En octubre de este año, tras casi cinco meses sin ver a su hija en la vida real, Paola Capelli (50) ingresó a la casa de Gran Hermano en Argentina y abrazó a Constanza. No lloró. Su meta era fortalecer a la joven en el encierro y no transmitirle las veces que ella como mamá la ha extrañado, ha sentido angustia o frustración tras la pantalla. Solo al momento de dejarla, al día siguiente cuando se cerraron las puertas del set, rompió en llanto.

Dice que esa despedida le recordó la primera vez que llevó a Coni al jardín infantil. La primera vez que se separaba de su hija. “Hay algo muy intenso que nos pasa a las mamás con los sentidos. El mismo olor que ella tenía de niña, es el mismo olor que sentí cuando la abracé antes de devolverme a Chile”, recuerda.

Durante estos casi seis meses de confinamiento, Constanza Capelli (27) ha puesto en el foco público, a pesar de las controversias, diversos temas a través de su propia experiencia, tales como el aborto, la bisexualidad, el abuso psicológico en las relaciones de pareja y el consumo problemático de cocaína. Asimismo, ha compartido partes de la recuperación que enfrenta desde hace siete años.

A partir de eso, las redes sociales de su mamá, psicóloga organizacional y trabajadora municipal de Quilpué, se han inundado de mensajes de odio y amenazas. Muchos apuntan a su labor de madre: le dicen que lo hizo mal, que su hija es una drogadicta, que la interne, y otras ponen en duda también su calidad como profesional, se cuestionan cómo ella, siendo psicóloga, no tuvo las herramientas para evitar que Capelli cayera en el consumo.

Esta no es una entrevista sobre la rehabilitación de Constanza, que es una historia que le pertenece a ella -y su mamá lo deja en claro desde el minuto uno-, sino que son las reflexiones de una madre que se enfrentó a una situación dolorosa, pero también frecuente: según SENDA, las y los jóvenes chilenos están en el primer lugar entre todos los países del continente en consumo de marihuana, cocaína, pasta base y tranquilizantes sin receta. Lejos del show televisivo, aquí no hay luces ni guiones, sino que es una historia de la vida real.

¿Qué te pasa cuando lees todos estos comentarios en tus redes sociales?

Creo que cuando uno vive algo tan fuerte y doloroso como ver a una persona que amas casi perderse por el consumo problemático, hay una serie de cosas que quedan en segundo plano. Cuando Constanza y yo hablamos sobre su adicción, rápidamente incorporé lo que estábamos viviendo, no hubo tiempo para la negación: mi hija iba a comenzar un proceso de recuperación difícil y personal, entonces no quedaban espacios para pensar en lo que iban a decir los demás. Yo sabía, y no por mi profesión, sino porque uno lo ve día a día, que hay un castigo social hacia las personas adictas. Y todo lo que vivimos como madre e hija no es parte de un programa de televisión, sino que es la realidad. Entonces las prioridades son distintas.

Constanza Capelli, exparticipante de Gran Hermano.

¿Crees que hay una expectativa social de que la vida de los psicólogos y su familia es perfecta?

Yo soy psicóloga organizacional, no hago clínica, pero claro, en la casa yo soy Paola mamá, no la profesional. Lo que he visto, es que hay una especie de catarsis en las personas en buscar los errores o las heridas en los otros, porque alivianan sus propias culpas. Los comentarios en redes sociales, cosas de las que yo no me hago cargo, usan el ‘tu hija es una drogadicta’ para denigrar y herir, y me parece que eso habla de una frustración y un nivel de ira encapsulado tremendo. Pero nuestra historia y la de su rehabilitación es algo que nos pertenece y aunque a mucha gente le choque esto, a mí me hace sentir orgullosa y siempre lo voy a decir, porque mi hija, así como tomó la decisión de consumir, también tomó la decisión de sanar.

¿Cuál es el alcance de la responsabilidad de una madre en la vida de sus hijos?

La maternidad es la experiencia más gratificante, pero también la más difícil. Y yo creo que le pasa a todas las mujeres. Yo crié a mis hijas dándoles mucha libertad y les traspasé la responsabilidad de que eligieran su propio camino. En Latinoamérica, sobre todo, nos cuesta mucho soltarlos por una cosa cultural y cuando ellos se caen o cometen errores aparece la culpa.

¿Has experimentado sentimientos de culpa como mamá en este proceso?

Claro que sí, y es un sentimiento que es súper dañino: ‘¿Qué hice mal?’, ‘¿En qué me equivoqué?’. Empiezan a flotar todos esos cuestionamientos, porque cuesta entender que si bien uno influye en ellos, son seres independientes que trazan sus propios caminos. Que además de ser hijos, son adultos. Que uno tiene un rango limitado de acción. Que también, la drogadicción, es un tema social que nos han hecho verlo como algo individual.

