Partera quechua, Vivian Camacho, y la decolonización de la medicina: “Las mujeres somos la carne del cañón de la industria farmacéutica y por eso se patologiza cada uno de nuestros procesos hormonales”

Vivian Camacho



“El reconocimiento de la medicina ancestral es un acto de resistencia”. Eso postula la doctora, partera y actual coordinadora de salud de los Pueblos de Bolivia, Vivian Camacho, cuando cuenta por qué emprendió, hace ya más de 15 años, un recorrido cuyo foco está puesto en desaprender lo que aprendió durante sus estudios de medicina convencional para así volcarse hacia el saber de sus antepasados. Es un acto de resistencia, según profundiza, porque implica cuestionar y derribar la monoculturalidad en la salud, aquella que determina que sea pensada e impuesta de manera universal por hombres blancos y privilegiados –los que pudieron acceder sin restricción a las primeras universidades– y para personas iguales a ellos. Esa noción que, aun siendo obsoleta, se sigue impartiendo en las aulas.

A eso se refiere cuando habla de la importancia de la decolonización de la salud. Porque de base, como explica, estamos atravesados por un racismo y machismo estructural desde la época de la colonia. “Todos los espacios están invadidos por la lógica mercantil y patriarcal; uno de esos es sin duda la salud. Por eso, no podemos hablar de una lucha feminista sin hablar de una lucha anticapitalista”, postula. “Cuando hablamos de salud necesitamos referirnos al cuidado y protección de la vida en todas sus expresiones y formas, entre ellas la biodiversidad y las culturas. Un modelo extractivista que no se preocupa de eso no se condice con tener una salud digna y para todos. No hay que verlo de una manera tecnocrática que divide y secciona, y para eso hay que identificar desde dónde nos posicionamos y cómo pensamos nuestras identidades y territorios”.

Y es que Bolivia, como cuenta Camacho, es tierra de gente que cura. “Somos quechuas y aquí nuestra manera de concebir la vida está directamente relacionada con cómo convivimos con nuestro entorno, las plantas, las fuentes de agua, las semillas y el alimento. Por eso, la invitación es a volver a pensar qué paradigma civilizatorio estamos replicando muchas veces ciegamente; una macrocultura occidental se nos ha impuesto con masacre, genocidio y saqueo y nos ha enseñado a bajar la cabeza a garrotazos”, explica. “Pero estamos siendo capaces de identificar que esos países del norte global que se creen a sí mismos ‘primer mundo’ y que nos llaman a nosotros subdesarrollados o tercermundistas –además diciendo que es nuestra culpa que lo seamos, porque somos ‘pobres que no saben trabajar y desarrollarse’–, solo se pudieron desplegar porque se alimentaron del dolor y del saqueo del sur global”.

Camacho tenía 25 cuando decidió abandonar la institución, luego de haber estudiado en Bélgica y de haber trabajado en una escuela comunitaria en Sao Paulo. En Bélgica había sido parte de la unidad de trasplantes hepáticos de un hospital, y había visto cómo sus colegas se subían a un helicóptero el día antes de las intervenciones, recogían un corazón y un hígado, y volvían para hacer el trasplante. Realidades, como recuerda ella, inimaginables para el hemisferio sur. “Era hermoso ver ese nivel de avances médicos y tecnológicos, pero yo me preguntaba cuándo iba a llegar esa posibilidad a mi país, donde la gente se muere con una diarrea y una tos. Luego en Sao Paulo vi cómo los ricos venían y se iban en condiciones estables, pero cuando venía alguien de la favela, no tenían cómo sostener los cuidados posterior a la cirugía porque no tenían cosas tan básicas como alimento. Para quién había estudiado, me empecé a cuestionar. Y para quién quería trabajar”.

¿Eso te empujó a volver a tu comunidad?

Esa crisis fue la que me llevó a dejar la institución y a acercarme a lo nuestro, a los saberes ancestrales y a ser partera y acompañante de mujeres de nuestros territorios. La vida me fue ayudando a desaprender y des-medicalizar el proceso aprendido de la atención del parto para así retomar las sabidurías de las abuelas; el cuidado al espacio en el que se realiza el parto y que las mujeres se sientan queridas y protegidas.

Tuve que aprender también cómo las hormonas intervienen en el momento del parto y optar por una atención humanizada y respetuosa. Ese ha sido mi recorrido estos últimos años y he viajado de vuelta a Europa para poder trabajar y hablar sobre la violencia obstétrica. Y es que la medicina ancestral es el compromiso que tenemos con nuestro pueblo, no es una medicina que se realiza porque nos van a pagar. Tiene que ver con una visión de mundo, con la reciprocidad, el apoyo mutuo y la colaboración, pero no solo humana, sino que con las plantas y los territorios. Mi papá siempre me dijo que había sido la generación anterior la que nos prestó la vida a nosotros, para que se la pasáramos a la siguiente. Por eso había que cuidarla; porque los próximos merecen nacer con agua limpia, aire limpio y con acceso a ciertos derechos básicos.

