Paula 1175. Sábado 6 de junio de 2015.
¿Cómo te preparaste para el nacimiento de tu primera hija?
Desde que supe que la Josefa venía en camino, me metí en un proceso introspectivo potente. Tuve la suerte de que justo terminé de grabar Chipe libre (Canal 13) a fines de octubre y quedé más o menos libre, lo que me permitió estar cerca de mi mujer durante el embarazo y también hacer ese autoanálisis, esa reflexión: Me iba a convertir en papá y eso requería un esfuerzo, una necesidad de ser una mejor persona. En los nueve meses me concentré en tratar de mejorar lo máximo posible las cosas que no me gustan de mí y potenciar las buenas, para tener la tranquilidad de que uno está siendo una persona medianamente digna de traer a alguien al mundo y educarlo.
Pero eso es ponerse la vara bien alta.
La gente me decía: "Quédate tranquilo, va a nacer y te va a amar seas como seas". Y yo sé que es un amor incondicional, eso es lo bonito. Pero también hay una responsabilidad: esa persona va a tener un parámetro en la vida. Y ese parámetro voy a ser yo.
¿Tenías alguna idea preconcebida de cómo querías que fuera el parto?
Tuve una experiencia muy bonita. Mi abuelo materno, que falleció el año 2000, era ginecólogo-obstetra y me sacó de la guata al igual que a mis hermanos y muchos de mis primos. No me había dado cuenta de la potencia que ese vínculo tenía hasta que un día, cuando ya estaba muy viejito, inconsciente en su cama, le toqué la mano y le empecé a hacer cariño. Ahí, de un segundo para otro, me cayó la teja de lo heavy que era esa conexión y le dije: "Oh, Tata, qué potente pensar que esta mano es lo primero que me tocó en el mundo. Ahora son mis manos las que te tocan a ti por última vez". Y me despedí de él. Desde ese día soy muy consciente de la importancia de esos detalles. Siempre supe que cuando tuviera un hijo quería estar presente en el parto, hablarle, saludarlo.
Nicolás Poblete es embajador de la marca Chicco en Chile, que ofrece productos de recién nacidos. "Nunca sería rostro ni haría publicidad a algo que contradiga mi pensamiento o mis valores. Pero ser papá me tiene tomado y me pareció divertido que mi nombre se asocie a una marca de niños".
¿Y fue como te lo esperabas?
Fue un momento increíble. Con la Susana (su mujer, la actriz Susana Hidalgo) llegamos a la clínica súper tranquilos y felices. Estábamos muy conscientes de que era un momento de puro disfrute. En el parto me preguntaron si quería poner música y, sin pensarlo dos veces, dije que sí: puse reggae de los 70, música relajada, alegre, melancólica. Me preguntaron: "¿Y esto vamos a escuchar?" y al rato estaba el doctor, la matrona y el anestesista felices bailando. Era como una escena de una película o como estar en la playa recibiendo a la Josefa.
¿Cómo han sido estos 12 días de paternidad?
Un aprendizaje. Uno no sabe nada, pero mira y trata de descifrar. De repente llamo a mis amigos que son papás y les digo: "¿Y dónde cresta viene el manual?". A pesar de que no tengo sobrinos, yo tenía nociones básicas, porque en la teleserie Brujas, en el año 2005, hice el personaje de un pediatra. Para prepararme estuve yendo durante dos meses a trabajar con la gente de la beca de especialidad de pediatría en la Católica. Ahí aprendí cómo tomar a las guaguas, mudarlas. Adquirí técnicas que me acuerdo hasta hoy, como pasarles mi propia mano para que jueguen y no estén llorando mientras uno los muda.
¿Te gustan las guaguas?
Sí, de hecho desde niño supe que quería ser papá. En segundo medio me fui a vivir a Rancagua con mi familia, pero en cuarto volví a Santiago porque quería terminar en mi colegio, el Saint George's. La idea era vivir con algunos tíos o con mis abuelos, pero Gerardo Whelan, el sacerdote y rector que se hizo conocido gracias a la película Machuca de Andrés Wood, me ofreció ser mi apoderado y vivir en la casa de formación de sacerdotes. Acepté y viví un año ahí. Él siempre me decía que yo tenía un liderazgo especial, tenía muchas expectativas puestas en mí. Creía que podía estudiar Leyes y llegar a ser presidente, o meterme a la Iglesia y llegar a ser obispo y después Papa. Él insistía y un día tuvimos una conversación profunda. Me preguntó por qué no quería ser sacerdote. Y le respondí: "Porque quiero ser papá. No quiero repartir mi amor y lo que tengo para dar en miles de personas. Quiero dar todo eso a una sola persona, que va a ser mi hijo o hija". Y no se habló más del tema.