La pérdida de sentido, la monotonía y el sentirse estancada en un trabajo que antes nos gustaba, muchas veces resulta paralizante en una edad en la que, sobre todo para las mujeres, no hay tantas oportunidades. Tener 40 y tantos y reinventarse puede parecer, en nuestra imaginación, como tirarse a una piscina sin agua, donde nadie te recibe, ni contrata.
Varinia Ferrera (@vferreracoach) trabajó por 30 años de una forma que ella misma describe como “piloto automático”. Pensaba que eso era lo normal, pues nunca se le enseñó que podía trabajar para vivir y no al contrario. Si bien era feliz con su equipo de trabajo como jefa de marketing en una de las empresas más importantes de jardinería en Chile, cuando cumplió 45 años, y llevaba cinco en la misma empresa, se dio cuenta de que no iba a poder crecer más y que el trabajo que estaba haciendo en ese minuto sería probablemente el mismo hasta su jubilación. “Se empezó a hacer súper monótono, no había opción de crecimiento o de movilidad interna, algo que junto a la pérdida de sentido, me hizo preguntarme si es que en realidad me veía haciendo ese trabajo por mucho más tiempo. ¿Me veo jubilándome en esta misma empresa, con las mismas problemáticas y personas? ¿Estoy dispuesta a esto? ¿Para qué otra cosa sirvo?, me pregunté”, cuenta.
Cuando la monotonía y la rutina empezaron a ser un factor que la hacían querer dejar ese trabajo, buscó otros caminos, pero no fue fácil. “Me demoré en agarrar este ímpetu de reinvención porque no sabía qué hacer, lo único que tenía claro era que quería movilizar las aguas y hacer algo distinto. En esa búsqueda me encontré con el coaching. Ahí decidí por primera vez agarrar este anhelo de reinvención para abrirme al mundo en áreas distintas y me formé como coach. Quería tomar esa disciplina y ponerla a disposición de otros, que era lo que me movía el corazón. En paralelo a mi trabajo principal, que seguía siendo de Marketing, conseguí mis primeros clientes como coach, estaba sembrando el camino para no tirarme a la piscina sin agua. Coincidentemente, en ese período me desvincularon de mi trabajo. Me lo tomé bien, como una señal, pues ya no quería estar ahí. Incluso, un año antes, mi cuerpo ya me había avisado: estuve un mes con licencia por vértigo causado por estrés. Ya no quería más, pero estaba muerta de miedo. Y confieso que la edad fue un factor importante. Pensaba que nadie me contrataría a los cuarenta y tantos”, asegura Varinia.
A los 40, muchas mujeres chocan con la realidad. Y es que muchas veces no tienen acceso a espacios de poder dentro de sus organizaciones, dice Carla Rojas, psicóloga laboral, especialista en género y fundadora de la consultora Diversity. “Una de las principales razones de por qué las mujeres salen del espacio laboral tiene que ver con que no hay desarrollo de carrera. A los cuarenta años casi todas esperan tener la oportunidad de crecer, ser gerenta o directora y ese espacio hoy no suele estar disponible desde la estructura organizacional. Y eso es algo que genera grandes crisis, sobre todo pensando en la brecha que existe en relación con hombres de la misma edad y profesión, a los que sí se les suelen abrir estos espacios”, asegura.
Otro de los factores gatillantes de una crisis vocacional, dice la especialista, es la obligación de elegir entre ser madre, tener una familia y ser profesional. “Varias de las profesionales que he atendido tienen esta sensación de que la mujer tiene que elegir entre desarrollar su carrera o ser madre, cuando se hacen las dos cosas, se genera la sensación de estar haciéndolo todo a medias. Todo esto, frente a la exigencia sociocultural de que tiene que ser buena madre, ejecutiva y trabajadora, cuando al fin y al cabo una no puede con todas esas demandas”, dice.
“A los 40 las mujeres se replantean la exigencia de la superwoman que no falla y yo creo que aquí entran en un espacio reflexivo donde más que estar bien con ellas mismas, se dan cuenta de que pueden dejar de exigirse tanto y empezar a ver otras áreas de sus vidas como las amistades y otros espacios que puedan ser satisfactorios para ellas. Tiene que ver con entender que no siempre el trabajo más esforzado y detallista es precisamente lo que te lleva al éxito y que tu carrera sí puede ser versátil. Muchas veces llegan mujeres a consultar conmigo, que son ingenieras y que en realidad quieren ser psicólogas o viceversa y lo que necesitan es un diplomado o un magíster, algo en lo que te especialices y que te permita acercarte a lo que te hace más plena”, agrega la especialista.
Sin embargo, aunque las chilenas son las que más años académicos estudian, son las menos representadas en los espacios laborales producto de las barreras culturales, puntualiza Carla Rojas. Y asegura que esta podría ser la razón de que existan tantas mujeres emprendedoras en Chile. “Al ver estas barreras socioculturales y organizacionales, las mujeres se atreven a emprender con el negocio que sea. Y es que esta idea de ser mi propia jefa o de tener el espacio de creatividad y desarrollo que nunca tuve en mi organización, es muy atractivo, porque cuando veo que no soy directora y que la organización nunca me va a dar ese espacio, prefiero crear una empresa y ser directora de mi propia compañía”.
“En ese minuto, en plena crisis, es muy difícil mirarse y reconocer en ti todos los talentos, las competencias y la experiencia que tienes, sobre todo cuando has estado mucho tiempo en una misma organización. No es fácil reconocer el camino hacia la felicidad”, reconoce Varinia. Pero cuando se atrevió a hacerlo, notó que comenzó a ser un ejemplo para otras mujeres que vieron cómo se reinventó siendo “cincuentona”. “Algunos se acercaron a mí a preguntarme cómo lo estaba haciendo y ahí fue cuando entendí que podía ayudar de esa manera a las personas. Así que hoy enfoco mis servicios como coach en mayores de 40 años, que me he dado cuenta de que, entre ellos y ellas, hay muchísimos intentando hacer cosas distintas, pero no se atreven a dar el paso”, concluye.