Dormir se volvió más difícil en el último año. Y si ya para los adultos el estrés y la ansiedad están provocando cambios en el ciclo del sueño, en el caso de las niñas y niños pequeños la situación es aún más grave. Y es que al menos nosotros entendemos y procesamos el panorama que estamos enfrentando, mientras que ellos dependen de los adultos para entender qué tan grave o qué tan peligroso es este escenario para sus vidas. Además, los desbarajustes en sus horarios y rutinas cambiaron los ciclos del sueño, privándolos de la tranquilidad que esos factores entregaban.
“El sueño de los niños se ha visto afectado por su ritmo circadiano, por la falta de horarios y rutinas”, dice la consultora de sueño Fransica Sherling, y añade: “La hora de levantarse y acostarse cambió, y las siestas se han visto afectadas, porque al no tener actividad física, el sueño es más corto y llegan más cansados a la noche, entrando en un círculo vicioso del cual es difícil salir. Las niñas y niños ven que los papás y mamás están ansiosos, se sienten igual, y eso les afecta el sueño. Lo mismo sucede con el aumento del uso de pantalla, especialmente en quienes asisten a clases virtuales”.
En la misma línea, la psicóloga clínica perinatal y terapeuta holística, Pamela Labatut, agrega: “Para que se produzca el descanso en la noche, la persona se conecta con todas las emociones que ha sentido durante el día, y en eso claro que influye el estado emocional de los cuidadores, en el caso de los niños. Ellos se saben mucho más vulnerables que los adultos en términos de las herramientas que tienen cuando se sienten desprotegidos, y saben que necesitan contar con los adultos para que los protejan, es algo que buscan de manera instintiva”.
Esto hace que ante un cambio amenazante, como el que significó la pandemia, los niños necesiten aún más el contacto físico con sus cuidadores. “El cerebro humano vive la pandemia como un trauma y un estado de guerra”, dice Labatut, y añade: “Ni siquiera los adultos podemos explicarles cuando van a cambiar las cosas, y esa falta de predictibilidad afecta sus capacidades para ordenarse. Hoy muchos niños quieren dormir con los papás, y aunque la cultura nos dice que a cierta edad no deberíamos dejarlos, en este contexto lo más saludable es dormir todos juntos, o buscar otras formas en las que la hora de dormir no sea una batalla”.
Para la psicóloga, se trata de una situación que, pensándose de una forma más primitiva, nos puede llevar a actuar naturalmente como lo hicimos hace cientos de años: “Es como volver a la época de las cavernas, donde todos dormían en manada porque estaba la amenaza permanente de ser devorados por un depredador. Hoy el depredador es el virus”.
Entonces, el problema está ahí y es innegable. Pero ¿qué podemos hacer los adultos para entregarle seguridad y contención a los niños y niñas, sin que eso vaya en desmedro de nuestra propia salud mental?
“La clave para ayudarlos a dormir mejor está en mantener rutinas y horarios”, asegura Fransica Sherling. “Aunque no estén yendo al colegio ni tengan los horarios de antes, hay que trata de mantener un orden. Despertarlos antes de las ocho de la mañana, para que se puedan acostar entre las siete y siete y media de la tarde, que es cuando aumenta la secreción de melatonina”. Esto sería muy importante, según la especialista, en cuanto los niños y niñas se sienten más seguros si saben qué es lo que viene.
Por su parte, Pamela Labatut destaca la importancia de llegar a acuerdos, de tal forma que los adultos tengan el espacio que necesitan al mismo tiempo que los niños tengan la seguridad de que sus necesidades emocionales estarán satisfechas. “A niños más grandes, de entre tres y cuatro años, se les puede decir que van a quedarse dormidos en la cama de los papás, pero que cuando se duerman los van a ir a dejar a sus camas. Pero nunca hay que mentir sobre qué es lo que pasará, hay que ser transparentes”, subraya.
Según la psicóloga, esto también implica una cierta flexibilidad: “Pueden haber ciertos días de la semana, como los viernes, donde los niños se acuesten más tarde y duerman todos juntos. Pero que quede establecido que hay otros días donde tendrán que dormir en sus piezas”.
En el caso de las guaguas, o los niños más pequeños, Labatut recomienda normalizar y hacerse cargo de sus necesidades afectivas: “Hay que normalizar sus procesos emocionales. Antes de los tres años la angustia de separación va y viene, no es una crisis que se da solo a los ocho meses y después no más. Tiene oleajes, y en pandemia estas olas pueden ser más intensas. Hay que entender que quieren estar cerca y que puede que eso haga que nos cueste más hacer las cosas. Tenemos que brindarles espacios en el día donde nos dediquemos exclusivamente a ellos, para que luego se les ocurra a ellos mismos jugar solos. Pero si durante el día les decimos constantemente que tienen que esperarnos, estarán todo el tiempo conteniendo esa necesidad afectiva. Y cuando en la noche operen sus procesos inconscientes, sentirán que si estuvieron desprotegidos durante el día, en la noche pueda que la mamá no esté disponible cuando la necesiten y se despertarán más seguido”, concluye.