Paula 1226. Sábado 20 de mayo de 2017.

"Esa mañana no le tenía miedo".

Esa frase fue lo primero que escribió de la novela. El inicio del relato de un viaje al sur en 1971 con sus padres, en que les tocó la erupción del volcán Villarrica. Era lo que al principio Pablo Simonetti quería contar, aunque no sabía muy bien por qué. El episodio más autobiográfico de su nueva novela, Desastres naturales que derivó en una reflexión sobre la paternidad y las distintas maneras de ser hombre. En la relación del protagonista, con su padre y sus hermanos en el contexto de Chile en 1970 y 80, en pleno régimen militar, y su complejo crecimiento siendo gay.

"Esa mañana no le tenía miedo. Al contrario, lo sentía mi cómplice".

Tomando un café en su departamento de El Golf, el escritor que comenzó su carrera ganando el Concurso de Cuentos Paula con Santa Lucía y que después habló abiertamente de su homosexualidad en los medios –fue de los primeros– extiende sus largos dedos y agrega que esa noche en Villarrica, pese a la lava cercana, "nunca estuvo la sensación de estar sin protección, mi padre proyectaba una suerte de héroe", dice. "Y en esa frontera de identidad personal y pertenencia que siempre es tan conflictiva, en ese momento me sentí muy perteneciente".

Ese verano es como un paraíso perdido para el protagonista de la novela, Marco Orezzoli, y también para Simonetti.

Ese paraíso, quizás para ambos nunca volvió a armarse.

¿Tú no querías escribir de la paternidad ni de tu papá?

Al principio, no. Era recuperar ese momento especial y único. De ahí para abajo, me di cuenta que era la relación con el padre, con los hermanos. La pregunta fue ¿qué pasó desde ese momento hasta la separación y por qué se produjo esa distancia insalvable? Todo lo que él pasa en la adolescencia, de extrañamiento consigo mismo, con su mundo, con sus postergaciones, con las humillaciones que vive en el tema sexual, son el camino del distanciamiento de su mundo de pertenencia. Esta es una novela sobre los dolores y las dificultades de Marco haciéndose hombre con las figuras paternas, con su papá, los compañeros de curso, los tíos.

¿El libro es un análisis de las distintas masculinidades?

Sí, desde una en particular que es la masculinidad gay de Marco. Y están estas otras, algunas bastante tradicionales en la literatura. Lo que sí corresponde a mi realidad, es el conflicto de esta masculinidad diversa respecto de estas otras, que estaban consagradas dentro del panteón familiar: el padre y los hermanos.

En el libro hay una frase que dice "Mi padre murió sin saber quién yo era, todavía no sé quién fue él". Hay un amor que queda pendiente entre el padre y el hijo, ¿eso es real?También es autobiográfico. Tuve un infarto cerebral leve, pero los tres días que pasé en la clínica fueron momentos en que pensé en mi padre, en su fragilidad. Uno empieza a ver este horizonte de enfermedad y de muerte, vuelve atrás y dice: "fui tan poco…", estoy buscando la palabra...

 "La pregunta que todavía me hago es de dónde nacía esa rabia mía arbitraria e inhumana", reflexiona el protagonista. ¿Así te sentías con tu papá a veces?

Sí, claro. Porque había en mi relación con él –y eso está transmitido en la novela– un antagonismo pero, si te das cuenta al leer, el padre tampoco era tan antagonista. Pero el hijo lo ve así porque se crea esta distancia que no se puede superar, es como la imposibilidad del padre, la imposibilidad del hijo. El protagonista dice: "Él me hacía sentir débil por el solo hecho de existir". Marco ve a su padre como una dificultad para su plenitud. Ahora que ya la vida no es plena, que han pasado los años y tiene 50, se da cuenta de que el padre está enfrentando sus propias dificultades, y que él no había sido lo suficientemente... de nuevo ando buscando la palabra... buen hijo, amoroso, cariñoso.

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Pablo Simonetti de chico en Concón.[/caption]

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El día que recibió el diploma al mejor egresado de Ingeniería de la UC.[/caption]

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Con Roberto Bolaño en el lanzamiento de "Vidas Vulnerables".[/caption]

En 2004 dijiste que era muy fácil para un hijo homosexual echarle la culpa al padre, pero que ese hijo tampoco quiso ver las cosas buenas porque ese padre lo desafía, lo pone en tela de juicio por ser heterosexual.

A través de los procesos de salida del clóset uno tiene un crecimiento personal, sin duda, porque tiene que enfrentar sus miedos, el posible rechazo de los suyos, y eso te fortalece. A mí me fortaleció a tal punto que después tuve una segunda salida del clóset que fue dedicarme a escribir. Pero si hubiera podido crecer en una familia amante y cuidadora de este hijo gay en buenos términos, seguramente habría crecido de una manera mucho más integrada, sin estas disociaciones, y con una seguridad en mí mismo que no la habría ganado por oposición sino por cercanía. Cuando los espacios de intimidad están coartados por los prejuicios, se ocasiona que muchos hijos crezcan de esta manera dolida cuando se trata de su diversidad.

