Papá a cargo: “No hago ni más ni menos de lo que hacen muchas mujeres que crían solas a sus hijos”

Papá a cargo Paula



Con mi mujer nos conocimos a los 10 años y desde esa edad que estamos juntos. Comenzamos enviándonos cartas de amor cuando estábamos en quinto básico y recién en octavo nos pusimos a pololear. Han pasado más de 20 años y con ellos miles de momentos hermosos, pero no todo ha sido color de rosa. Cuando ambos teníamos 15, ella comenzó con fuertes dolores de cabeza, fue al doctor y le encontraron un cavernoma cerebral, una especie de tumor que se manifestaba con dolores que comenzaban de un segundo a otro y de cero a mil en nivel de intensidad. Nos asustamos mucho, porque era tan fuerte lo que sentía que se paralizaba. Estuvo así durante tres años, hasta que en 2004 conseguimos una hora para la cirugía.

Esa primera intervención fue cuando estábamos en cuarto medio. Me acuerdo que fueron días muy difíciles en que ella no lo pasó bien y solo nos tranquilizaba la esperanza de que todo se iba a terminar ahí. Sin embargo, en los controles posteriores a la operación, los doctores se dieron cuenta de que el cavernoma seguía ahí. La tranquilidad duró pocos meses y al tiempo los dolores volvieron.

En todo ese tiempo, y a pesar de nuestra edad, yo estuve siempre con ella. De hecho, cuando despertó en la UCI después de la primera cirugía, pidió que yo entrara a verla y su papá me tuvo que ceder su lugar. No fue fácil, porque a los 18 años lo normal es que uno esté en otra, saliendo, pasándolo bien. De hecho varios amigos me decían que por qué no buscaba otro camino, pero decidí quedarme ahí, con ella. La acompañé en todo el periodo post operación, cuando estaba sin pelo, usaba pañales y no podía ser autosuficiente. Pero a mí no me importó.

De a poco fue recuperando su vida normal, incluso entramos ambos a estudiar pedagogía en la universidad y en 2011 decidimos casarnos. Como los doctores habían dicho que faltaba otra operación para sacar el resto de tumor que quedó en la primera, decidimos esperar eso para pensar en tener hijos. Pero en uno de los controles el doctor nos dijo que el cavernoma cerebral se había calcificado y que entonces ya no era necesario sacarlo. Fue la mejor noticia que pudimos recibir. Por fin la pesadilla se acababa y eso nos hizo decidir rápidamente ponernos en campaña para agrandar la familia. Y ella quedó embarazada de Alonso, nuestro primer hijo.

Pero la vida nuevamente nos tenía preparado algo más. Alonso fue una guagua prematura. Tenía fecha para noviembre de 2014, pero nació en septiembre de ese año. Y en noviembre mi mujer convulsionó. Y no fue como las veces anteriores, esa vez llegaba a saltar de la cama, así que la llevamos de urgencia y el neurólogo que la vio nos dijo que el tumor seguía expandiéndose y que había que operar de urgencia. Fue su segunda cirugía. Nuestro hijo tenía solo dos meses de vida.

Después de esa intervención ella no pudo hacerse cargo de nuestro hijo por un tiempo. No tenía fuerza para tomarlo ni menos para amamantarlo, lo que hizo que Alonso creara un apego muy fuerte conmigo. Yo me hice cargo de él, lo mudaba, le daba sus leches y comidas, me despertaba a calmarlo cuando despertaba de noche y también hacía las cosas de la casa, hasta que lentamente mi mujer se pudo involucrar un poco más. Incluso encontró un trabajo y empezamos de a poco a dividir las tareas, pero yo me daba cuenta de que ella no tenía energías así que preferí estar a cargo.

En 2018 llegó nuestro segundo hijo y a finales de ese año otra vez a mi mujer le vino un episodio de fuertes dolores, que terminaron en su tercera cirugía. La diferencia es que esta vez las secuelas, en cuanto a funcionalidad, fueron mucho más evidentes. Lo noté primero en cosas chicas como que, por ejemplo, si cocinaba pastas, primero cocía la pasta y esperaba a que estuvieran listas y coladas y recién ahí comenzaba a preparar el pino para la salsa. Detalles que revelan que no puede hacer dos cosas al mismo tiempo y que, por tanto, no puede hacerse cargo de lo doméstico.

Tras esta situación me he visto obligado a buscar trabajos extra para pagar los gastos de la casa y lidiar con toda la organización de lo doméstico, porque no me alcanza para contratar a una persona que me ayude. Y aunque sé que todo esto ha sido una elección en mi vida, no por eso deja de ser duro. La gente que nos rodea conoce nuestra historia, su estado de salud y por eso tienen normalizado el hecho de que yo cumpla el rol que cumplo, pero no faltan quienes que me miran con pena por lo que me ha tocado. Yo a veces también me canso y me enojo, porque la verdad es que nunca paro, vivo en función de mi familia.

El tema es que esto que me toca a mí, no es más ni menos de lo que hacen muchas mujeres que crían solas a sus hijos. Y no son pocas. Vivirlo me ha enseñado a valorar su esfuerzo y su trabajo.

Como hombre ha sido fuerte, porque a nosotros nos crían y enseñan para otra cosa. Mis fines de semana, en vez de salir a tomar una cerveza con amigos, los dedico a dejar todo listo y la casa organizada para toda la semana y así mi mujer se puede dedicar a ser mamá. Al final, lo que más me importa es que mis hijos disfruten a su madre, porque no sabemos lo que pueda pasar mañana. Su cerebro es como una máquina de tiempo que en cualquier momento puede dejar de funcionar. Hasta que eso pase, yo me encargaré de que ellos estén juntos, se quieran y se aprovechen.

Ignacio Gómez Dupre tiene 34 años y es profesor.

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