"Mi hermana Ji es lo más desaparecido que hay, y también es creída". En mis años de preadolescencia, mi saga de libros favorita –antes de Harry Potter-, fue Papelucho. Como en la parte de atrás salían todos los libros, apenas terminaba uno pedía otro. Las aventuras de Papelucho historiador hicieron que saber de mi país fuera entretenido, mientras que Papelucho casi huérfano me hizo llorar por primera vez al leer (¿Qué clase de padres pretenden que el crío quedó huérfano mientras se van de viaje?).
Papelucho es una serie de 12 libros escritos por la autora chilena Marcela Paz, entre los años 1947 y 1974. Las historias las relata un niño, eternamente niño, en primera persona, siempre con una mirada infantil, ingenua, perspicaz y muy honesta.
Pero el que más me entretuvo, sin dudas, fue Mi hermana Ji, por Papelucho. Al final de En la clínica, los papás del protagonista anunciaban la llegada de una hermanita, de la que no sabemos hasta esta entrega.
Algo que me encanta de este libro, es que el lector se da cuenta de cómo los adultos pasan por alto "pistas" que frente a los ojos de un niño resultan evidentes. Por eso Papelucho se la pasa buscando a la Jimena, porque a diferencia de los papás o de la Domitila, es capaz de ver. Y con esa inocencia de la infancia que hace que todo se mire con una lupa, porque todo es nuevo y nada es rutinario.
Un ejemplo de esto es cuando descubre que su hermana se había ido a la plaza a cazar sapos, simplemente porque faltaba un cedazo (obvio que la Ji se había ido a atrapar sapos a la plaza con el cedazo ¿o no?). Cuando vuelven, su mamá lo castiga por haber estado fuera dos horas. Ante esto, Papelucho razona: "No se le ocurre nada a la gente grande. Cuando yo crezca, no pienso ser así". Y es que no se nos ocurre nada a los grandes ¡y es verdad! Esperamos que de la A se pase a la B y que la X más la Y den Z. Nos acostumbramos a nuestras reglas.
En esa época, cuando leía esta saga, tenía tres hermanos chicos, pero pasarían muchos años antes que naciera mi hermana, con la que tengo 14 año de diferencia. Aún así, como era la mayor, me sentía identificada con tener una hermana "lo más desaparecido que hay", porque tener hermanos menores es una responsabilidad tremenda cuando se es niña: tratar que no se metan en problemas y que no peleen entre ellos es, realmente, un trabajo de tiempo completo.
Esto le pasó a Papelucho cuando encuentra a la Ji en el techo, donde estaba porque se creía gato. A la pobre se le enredó el vestido y no podía bajar, por lo que su hermano se queda con ella y le explica que pueden bajar, pero que la caída va a doler. La Ji llora y su hermano la consuela: "Oye, no llores, si aún no hemos bajado. Pero si quieres bajar, hay que ser valientes, como los mártires". Lo bueno es que los niños suelen ser más dramáticos de lo que necesitan ser, y cuando llegaron los Bomberos los pudieron bajar sin dolor.
Buscando a su hermana, exigiéndole que entre a su pieza con las manos en la espalda y peleando con ella, Papelucho descubre una lección muy importante que, en la medida que pasan los años, todos los hermanos mayores aprendemos. Aunque al principio sean una molestia y den infinitos problemas, tener hermanos es una de las herencias más valiosas que nos dejan nuestros padres.
Compañeros de aventuras y de retos cuando niños, personas incondicionales en la adultez.