Paula 1149. Sábado 7 de junio de 2014.
MELLIZOS A LOS 57
Cuando el abogado Carlos Torres (58) se emparejó con Marcela (38) juraron que por ningún motivo se casarían y que tampoco tendrían guagua porque ambos se habían casado antes y tenían hijos (Marcela tres y Carlos dos). Pero tres años después estaban en la consulta del doctor escuchando que serían padres de mellizos. "No lo esperábamos, y menos que fueran dos. En un momento pensé que podían ser trillizos y ahí sí que casi me da un infarto. A mi edad yo ya estoy para abuelo", relata.
Los mellizos, Vicente y Maximiliano, acaban de cumplir un año y a pesar del trabajo que implican porque todo se multiplica, –doble de mamaderas, doble de baños, doble de juegos–, a Carlos le han sacado una fuerza que pensaba que ya no tenía y han unido a toda la familia. "Es bonito, pero también te hace sentir muy responsable. A mi edad debería estar pensando en la jubilación, pero tengo puesta mi cabeza en sacarlos adelante, en pagar los colegios y las universidades de los niños", dice. Pero también disfruta mucho el presente con ellos. Y se esmera en que las celebraciones sean a lo grande: en el bautizo y el primer cumpleaños de sus mellizos tiró la casa por la ventana.
CRIAR A LOS 70
Hace 12 años al fotógrafo Luis Poirot (73), le detectaron cáncer en el lagrimal y estuvo a punto de perder un ojo. Las enfermedades continuaron: después de dos meses de radiación, cuando comenzaba a recuperarse, descubrió que tenía diabetes. En esa época empezaba una relación con su segunda mujer, entonces de 22 años, y aunque jamás imaginó que volvería a tener hijos, llegó un momento en que sintió la profunda necesidad de tenerlos junto a su nueva pareja, pese a que él ya tenía 66. Primero nació Aurora (7) y luego, Isabel (3). "He tratado de estar lo más cerca que puedo de ellas", cuenta.
Luis tiene un hijo mayor, actualmente de 47, y reconoce que no fue con él un papá tan presente porque estaba preocupado de trabajar y de desarrollar su carrera y, además, "años atrás las dinámicas familiares eran distintas, incluso en las casas de clase media podía haber dos empleadas. Entonces, los padres estaban un poco de más en las funciones domésticas", recuerda.
Pero en esta nueva paternidad todo es muy diferente y él se comporta como los papás de ahora. Levanta a sus hijas para ir al colegio, les da de comer en la noche, les inventa cuentos antes de acostarse. Y les dice permanentemente que las quiere porque lo asusta la idea de cuánto tiempo podrá estar a su lado. Por eso es muy cuidadoso con sus controles médicos. "Para durarles lo que más pueda, ya que cometí la inconsciencia de ser padre viejo", dice. Y agrega: "Obviamente a veces me canso de tener hijas tan chicas, porque a los 70 y tantos uno se cansa, pero qué triste habría sido perderme esto. Por suerte son niñas; si hubieran sido niños habría tenido que andar jugando fútbol y no sé si habría podido".
OCHENTA Y TRECE
Guillermo Fuentes tuvo a sus hijos mayores cuando era muy joven: tenía 22 cuando nació el mayor y 24, cuando nació el segundo. Enviudó a los 62 años y entonces conoció a una mujer más joven y sin hijos y se volvió a casar. Tenía 66 años cuando nació Fernanda, hoy de 13 años, que está en octavo básico y, según su padre, pasa todo el día con los audífonos conectada al computador. Guillermo, que tiene 80 y aún trabaja como chofer, la cría a la antigua, lo que provoca a veces ciertos roces con Fernanda.
"Es una adolescente y me asusta lo que viene. Las niñas de hoy son cosa seria, salen tarde y llegan a las 3 de la mañana a sus casas. Yo le doy permiso hasta las 12 y me preocupo de ir a dejarla y a buscarla para saber dónde y con quién está. Cuando sea más grande y quiera quedarse hasta más tarde, seguiré llevándola yo mismo, aunque me toque hacerlo a las tantas de la madrugada. Quiero sembrar para cosechar". Hay solo una cosa que Guillermo reconoce no haber conseguido con Fernanda: mientras los dos hijos mayores lo tratan de usted, su hija menor lo tutea. "En eso tuve que dar mi brazo a torcer".
VOLVER A LA PLAZA
"Cuando era joven me imaginaba que a los 50 iba a poder tomarme un año sabático en Nueva York o en la playa. Que me daría el lujo de rechazar alguna teleserie y tendría tiempo para escribir. Que tendría esa sensación del deber cumplido porque mis hijos Antonio (28) y Pedro (25) ya estarían grandes", dice el actor Cristián Campos quien, el 9 de marzo de 2010 y con 54 años, figuraba en una sala de parto cortando el cordón umbilical que unía a su hija Julieta con su mujer, la actriz María José Prieto, entonces de 32 años. Hoy, a los 58, está criando a su hija de cuatro años.
