Mi experiencia siendo madre por tercera vez: “Los cólicos, las fiebres y las noches en vela al final pasan”
“Son las 9 de la mañana y estoy despierta desde las 5 am. A esa hora estaba dando teta a mi hija de un mes y medio, medio dormida y acomodándome lo mejor posible porque tengo mucho dolor de espalda desde que nació. A esa misma hora vino llorando mi hija de siete años porque no puede respirar de tanta tos. Dejo a la pequeña semi dormida al lado de su papá y me voy con la que ahora es la del medio a acostarme a su cama. Recojo todas las mantas que están hacia sus pies y le doy un pequeño discurso mientras me acuesto cucharita con ella, explicándole que es imposible no toser si tiene todas sus mantas en los pies. Estando cucharita le hago masaje en su garganta y deja de toser. Me quedo un ratito allá sabiendo que debo volver a mi cama donde esta mi pequeña de mes y medio; vuelvo a mi cama, cierro los ojos ahora cucharita con la pequeña y comienza a sonar la alarma de mi marido. Son las 5:30 am. Estoy tan cansada, que ni siquiera noté que se levantó. Él se encarga de dejar el almuerzo listo porque hay veces que mi guagua no quiere dormir en la cama y debo estar pegadita todo el día y no he tenido momento para prepararme almuerzo. A las 7:00 am. suena mi alarma y me levanto para ayudar a mis otras dos hijas con su rutina de colegio. El día de hoy sólo irá la mayor de 12 años porque la del medio se quedó por la tos. Así son mis noches y mis mañanas.
Después que nació mi hija Alma, hoy de siete años, dije nunca más. Mi situación fue un embarazo del que me enteré cuando ya tenía casi diez semanas de gestación y con mi ex marido a punto de separarnos. Camila es mi tercera hija. Nació en marzo de este año y hasta ahora ha sido una experiencia completamente nueva. Después de 13 años criando y maternando por fin me siento con una tranquilidad interna que me permite vivir el día a día sin tanto miedo de cometer errores con ella. Esa presión de ser la mejor mamá para afuera ya no existe. Y menos mal, porque sinceramente me sorprende cómo las redes sociales te van moldeando e influenciando en tu forma de criar. Me aparecen videos de la mamá recién parida “fit” con su cuerpo sin ninguna evidencia de embarazo, que hace flexiones con su guagua pegada a la teta. La madre crianza respetuosa que siempre está por sobre las situaciones y tiene la respuesta perfecta para una escena de caos infantil (la casa patas pa’rriba, muros pintados, niños con barro de pies a cabeza, etc). Mamás que tienen 12 hijos y con una sonrisa en la cara se despierta a las 5 de la mañana para prepararle el desayuno a todos. Nosotros con mi pareja nos identificamos con Hal y Lois, los padres de Malcom que tienen su jardín seco, la casa nunca está ordenada, sus hijos son niños normales hiperactivos buenos para dejar la embarrada. Y ella es una persona que ama a sus hijos pero eso no la invisibiliza como mujer como persona que colapsa, que se enoja, que manda a la cresta, que no siempre tiene las palabras perfectas y se acepta como tal.
Criando vemos lo mejor y peor de nosotras y tenemos que aprender a aceptar ambas caras. Por lo general la que más vemos es la cara fea, nos cuesta ver que hacemos las cosas bien. Nos cuesta aceptarnos madres con toda la subjetividad que nos acompaña. Creo que esta vuelta a los pañales llega a mi vida en un momento en que a pesar de mis inseguridades que sigo trabajando, estoy mejor parada, más confiada. Y eso me permite maternar más tranquila, sin ver los errores como el fin del mundo, sin tener un verdugo interno que me castiga cada vez que me caigo. No niego que estoy exhausta porque tengo tres hijas viviendo etapas muy diferentes entre ellas: una que está entrando en la adolescencia con todo el traje; una de siete que está transitando su salida de la primera infancia y digiriendo lo que significa dejar de ser la más pequeña para convertirse en la hija del medio; y la más pequeña que nos tiene a todos babosos.
Hay una frase que me dijeron cuando nació mi primera hija y que, claro me hizo sentido, pero no le tomé el peso a pesar de que conscientemente la entendía: ”tranquila, que todo va a pasar”. Pasan los cólicos, pasan las fiebres, pasan los llantos por la dentición, pasan los hijos que duermen dos horas. Todas esas cosas que cuando las estamos viviendo con nuestros recién nacidos parecen una tormenta que nunca va a terminar y a la que ni nuestros hijos ni nosotros podremos sobrevivir. Claro, siempre me hacía sentido cuando ya pasaba la catástrofe y veía que nada era el fin del mundo, pero ahora esa frase está alineada con mi forma de maternar porque creo que con las dos primeras ya he pasado casi de todo. Ahora simplemente estoy disfrutando estos primeros meses de vida de mi guagua. Cansada como cualquier mamá, pero sin la intensidad y el terror de que todo es una potencial catástrofe”.
Carolina tiene 41 años y es licenciada en arte.
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