Tal como en su marmita se unen y se funden a 900 grados Celsius aluminio, cobre y silicio, por sus venas circulan entremezcladas sangre croata, italiana, vasca y catalana. La publicista, escultora y alquimista Paola Yancovic (51) es la hija mayor de Sergio Yankovic Rodighiero y de Itziar Domenech Luzárraga. Un dorado crisol de etnias y nacionalidades que se inició en Chile, en Antofagasta, con su abuelo Sergio Yancovic Garafulic, venido de la isla de Brač, e íntimo amigo de la famosa escultora, Premio Nacional de Artes Plásticas 1995, Lily Garafulic Yancovic, su prima, cuya influencia artística cayó como un rayo sobre Paola con la muerte de su papá hace 17 años. "Mi abuelo y mi abuela Mercedes Rodighiero Girardi se separaron y eso nos alejó de la Lily, pese a que mi papá siempre la buscó, por eso a mí no me caía muy bien. Pero cuando él murió, a causa de un infarto, con apenas 59 años, ella tomó contacto con nosotros y vino hasta acá mismo y vio mis creaciones en metal, mis ángeles, y me dijo que yo tenía un don. Fue un encuentro mágico y no nos separamos más. Ella vivió hasta los 97, lúcida y creativa hasta el final, siempre dándome ideas y consejos. Fue una adelantada a su tiempo".
El "vino hasta acá mismo" al que se refiere Paola, es un enorme sitio de galpones industriales en el sector de Independencia, donde hasta entonces funcionaba la Fundición Rodighiero, fundada en 1938 por su abuela paterna para la elaboración de fittings y cañerías de fierro fundido. En paralelo, los Rodighiero también eran dueños de la famosa fábrica de sombreros Girardi. "La fundición era importantísima y abastecía a todas las grandes empresas constructoras de Chile. Por eso, mi abuela nunca pensó que la derrotarían los tubos de PVC que llegaron en 1978 al país. Pero sí: nos venció la tecnología".
Su papá decidió reconvertir el negocio y se dedicó a la forja de muebles y ornamentos de jardín de influencia belle époque y morisca. A comienzos de los 80, sus rejas, barandas y faroles ambientaron, entre otros, la terraza del mítico Hotel Miramar de Viña del Mar. Hoy ese negocio artesanal ocupa un pequeño lugar en la enorme propiedad, destinada casi en su totalidad a bodegaje. Y convive con la obra artística y esotérica de Paola Yancovic, la alquimista que a los 15 años, por su rubiez, su estatura, su piel dorada y sus ojos cafés, fue insistentemente invitada a participar del concurso Miss Chile, organizado por revista Paula a mediados de los 80.
ARCÁNGELES EN RAPA NUI
"Yo era pava, pava, pava. De una timidez tremenda. Me pararon en la calle para invitarme al concurso y me negué durante tres años, hasta que a los 18 finalmente participé. Fue increíble que mi papá me dejara concursar, porque era súper estricto y protector. Yo iba acompañando a mi amiga la Cata del Real, que ahora es diputada y, al final, fui quedando y quedando seleccionada. Salí entre las 8 finalistas y, gracias a una marca de cosméticos, fui invitada a Miami y de ahí viajé a Honduras a representar a Chile en el Miss Sudamérica. Mi papá, al final, estaba chocho, porque en el Miss Chile en esa época había una candidata por región y yo participé representando a Antofagasta".
Pese a su entierrado overol de fundición, a la galletera en una mano y al cautín en la otra, no cuesta nada imaginarla sobre una pasarela. Es linda y se ve mucho más joven del medio siglo que ya carga en su alta y espigada osamenta. Ahora viste jeans negros con rasgaduras en las rodillas, botas de gamuza gris de tacones cuadrados y lleva el pelo rubio amarrado con un elástico, un look muy diferente al que debía usar cuando tuvo con una socia una tienda en el SoHo neoyorquino, donde bajo la marca Soul Alchemy vendía sus joyas de profundo contenido espiritual. "Me sentía como pollo en corral ajeno, con zapatos de taco aguja y vestido, maquillada, en un medio que no conocía, sin hablar inglés, viajando a cada rato a Nueva York. Me cargaba".
Mucho más a sus anchas, en cambio, se halla en espacios naturales y abiertos, bajo cielos estrellados, con magnetismo y magia, como Brač, en Croacia, y Rapa Nui y San Pedro de Atacama, en Chile. Poco antes de morir, su amiga y mentora, Lily Garafulic, le tomó la mano y le dijo que debía prometerle que iría a los dos primeros. El tercero lo conoce desde niña.
