Pandemia y restricción de las visitas en las maternidades: Por qué ha sido beneficioso para las madres y los recién nacidos

Maternidad Covid Paula



Apenas llegas a la habitación de la clínica desde la sala de parto, comienza el desfile. Primero entra tu mamá con las flores más grandes que pudo encontrar y, minutos después, tu suegra con unos bombones y una tos que no sabes si es por la cajetilla de cigarros que se fuma a diario –y que de paso deja la habitación impregnada a olor a cigarro– o porque está enferma y lo que van a quedar ahí son miles de virus que pueden contagiar a tu guagua. Pero la madre y la suegra no son lo más incómodo. Más tarde llega tu amiga con su hijo de tres años que va al jardín infantil y que no para de moverse e intentar tocar a tu guagua con las manos llenas de tierra y chocolate. Y así se siguen sumando las visitas, hasta que en un momento del día, en esa pieza hay más de diez personas que se pelean por tomar a tu guagua mientras tú las miras con las pechugas hinchadas y adoloridas porque no has encontrado un momento de tranquilidad para amamantar. Y para qué hablar de los gases. Porque es así, sobre todo después de una cesárea tras la cual es normal que las mujeres queden llenas de gases que en algún momento tienen que salir. El problema es que cuando por fin se desocupa un poco la pieza y te dispones a amamantar o simplemente a relajarte, aparece alguien de la oficina que seguramente no quieres que te vea con la pechuga al aire. Y se instala a conversar, a preguntarte cómo fue el parto.

La escena es tan real como la vida misma. Y es que las visitas en las maternidades están instauradas en nuestra cultura como un acto de completa normalidad. Y aunque muchas madres comentan después estas incomodidades, cuando están ahí, recién paridas en la clínica o el hospital, no se atreven a pedir que los familiares y amigos se vayan, porque se lo podrían tomar como un gesto de mala educación.

Es tan así, que en los últimos años surgieron algunos movimientos por redes sociales que comenzaron a hablar de guías o recomendaciones para las visitas en las maternidades. Si uno busca por internet, la mayoría apela a cuestiones como que los pediatras recomiendan limitar las visitas a los recién nacidos durante los primeros días de vida, a que la madre y el bebé necesitan estar tranquilos y en silencio para iniciar la lactancia materna, que se recomienda que la visita se haga después en la casa, por favor si va a la clínica u hospital no lo haga por sorpresa, que las visitas deben ser de 10 minutos como máximo, que se respeten los horarios de comidas de la madre y el niño, no visitar al recién nacido si está enfermo, no ir con otras niñas y niños, no utilizar el celular en la habitación o no llevar flores ni regalos voluminosos.

Pero llegó la pandemia del Covid y las visitas se han restringido por obligación, algo que hasta ahora madres y profesionales de salud han evaluado de manera positiva. Es el caso de Jimena Zapata (36), quien tuvo a su tercera hija el 12 de agosto recién pasado. “Cuando me dijeron que no podría tener visitas primero me dio pena, pensé en mis papás. Pero estando ahí fue lo mejor del mundo. La mejor experiencia de mis tres partos y postpartos fue esta, y una de las razones es que no tuve visitas y eso me permitió tener tiempo para preocuparme de lo realmente importante”, cuenta.

Recuerda también los dos partos anteriores en los que tuvo anécdotas relacionadas a las visitas. “Cuando nació mi primera hija una amiga me llamó al día siguiente para preguntarme si podía pasar a las 9:30 de la mañana. Me acuerdo que un rato antes estaba súper nerviosa porque tenía que dar papa, pero además me quería bañar para recibirla. Al final le pedí a una enfermera que se quedara con mi guagua, mientras lloraba y yo me bañaba rápido para empezar a recibir a las visitas. Con mi segundo hijo quedé muy hinchada después del parto y estaba incómoda en la cama, pero no me atrevía a moverme porque en la pieza había visitas, conocidos, ni siquiera personas cercanas. Eran las 6 de la tarde”, cuenta.

Pero como muchas mamás, Jimena nunca se atrevió a decir nada. “Uno sabe que las personas que vienen lo hacen con una buena intención. Están usando su tiempo, se pegaron el pique, te llevan un regalo, entonces hay una suerte de compromiso de recibir a las visitas. Incluso cuando se trata de gente que no tiene ningún vínculo con uno, pero vienen porque son amigas del abuelo, del papá o porque quieren compartir su felicidad con ellos. Eso lo entiendo, pero no deja de ser incómodo. Mal que mal, uno está en una situación súper íntima: recién parida, a veces sientes que te pasó un camión por encima, puedes estar con problemas para ir al baño. Hay un montón de cosas que pueden pasar física y emocionalmente, para además estar recibiendo visitas”.

Por eso ahora disfrutó tanto su posparto. Cuenta que los días que estuvo en la clínica en las mañanas daba papa con calma, luego cuando su guagua dormía ella se bañaba con tranquilidad. Incluso una tarde pudo leer un libro durante un par de horas. “Está tan naturalizado el tema de las visitas que uno no se lo cuestiona. Pero ahora que me tocó por obligación, me doy cuenta de que es una situación muy incómoda. Piensa que cuando uno recibe visitas en la casa te preparas, vas a comprar algo, te vistes bonita, pones la mesa. Hay una preparación, y es raro que en la clínica todo eso se salte y te vayan a ver en pijama”, dice.

Y el personal médico también lo agradece. “A veces hay familias de diez personas metidas en la pieza y hasta a nosotras nos cuesta entrar. La mesa donde ponemos nuestro material de trabajo está llena de flores y regalos, y en ocasiones, cuando les pedimos que salgan de la pieza, incluso hay gente que molesta”, cuenta la matrona Natalia Gamboa. “Pero no solo eso. El postparto es un periodo donde se crea el vínculo con el recién nacido, se inicia la lactancia, proceso que ha sido favorecido en estos tiempos de pandemia ya que, al estar permitido solo el acceso del padre como visita, les ha otorgado un ambiente de mayor intimidad, más tranquilo y sin mayores distracciones. La guagua se acopla mejor porque hay menos ruido, sin mezcla de diferentes olores –es importante que reconozca el olor materno, sin confusiones–, sin muchas oscilaciones de temperatura. Hemos visto muchos efectos positivos en la recuperación de la mamá por el hecho de limitar las visitas”, agrega Natalia.

Y en la conexión entre madre e hija o hijo también. Algo que Jimena valora profundamente. “Me pasó que con mi primera hija habían ido muchas visitas, así que cuando nació el segundo pedí que me pusieran el cartelito de visita restringida, pero tampoco resultó, la gente entraba igual. Estar sin visitas esta vez fue el paraíso, fueron días que nunca olvidaré porque estuvimos solas, pasamos largo tiempo las dos abrazadas, yo mirándola. No hubo nada que interrumpiera ese tiempo con mi guagua”.

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