¿Cuánto de paranoia hay en la manera de mirar al padre?

No sé si sea una paranoia cuando el padre lo que encarna –y en ese sentido Marco es un niño sensible y se da cuenta– es un tipo de masculinidad muy unívoca. Tiene el sentido del poder, no le gusta ser contestado en sus argumentos. El padre no sabía que su hijo era gay ni tampoco hizo ningún tipo de brutalidad, pero estaba completamente protegido por una idea de masculinidad muy estrecha. Uno podría decir que esto es una novela de género en ese sentido.

En 2004 dijiste que no estabas por el matrimonio gay. ¿Cuándo cambiaste?

Estoy totalmente en desacuerdo con esa opinión hoy. En ese minuto tenía una sensación de rebeldía porque creía que, en el fondo, el matrimonio era una forma de domesticación, y he cambiado por completo de opinión porque creo que cada uno tiene que tener la libertad de adquirir los vínculos que quiera, de la forma que quiera, pero sobre todo con los derechos que le correspondan y eso va absolutamente más allá de cualquier rebeldía. Y el matrimonio, nos guste o no, tiene un grado de reconocimiento social muy fuerte.

"En esta novela por primera vez dejé de sentir al padre como antagonista, y lo sentí como un compañero de fragilidades. Era un momento único en mi vida, que no había sentido nunca".

"Era un hombre valiente"

¿Qué tienes tú de tu papá?

Yo tengo muchas cosas de mi padre, y las he ido comprendiendo con el tiempo. Antes pensaba que todo lo bueno me venía por mi madre, porque era el lado más artístico de la familia. Pero de mi padre tengo un atisbo de valentía, y lo digo ahí (en el libro). Mi madre era una mujer muy cultivada, pero llena de terrores. Y esos terrores yo los siento, andan dando vuelta, los se superar, he encontrado las maneras –no sé si siempre sanas– de salir adelante, publicar mis novelas, enfrentar la exposición que significa la crítica, tener una voz pública con todo lo riesgoso que puede llegar a ser. Y eso es mi padre. Era un hombre de empresa, determinado, y valiente. Creía en la iniciativa personal, en la voluntad de sacar algo adelante. Si no fuera por él yo no tendría nada de eso. Tengo de él un sentido de la medida, del alcance de las cosas.

¿Prudencia?

No sé si prudencia... Tal como mi padre yo puedo entrar a un lugar –de negocios, en una novela, en un lugar físico– medirlo, y saber de qué estamos hablando, en qué dimensión nos estamos moviendo. Tal como de mi madre heredé la capacidad de leer mucho a las personas en la mirada y los gestos, con mi padre es con los momentos de la vida en que hay que despejar. Los principios maternos son más enmarañados. Los de mi padre tienden a despejar el espacio y lo que está por venir. Yo todas estas novelas no las podría haber escrito sin el principio paterno con el que me eduqué. El verlo salir adelante, ese principio para mí fue muy fundamental.

¿Era muy exigente?

Tengo desde muy niño un complejo de buen alumno. Era como mono sabio. Competitivo. Nunca tuve la sensación de que él me exigiera demasiado porque yo respondía con  creces. Pero ahí hay algo en la relación que es muy esencial. En esa búsqueda mía de estar siempre respondiendo, al igual que Marco, termina el personaje y termino yo con que el deber ser se impone a tu vocación y a tu fuego intelectual. Mis novelas, en cierto modo, son actos de mala conducta. Pero en esta novela, por primera vez en vez de sentir al padre como antagonista, lo sentí como un compañero de fragilidades. Era un momento único en mi vida, que no lo había sentido nunca.

¿Lograste equilibrar a tu papá con tu mamá?

Sin duda. Lo que tuve que hacer es bajar a mi madre del altar y subir a mi padre desde los primeros círculos del infierno. Los dos son seres de carne y hueso y a los que extraño mucho, y los dos me constituyen mucho a mí. Esa es una habilidad que uno adquire, la de darse cuenta de cómo está siendo su madre o su padre según las circunstancias.

Cuando murió tu papá, ¿sentiste que habías sido injusto con él?

Cuando murió, había una pena enorme acumulada. Uno por esta distancia, y la otra, por la incapacidad de conectarse con su enfermedad, que fue desastrosa. Era Parkinson. Y había mucho dolor involucrado, incluso más allá del dolor personal de no haber hablado con él acerca de mi homo-

sexualidad. Seguramente ese dolor permanece porque son esos ciclos que no se cierran.

¿Nunca hiciste el intento de hablar con él?

No. Cuando salí del clóset, mi padre estaba en un estado muy frágil, lloraba por cualquier cosa. Ese es uno de los quid de la novela, y decir, bueno, podría haberlo hecho. Era eso, y al mismo tiempo la posibilidad de que él, desde su fragilidad, se afirmara en su masculinidad antigua o clásica, y dijera sencillamente "éste hijo no es mi hijo". Y me convirtiera en un paria. De verdad. Y no era una cosa que en ese tiempo fuera inusual. Habría tenido el apoyo social e incluso familiar porque, en ese tiempo, desterrar a una persona gay de la vida familiar no estaba fuera del orden de las cosas.