Su padre amaba San Pedro de Atacama y todos los años los Yancovic Domenech y sus tres hijos, de los cuales Paola es la mayor, veraneaban en el desierto. "En el valle de Catarpe, que quiere decir 'lugar de piedras' y es donde están esparcidas las cenizas de mi padre, tal como siempre quiso. Es un paisaje que se parece a mi estilo de escultura, al chorreado, que es mi marca y que impresionó tanto a la Lily, cuando entró por primera vez a la fundición y que yo había hecho hace tres años, pero tenía guardados porque me asustaban… ¡Brutoeslava, que soy!".
¿Por qué te asustaban y no los querías mostrar?
Porque eran ángeles de fuego. En San Pedro recogí raíces y maderas de árboles caídos y empecé a fundir esos materiales con el metal, con el aluminio chorreado con el que trabajo, y ahí fueron surgiendo estas figuras poderosas. La Lily me hizo mirar diferente. Descubrir la belleza del nudo de un tronco, de la huella del agua sobre una piedra, de la sombra que proyecta una piedra.
Cuenta que una noche de lluvia conversando con su amiga, la abogada, metafísica y experta en ángeles, Ángeles Castaño, tuvo una revelación. "Siempre he sufrido de déficit atencional, me cuesta mucho concentrarme y leer, pero su descripción de los ángeles y sus propiedades y su conexión con los colores del arcoíris, me alucinó. Entendí todo. Mi obsesión por los cubrecamas amarillos, todo. Y partí a Rapa Nui, siguiendo la indicación de la Lily. Nieves Yancovic, hermana de mi abuelo y su marido, el cineasta Giorgio di Lauro, en los años 60, filmaron un documental en la isla, y yo lo llevé, porque nunca se había exhibido allá. En Rapa Nui me pasaron todas las cosas que me debían pasar".
Lo primero fue reencontrarse con una ex candidata a Miss Chile, Tati Rapu, y a quien Paola le dijo: "Tengo que construir un moái acá. 'Estás loca. Acá te pueden matar por esa idea', me advirtió ella. Estábamos hablando y, de repente, en el cielo se desplegaron dos arcoíris entrelazados. Todo un mensaje".
Estuvo una semana en la isla, pero partió decidida a volver e instalar sus siete arcángeles de fuego en Rapa Nui. Energética y encantadora como es, armó su proyecto, al que llamó Hitu Merahi, y en 2016, consiguió financiamiento, autorización municipal y que el Consejo de Ancianos le otorgara un lugar de 20 metros cuadrados, al lado del cementerio, "donde se hace la tradicional fiesta Tapati", para montar las 7 esculturas.
Debe haber sido emocionante.
Nooo. Fue aterrador, estuve a punto de morir. Mucha gente en la isla no entendía el proyecto. Fue espantoso y bonito al mismo tiempo. Lo mejor fue haber conseguido el respaldo de Pau Hereveri, el último y el más importante constructor de moáis vivo. Yo le conté mi sueño: hacer el primer santuario de ángeles en el mundo en Rapa Nui, emplazarlos en una suerte de ocho, que representan dos úteros y que es una figura que siempre he dibujado. Él creyó en mí. Lo mismo hizo Johnny Tuki, otro artista tremendo. Yo me metí en sus tradiciones, en sus familias, en su etnia. Me transporté a otro mundo, a otro tiempo y me convertí en ellos.
Y les enseñó los misterios de la fundición del metal, porque uno de sus ángeles había llegado con una ala quebrada y tuvo que improvisar un horno para repararlo. "Ellos nunca habían visto fundir. Yo me conseguí la tapa del motor de un viejo refrigerador, que era de aluminio y la metí en un tarro y los puse a todos a abanicar las brasas durante horas. Quedaron con la boca abierta. Hoy estamos montando una pequeña fundición en Rapa Nui. Me he traído a varios rapa para que aprendan el oficio acá y contribuyamos a reciclar latas y desechos de aluminio y fundirlos, porque allá en la isla hay basura por todos lados y ellos tienen el arte en sus manos".
