Pantrucas
Soy una persona mañosa, todos mis amigos lo saben. No tolero ni el pimentón ni la papaya, y mis ensaladas por lo general no son muy surtidas. No transo mis mañas por nada ni por nadie, no importa si es el presidente el que me invitó a almorzar. La gran excepción, y la única, la hice con el plato de pantrucas que me preparaba mi bisabuela cuando iba a almorzar a su casa los martes después del colegio. Solo pensar en ellas hace que se me revuelva la guata: paliduchas, flotando como amebas en ese caldo salado lleno de zanahorias desabridas. Y no es que la Mary cocinara mal, todo el mundo se las devoraba, el problema era yo, que en esa época comía poco más que pollo con papas fritas. Pero igual, y con mucho esfuerzo, metía la cuchara a esa sopa incolora y me las comía, una a una. Dejaba casi todas las verduras, pero por Dios, hacía mi mejor esfuerzo. Me acuerdo que se sentaba a mi lado y me decía: "Esta cucharada por mí" y, aunque sé que es algo que les dicen a todos los niños mañosos, para mí era distinto, o al menos así lo sentía, porque yo creo que no he querido a nadie tanto como la quise a ella. Que no se malentienda, por mis hijos soy capaz de meterme a un edificio ardiendo. Pero por nadie más me comería un plato de pantrucas.
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