Cuando una persona consume, generalmente lo hace por una carencia, pero estas son enfermedades sociales, donde no sólo hay una reflexión que debe venir desde los padres o tutores, sino también que hay una responsabilidad del entorno: de los amigos, de las parejas, de las familias, de las instituciones. Son muchos los factores. Pero por supuesto, como no hay una receta para maternar, lo primero que hacemos es buscar el culpable: ‘¿Y si yo hubiera hecho las cosas distintas?’, y ese ejercicio la mayoría de las veces es energía perdida.

Los comentarios en redes sociales, cosas de las que yo no me hago cargo, usan el ‘tu hija es una drogadicta’ para denigrar y herir, y me parece que eso habla de una frustración y un nivel de ira encapsulado tremendo.

¿Sentiste miedo cuando Constanza te contó sobre su batalla con el consumo?

Totalmente. No quería perderla. Es un terror que te recorre el cuerpo completo. Te llenas de pánico. Me daba miedo que se quedará ahí, que no saliera, que el entorno fuera más fuerte. En ese momento, por lo menos para mí, sólo me quedaba confiar. Recordar que yo sí conocía a la persona tras la adicción. Que era mi hija. Que yo sabía cuáles eran sus capacidades. Creo que mi propia salud mental descansó en la convicción de que yo conocía sus herramientas. Mirando hacia atrás, recuerdo que fue un momento oscuro, pero sanador para las dos: nos hizo apreciar la vida y nuestro vínculo, nos dio otra oportunidad donde teníamos que estar atentas a nuestras emociones, ya no podíamos omitir nuestros miedos, pero tampoco nuestra esperanza. Hay que quitarle el estigma de la vergüenza a la recuperación.

¿Cómo evolucionó la relación que compartían con tu hija cuando te enteras de su adicción?

Ella me ha preguntado muchas veces si me siento orgullosa, y yo le he respondido que sí, porque de cada caída se ha levantado, ha aprendido, saca una lección. Ella no quedó como una víctima de su historia, porque todos los días elige no recaer en el consumo. Yo creo que cuando se revelan estas cosas a nivel familiar hay un quiebre en la confianza, pero también eso es algo que se repara y se reconstruye, sobre todo cuando tú ves que tu hija está determinada a salir adelante.

Hay un estigma, quizás por las películas y series, sobre el efecto que esto tiene en las familias, pero en mi caso no hubo vergüenza, ni rabia, sino una necesidad de actuar rápido. Y creo que yo tampoco la determiné por sus decisiones. Eso es parte de su pasado, yo no tengo una ‘hija adicta’, tengo una hija con un sinfín de dimensiones y eso no lo perdí de vista: es una talentosa bailarina, una mujer con mucho sentido del humor, alegre, inquieta, curiosa y cariñosa. Yo sé que la sociedad en ese sentido es sesgada y así como lo comentan en redes sociales, siempre se le castigará por su historia, pero para mí son recuerdos con matices, a ella no la definen sus errores. El lente a través del que yo la veo es otro y tiene muchos colores.

¿Te parece importante que se hable de estos temas en televisión?

Yo creo que afuera debe haber muchos jóvenes queriendo superarse también, pero que deben tener un miedo terrible al juicio y al castigo social que enfrentan las personas con adicciones. Es urgente que como sociedad se abra el espacio para la integración y la rehabilitación en el sentido más amplio y concreto de la palabra. No hay que revictimizar a las personas que tienen una historia de consumo problemático, sino que, por el contrario, siento yo que se debe contener y empoderar: a veces los seres humanos tocamos fondo para poder volver a estar bien y eso es una capacidad alucinante.

¿Cuáles son las repercusiones sociales que enfrenta una madre en situaciones como estas?

Cuando un matrimonio se separa, los hijos quedan con la mamá generalmente y no se cumple la tuición compartida. Cuando los niños son buenos, ‘son iguales al padre’, pero cuando cometen errores las primeras culpables son las madres. Incluso diría que nosotras criamos desde la culpa. Y una puede ser la jueza más dura. Yo tuve ese espacio de juicio: ‘¿En qué fallé?, ¿Qué no vi?’, ‘¿Quizás debí ser más aprensiva?’, pero ser mamá es una aventura que nunca termina y esta fue la forma que sentí más honesta y correcta de educar a una mujer. Hay un momento en que los papás también nos convertimos sólo en espectadores de sus vidas. Ese fue un aprendizaje que todos los días voy reforzando, incluso a mis cincuenta años, la maternidad es una escuela que no termina. Mi tarea hoy en día es acompañarla, pero dándole una distancia de amor y respeto para que ella escriba su futuro.