Papá en la casa
Siempre se habla de la maternidad, pero cuando eres padre tu vida también cambia radicalmente. De las cosas triviales, esas que tanto nos cuentan, solo decir que no adquieren relevancia hasta que las vivimos. Son ese tipo de cosas que, curiosamente, luego olvidamos con el paso de los años. Pero las cosas importantes son pocas y vale la pena no perdérselas.
Una vez leí una frase que me hizo mucho sentido: "Si quieres cambiar el mundo pasa más tiempos con tus hijos". Yo para mí, que siempre he sido un poco idealista, me pareció que ser papá era una gran oportunidad de cambio. Porque la vida ya no sería la misma y podría abrazar, sin miedos, lo que esta nueva aventura me tenía preparado. Entendía que si iba a ser padre era yo el llamado a cuidar de mis hijas y no otras personas. Porque para mí, la crianza es algo que no se puede delegar. Y si bien es cierto que los hijos necesitan calidad de tiempo, también necesitan cantidad de tiempo. Eso lo tenía clarísimo, por lo menos en la teoría.
Fue durante el primer embarazo de Jana que decidí que sería papá en casa. En ese momento estábamos en Costa Rica y nuestro arribo a Canadá era inminente. Finalmente nos fuimos y llegamos en pleno invierno con nuestro perro Fisher y nuestra hija de dos meses de vida. Todo olía a nuevo: la cultura, el idioma, la nieve y la paternidad.
Los hombres nos enfrentamos a muchas barreras sociales y culturales que nos impiden quedarnos cuidando a nuestros hijos. Hacerlo requiere coraje, voluntad y una pareja dispuesta a sostenerte a ti y a la familia económica y emocionalmente. Implica también dejar muchas cosas de lado, como la vida profesional y gran parte de la vida social. Además, como hombre, nos enfrentamos a muchas barreras sociales y culturales que nos impiden decidir quedarnos cuidando a nuestras hijas. Pero ahí estaba yo, transitando mis primeros años de papá entre las tareas domésticas, jugando con mi hija, leyendo libros, yendo a actividades para bebés y haciéndome amigo, mayoritariamente, de otras mamás.
Había algo que me inquietaba en esa época, y era la idea de desarrollar mi lado intelectual y creativo que parecía entrar en un estado de incómoda latencia. "Me gustaría hacer algo" pensaba, pero no sabía exactamente qué. Sólo sabía que debía ser algo que pudiera realizar desde la casa y con una flexibilidad de horarios. Así fue como opté por hacer algo online, cosa que parecía bastante distante a mi formación de arquitecto que es más una disciplina un tanto convencional y material. Después de varias investigaciones, me convencí de hacerlo y me di cuenta de que volverse un emprendedor digital demanda requerimientos bastantes similares a los de ser papá en casa: coraje, voluntad y una pareja que nos apoye.
Era mayo de 2016, tenía 42 años, una hija de tres años y otra recién nacida. Y en medio de eso, abandoné mi rol de arquitecto, diseñador y constructor para convertirme en un arquitecto guía. Trabajaba de cinco a siete de la mañana y luego durante la siesta de mi pequeña hija. Un promedio de tres horas por día. Al principio fue mucho trabajo y muchos errores, pero sin duda una experiencia estimulante.
Es curioso, pero cuando hacemos las cosas que nos gustan surge de nosotros una fuerza interior que nos permite sacar adelante aquello que nos proponemos. Ya han pasado casi cuatro años y todo ha ido creciendo. Mi hija mayor ya tiene siete años y va a la escuela; la pequeña tiene tres y ha empezado a ir tres mañanas por semana a un jardín infantil.
Mi proyecto digital ha crecido y la vida transcurre entre mi paternidad y el trabajo, que son dos cuestiones que están siempre en movimiento: crecen, cambian y se adaptan a lo nuevo. Trabajar desde mi casa y poder pasar mucho tiempo con mis hijas es parte de mi vida cotidiana. No me he perdido nada de sus primeros años y en este tiempo me han enseñado muchas cosas. Ser papá en casa es una gran oportunidad que vale la pena vivir. Es una experiencia compleja que pone a prueba tu inteligencia emocional, tus miedos y aparentes certezas, pero al mismo tiempo te hace crecer como ser humano. Y te vuelve una mejor persona.
Igma (45) es arquitecto y vive en Canadá.
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