fue alguien que se construyó.
¿A qué mujeres te hubiese gustado vestir?
A María Callas, porque también se construyó. Los entendidos dicen que no tenía una técnica perfecta, sino que era la pasión lo que la movía. Eso tuvo que ver con su pasado, con ser gorda, fea y lo que la hizo transformar esa historia y convertirse en una diva, palabra que se inventó inspirada en ella.
Las grandes ligas
¿Qué te parece lo que está sucediendo con la moda en Latinoamérica?
El mayor cambio lo hizo Brasil. Logró construir diseño e industria. Ahora hay diseñadores brasileños con boutiques en París. Eso se logra con una política de Estado y defendiendo, desde la sociedad, la propia identidad. Buenos Aires tiene un capital de producción y de creatividad muy grande en las artes, incluido el diseño. Pero nuestro mayor fenómeno fue la creación de la carrera universitaria de Diseño de Indumentaria –libre y gratuita–. Eso sentó un precedente para toda Latinoamérica.
¿Qué es lo más valioso de presentar tu trabajo afuera?
El registro que queda. Tiene que estar bien filmado y fotografiado. Muchos diseñadores mienten cuando dicen que venden porque fueron a participar a una semana de la moda. Para vender tienes que hacer una inversión, ir durante cinco años y presentar invierno y verano, tener un agente de prensa radicado, un showroom donde mostrar tu colección. Presentar un desfile sirve para hacerte conocer y tener un registro impecable para mostrar.
¿Cuál es la mayor diferencia del trabajo local respecto de los europeos?
Acá, cuando presentamos un desfile, al otro día tenemos la colección colgada en la tienda. Lo que hacen los europeos es mostrar un parámetro. Cuando termina el desfile vas al taller y esperas que los clientes vengan a hacerte los pedidos, que la prensa venga a fotografiarlo y ver qué gustó para trabajar esa tendencia. Recién a los seis meses, una vez que sabes lo que prendió, cuelgas la colección.
La nueva colección de Ramírez, influenciada por la obra de García Lorca, fue presentada en el Teatro Colón como parte del BAF.
Conectado con la música
Ramírez, hombre de múltiples intereses, se ha vinculado al pop y, con eso, ha democratizado su trabajo. Ha diseñado para Adrián Dárgelos, líder de Babasónicos, y fue el encargado del vestuario de Gustavo Cerati para el arte y presentación del disco Episodios sinfónicos. "Me dijo que él no era un cantante lírico, pero que iba a estar con una sinfónica, y que tenía que ponerse algo que lo ayudara a darle cuerpo a su voz de cantante pop. Por eso pensé en un tapado para ir a la guerra y a él se le vino la imagen de El Principito. Como el color de ese traje es azul, quise hacerlo de denim, sinónimo de rock y cultura joven. Lo que más me sorprendió fue la gracia y la soltura con la que se desenvolvía, como si hubiera nacido con el tapado puesto. Era una prenda muy difícil de llevar porque era muy grande, larga, pesada y tenía cola. Nos quedó una relación de admiración mutua.
Él es una persona amable, cálida, amorosa", recuerda.