La medicina y la ciencia definieron un ser universal; blanco, sin discapacidad y de atributos más bien europeizados. Todas las investigaciones fueron desarrolladas tomando como referencia a ese ser, dejando fuera al resto de la población. ¿Cómo afecta eso a las y los que no son considerados?

La mayoría de las disciplinas médicas y científicas se desarrollaron en un momento histórico en el que las universidades eran para hombres ricos. Por eso, la medicina fue y sigue sido tomada por ellos; hasta el día de hoy son mentes de hombres pensando para distintos cuerpos. Y eso pasa en todas las universidades del mundo.

Yo estudié en San Simón en Cochabamba y luego en Bélgica, y en ambos lugares rige el mismo paradigma; hay una uniformización del conocimiento y del aprendizaje y nos han ido formando sin mayor criterio político-social. A los médicos se nos enseña a reparar la máquina humana, pero una máquina totalmente desligada del contexto identitario, político, social e histórico. Y eso afecta en cuanto a los parámetros incluso, porque todo está pensado para hombres grandes de cierta estructura. No se considera por ejemplo las características del sur global, mucho menos de una mujer.

Para qué decir que las mujeres le servimos a la medicina mercantilizada en la medida que sigamos siendo el mercado más grande. Somos la carne del cañón y por eso cada uno de nuestros procesos biológicos está tomado por la farmacia; se patologiza cada uno de nuestros procesos de transformación hormonal, sea la menarquia, el embarazo, el parto, la menstruación o la menopausia. Y a eso se le suma que rige una estética sumamente castrante y violenta. En varios hospitales te hacen una cesárea y una liposucción al mismo tiempo. Te hacen procedimientos estéticos quirúrgicos junto con el procedimiento médico porque jamás vamos a ser lo suficientemente bellas para un mercado que se alimenta de nuestra inseguridad.

Se patologizan nuestras reacciones también. Cuando tenemos rabia, cuando estamos cansadas, se nos tilda de histéricas o neuróticas.

Claro, al hombre le pertenece la rabia, pero nosotras somos locas o histéricas por tener un arrebato o por verbalizar que estamos cansadas. Nos dicen que estamos en nuestros días, pero la verdad es que estamos molestas porque nos tratan mal o nos desprecian o nos insultan o acosan a diario. Eso es lo que no pretenden que visibilicemos. Es más fácil culparnos por ser tan emocionales. Y, a su vez, la emocionalidad ha sido cortada y dejada de lado, poniendo a la razón por sobre lo demás. Pero nuestras emociones son regeneradoras y tomamos fuerza de nuestras lágrimas.

En la cosmovisión indígena se le pone énfasis a la ternura.

Cuando revisamos históricamente, si bien el patriarcado ha atravesado todos los territorios y culturas desde la época de la colonia, podemos ver que previo a eso habían damas poderosas, guerreras que lideraron ejércitos para liberar a sus pueblos. Eso nos sirve para recordar que las mujeres, en nuestros pueblos ancestrales, siempre hemos sido parte de la estructura de poder y eso es lo que tenemos que reivindicar ahora. Porque nos necesitamos los unos y los otros. Pero para eso tenemos que primero lidiar con nuestras propias incoherencias o machismos incrustados, incluso las mujeres, y apuntar a la comunidad y el apoyo mutuo. La monocultura, así como el monocultivo, hacen que la vida muera. Por eso hay que respetar la diversidad y fortalecer el diálogo.

Hablas de la importancia de la alimentación, pero es poco probable que un médico occidental diga lo mismo. ¿Cómo nos desplazamos hacia una medicina preventiva?

La medicina mercantil está hecha para producir y reproducir consumidores y se centra en las enfermedades y no en la integralidad de la vida. Para hablar de medicina preventiva hay que hablar de la defensa de la tierra, de las identidades culturales, volver a reconocer a las sabias parteras curanderas y agricultoras que históricamente fueron perseguidas. Porque así como estamos, las grandes industrias nos envenenan el agua, toman los territorios, hacen la guerra porque es un gran negocio y nos orillan para consumir sus productos. Y cuando nos enfermamos, tenemos que consumir sus medicamentos para sanarnos de sus venenos. Vale preguntarse, entonces, ¿los derechos de quiénes estamos defendiendo?

Ser reflexivos pero por sobre todo ser tiernos en este momento es parte de la resistencia que busca preservar la humanidad, para no volvernos unos autómatas mecánicos y mecanizados, indiferentes a la vida, ya sea porque nos ha dolido demasiado y no queremos sentir o porque realmente no nos importa. El momento que seguimos llorando, seguimos sintiendo. Y eso nos moviliza y nos incentiva a organizarnos.

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