"Yo tengo muchas cosas de mi padre, y las he ido comprendiendo con el tiempo. De mi padre tengo un atisbo de valentía".

¿Temes envejecer después de ver el deterioro de tu padre?

Me gustaría conservar la cabeza y una salud que me permita desenvolverme de manera independiente. Uno vive más, pero en una condición de fragilidad enorme. Soy asmático, tuve este infarto cerebral, sin secuelas, pero uno dice, el día menos pensado me toca a mí... Y, si miro hacia atrás, me costó mucho recuperar la dignidad en este lugar al que la sociedad le había arrebatado la dignidad.

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En su colegio, el Luis Campino.[/caption]

¿Sentiste que la habías perdido en un momento?

O sea ser gay en Chile era algo indigno, así de simple. Por supuesto que nunca perdí la dignidad, que es un atributo personal, sino más bien me refiero al respeto de los demás, que me consideren igualmente digno de ellos.

Uno pensaría que tú siempre has gozado de respeto.

Pero cuando me salí del clóset y se supo, no fue tan respetado. Se llenó de silencios, uno nota la incomodidad, si somos seres humanos. No te tienen que gritar la rabia para que tu sientas que ya no es lo mismo porque claro, también hay un proceso de desconfianza de la otra persona de decir "bueno, yo siempre he conocido a un señor que era heterosexual y ahora de repente me dice que es homosexual y, además, ¡me presenta al novio!". Entonces ahí hay un proceso de adecuación de la otra persona que no es fácil, lo entiendo. Pero para mí siempre hubo una necesidad de dar la batalla para sentirme digno de mí mismo, a los ojos de mi gente.

¿Si te atacan o critican ya no te amargas?

Tengo la piel frágil yo. No soy de piel dura.

¿Qué cosas te duelen?

Que crean que yo... Lo de Iguales lo hice porque estaba ahí en ese momento. Sencillamente me tocó ser la cabeza de un movimiento que tomó forma a propósito de las circunstancias de esos años. Pero hay mucha gente que dice que yo lo hacía por interés, de poder, de figuración, político.

¿O de revancha?

No es eso. Y que no puedan entender que es una persona  desde su lugar en el mundo… un lugar que me costó mucho alcanzar. Me costó llegar a ser quien soy, primero porque tuve que desarraigarme en cierto sentido de un mundo  conservador, católico, para poder llegar a ser una persona gay, sana con la cabeza y las ideas. Tuve que recomponerme, rearmarme, tuve que crear una nueva base de creencia y de compromiso y una nueva base intelectual incluso. Eso primero, y después convertirme en escritor, me costó mucho. Desde ese lugar hacer lo de Iguales y salir al espacio público, llevar esta bandera, es un acto completamente integrado con esa biografía. Todo el mundo pensaba que en esto había un acto de mezquindad. Yo siempre les digo ¿qué mezquindad? No quiero ser diputado ni Presidente ni nada de eso, y la figuración la tenía antes de Iguales, mis novelas vendían igual o más de lo que venden ahora. Y si soy capaz ahora de llevarles este mensaje a otros de que sí se puede vivir una buena vida, que se puede ser feliz con uno mismo sin estar rindiendo pleitesía ni servidumbre a un mundo que sencillamente lo único que quiere es que seas igual a ellos.

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En unas vacaciones en Villarrica.[/caption]

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"Me costó llegar a ser quien soy", dice Simonetti sobre su camino de escritor y en Iguales.[/caption]

¿Y cómo aplicas la compasión con gente que te discriminó?

No soy rencoroso, se me olvidan las cosas. De repente me peleo con alguien... El otro día un amigo me dijo que yo era un escritor gay y le dije "soy escritor y soy gay, ¡¿qué estás hablando?!", si eso es lo que soy. Es mi identidad. He escrito novelas que no tienen que ver con el tema gay, pero la perspectiva va a ser siempre mía porque soy yo. Y parte muy importante de mi identidad es el hecho de ser gay, para bien, para mal.

¿Pero militante?

Para nada. Los mensajes  de militancia son para Iguales. No estoy tratando de  convencer a nadie con mis novelas, todo lo contrario.

¿Qué te pasa con tu paternidad? ¿Fue una renuncia?

Nunca ha sido un tema para mí. Nunca he tenido ganas de ser padre, a estas alturas no tengo la energía para serlo. Veo a mis amigos más jóvenes que son padres, y los admiro profundamente. Hay que tener mucha energía, voluntad ¡y mucho amor!

¿No tuviste que hacer un duelo por no ser papá?

No. Ayudan mucho las novelas. Porque son como hijos. Es un lugar común, es cierto, pero cada cierto tiempo uno va dando a luz una historia que es validada y leída por mucha gente. No hay una sensación de infecundidad. Yo me siento una persona fecunda.