ELIGE TU PIEDRA Y VEAMOS QUÉ PASA
Desde niña, y contra la voluntad de su papá, Paola revoloteaba por la fundición, fascinada por el milagro que se producía con el calor en el horno. Sin temor a quemarse, hasta hoy se deja seducir por la atávica atracción del fuego. "Nunca he tenido un accidente. Me siento protegida. Es un trabajo rudo: el chorreado del metal hirviendo, luego cargarlo y meterlo en el agua fría, las explosiones que a veces disparan trozos de metal o piedra… Para mí, ha sido vital la ayuda de Gabriel Espinoza, él es mi maestro y el alma de la fundición. Ha sido mi guía y me ha enseñado todo lo que sé".
Mirando, y gracias a Gabriel, un antiguo trabajador de su padre, empezó a aprender esta técnica ancestral para fundir el metal y generar en moldes enterrados en la arena objetos artísticos, vinculando sus ideas creativas con sus inquietudes espirituales. Lo que mejor resume ambas materias son sus talismanes, los que surgen a partir de la fundición de desechos, fundamentalmente de aluminio, como latas de bebidas o cerveza, piezas de electrodomésticos en desuso, chatarra diversa, y una sencilla técnica de moldeado en plumavit con un cautín eléctrico.
Con esos materiales, nos prepara para su clase de talismanes, inspirados en los siete árcangeles y sus colores, que están presentes en las ágatas que se mezclarán con el metal fundido. Ella agrega piedras negras e incluso unas runas celtas talladas a la oferta para quien quiera experimentar más allá de la cromática angelical. Antes de empezar, ante los seis alumnos que nos hemos congregado, explica: "Elijan tres piedras. El azul es el rayo del arcángel Miguel y representa protección, voluntad y poder; Jofiel es dorado y trae iluminación y sabiduría; Chamuel con su rayo rosa es amor, caridad y cohesión; el blanco es del arcángel Gabriel y significa belleza, pureza y ascensión; Rafael trae salud y verdad con su rayo verde; Uriel, que es rojo, involucra paz y prosperidad; Zadquiel, que es violeta, aporta libertad y misericordia".
Con las cosas claras, partimos. Yo opto por tres piedras negras. Me encanta el talismán que Paola lleva al cuello y quiero uno igual. Mientras trabajamos con el cautín en un trozo de plumavit, nos cuenta que tiene tres hijos -de 26, 23 y 18- con Cristián Yávar Waugh, con quien ya pololeaba en sus tiempos del concurso Miss Chile y con el que lleva 27 años de matrimonio. Y nos da instrucciones técnico-místicas: "A veces las piedras cambian de color al entrar en contacto con el metal fundido, cuando están bajo la arena; otras veces se quiebran. Eso hay que saber leerlo, porque en esas mutaciones puede haber mensajes poderosos".
¿Eres muy católica? Porque sé que cantas en el coro de la Parroquia María Madre de la Misericordia, en La Dehesa.
Sí, lo soy, pero canto en una parroquia católica canciones de un compositor evangélico que me encanta, además, tengo tatuado a Buda en el corazón. Siempre he creído en el amor. Esa es mi mayor creencia y tengo un alma y una mente súper libres. Y esa libertad es la que trato de expresar en mis obras. Yo respeto y suscribo todo lo que predica y promueve el amor entre los seres humanos, por eso lo único que no me gusta son los fanatismos, en especial los religiosos. Esos me parecen tremendamente dañinos y peligrosos.
Impresiona lo que logra Paola en su curso. Todos están felices al ver sus creaciones, que ella embetuna con pasta negra y luego pule con una ruidosa galleta sin temor a las esquirlas de metal que saltan para todos lados. A partir de una ruma de desperdicios metálicos que está junto al crisol hirviente, surgen joyas súper personales.
Este lado ecológico y de reciclaje resulta muy virtuoso y es quizás lo más actual e interesante de su trabajo. Ahora mismo está montando una segunda fundición, como la que hizo en Rapa Nui, en San Pedro de Atacama con ayuda de la Fundación Tata Mallku. "Ya tenemos los motores, el carbón coke, el crisol y la arena fina de 1938, que ya no encuentras en ninguna fábrica de áridos", dice, en su jerga técnica, para luego entregarnos pulidos los tres talismanes que hicimos y sentenciar en su lenguaje espiritual: "Nunca me había tocado que tres piedras negras cambiaran a blancas. Acá, Ximena, hay un mensaje muy potente que debemos interpretar".
Me cuelgo al cuello uno de mis talismanes y me dispongo a escuchar el mensaje.