"Ser padre en esta etapa de la vida es como ir ganando la partida y volver al inicio. Es difícil porque en lo económico hipotecas los próximos 20 años, pierdes el derecho al silencio y a dormir bien. Hay un precio que uno paga, y así y todo, sigue siendo lo mejor que te pudo pasar". Cuando todo dice siesta Cristián está en la plaza agachado para recibir a Julieta que se tira del refalín. Cuando los actores de su generación están en plena función en el teatro, él prefiere quedarse en su casa haciendo dormir a su hija. "Disminuí las carnes rojas y aumenté las horas de deporte para estar en buen estado físico. Casi no tengo vida social, soy una especie de acólito de la Ju" dice. Y agrega: "Esto es una apuesta a la vida. Los que nos atrevemos a ser padres después de los 50, somos hombres valientes y testarudos. Viejos que queremos raspar la olla, estar todo el segundo tiempo en la cancha y jamás andar arrastrando las patas".
VUELTA DE MANO
A Emilio Aling (91) le brillan los ojos todas las semanas cuando ve entrar a Emilyn (37), su hija menor y también su apoderada en la Fundación Las Rosas. Retrocede a sus 54 años y recuerda el momento cuando Delfina (un amor que tuvo fuera de su matrimonio) le contó que iban a ser padres de Emilyn y él no pudo evitar pensar que no quería tenerla. Miles de preguntas lo acorralaron: ¿Cómo lo tomarían sus hijas Silvia y Yamile, entonces de 30 y 15 años? ¿Qué diría su esposa?, ¿cómo enfrentaría la paternidad si ya era un hombre mayor? "Tuve la certeza absoluta de que no podría verla crecer". Hoy, casi cuarenta años después, tienen una relación estrecha y amorosa. Pasean por el parque, leen el diario y él con su intacta memoria le relata anécdotas de su vida. Ella lo ayuda en su cargo de presidente del conjunto folclórico de Los Abuelitos de las Rosas, lo incentiva a que siga saliendo a comprar los encargos de sus compañeros y le celebra que ponga en práctica lo que aprendió de mecánica, en sus 50 años como chofer de bus, cuando arregla las sillas de ruedas. También le lleva a sus nietos para jugar.
Emilio cree que la vitalidad que sigue teniendo a sus 91 años es gracias a esa hija, que llegó de improviso y fuera de tiempo. "Pensar que yo no quería que viniera al mundo y ella ha sido mi mayor apoyo. Siempre tuve un poco de miedo de no tener suficiente tiempo para verla crecer y estar con ella. Pero ese miedo me hizo estar ahí, cerca, y ella me ha devuelto la mano, generosamente".
APODERADO DE PELO BLANCO
El artista visual Mario Fonseca (65) tiene tres hijas; la mayor de 43 y la menor de 7, Elena, nacida de una relación con una mujer 27 años menor que él y que, hasta el momento de conocerlo, no era madre todavía. "Ninguna de mis hijas fue planeada. Llegaron de repente y así llegó la Elena", cuenta. Mario dice que se mueve pensando que es más joven –de hecho hasta hoy le encanta escuchar a Los Rolling Stones– y no siempre es consciente de la diferencia de edad que tiene con su hija menor, pero el entorno suele recordárselo, como cuando va a la piscina y su mujer paga una entrada normal, Elena paga una entrada de niño y él, una de la tercera edad.
"Este año la Elena entró a primero básico y en el discurso inaugural del año escolar el director del colegio dijo que esta generación egresaría en 2026. Y yo miré a mi alrededor y pensé: ´chuta, voy a tener 77 cuando la Elena esté en cuarto medio'.
Todos los papás, que son más jóvenes, se veían tranquilos, pero yo me preocupé". Sin embargo, su edad es un tema que su hija menor toma con humor. "Ella se da cuenta, pero le encuentra como una gracia, dice: 'mira, mi papá es guatoncito, tiene el pelo blanco'", cuenta entre risas.
PADRE PRIMERIZO A LOS 50
El profesor, teólogo y abogado Hugo Zepeda (78) tenía 49 años cuando tomó una decisión importante: dejar la vida sacerdotal que siguió durante quince años, luego de reencontrarse con Sofía Törey, un amor de juventud. Un año después, ya con 50 años, tuvo con ella a su primer y único hijo: Cristóbal. "Con lo del sacerdocio, había desechado la idea de ser padre. Con Sofía tampoco lo vi tan factible porque yo tenía 50 y ella 42, pero como soy contrario a los anticonceptivos, entonces Cristóbal apareció por ahí", cuenta. Cristóbal creció muy apegado a sus padres. "Mi hijo se daba cuenta de que éramos viejos y ya, cuando tenía diez, me decía: 'tú tienes 60, ¿qué va a pasar conmigo después?' Eso lo hizo estar siempre pendiente y preocupado". Hoy Cristóbal tiene 28 años y Hugo cree que haber sido un padre tardío tuvo sus ventajas. "Le enseñé desde la experiencia y le traspasé mis pasiones. Leímos juntos los cuentos de los hermanos Grimm y Cristóbal hoy sabe de memoria seis capítulos de El Quijote". El 23 de mayo de 2012, Hugo con 75 y Cristóbal con 25, juraron juntos como abogados ante la Corte Suprema porque si bien Hugo egresó de esa carrera cuando era un veinteañero, tenía pendiente titularse. "Para mí significó cerrar un ciclo, mientras mi hijo abría uno nuevo".