Pato Celis y sus patitos malos

Desde hace una década Patricio Celis trabaja como educador de adolescentes infractores de la ley en un centro del Sename. Los chicos lo quieren y lo respetan, porque antes también estuvo en la calle. Él los acoge y sabe hablarles duro cuando se requiere. Como observador privilegiado del mundo de los infractores adolescentes, Celis entrega claves sobre quiénes son estos chicos y qué debiéramos hacer para sacarlos de la violencia.




En su casa natal no hubo televisión, pero sí muchos libros que su padre, lector incansable, mezclaba con las herramientas de trabajo. Así, en la mesa familiar era usual ver un diccionario de filosofía, elCanto general, de Neruda, o una edición de El Quijote reposando junto a un martillo o una llave inglesa. Oriundo del barrio San Eugenio y criado en La Victoria, Patricio Celis Fábrega –61 años, casado con Ana, un hijo– se graduó de gásfiter en una escuela industrial, al igual que su viejo, pero su sensibilidad artística y social (fruto en gran parte de esas lecturas inducidas por el ejemplo paterno) lo llevó a ejercer también como guitarrista, orfebre, pintor de murales y poeta, a vivir en comunidad antes de los hippies, a alfabetizar a niños vulnerables, a sacar de la droga a jóvenes adictos, a repartir leche en las poblaciones y a resistir al régimen de Pinochet, "desde las trincheras del arte popular". Como tantos, con el retorno de la democracia tuvo que darle un nuevo sentido a la vida. Y lo encontró por fin hace más de una década en lo que es su pasión hasta hoy: ser educador de adolescentes infractores de la ley en el centro semicerrado Calera de Tango del Servicio Nacional de Menores, Sename. Con un genuino amor por "sus muchachos", que se puede apreciar a simple vista en el trato humano que les da y el cariño casi reverencial que le profesan, trabaja en la Casa 2 del centro y es el director de la brigada muralista conformada por algunos de los menores de 18 años que han violado la ley y conviven en ese recinto. Para ellos es, simplemente, "el Pato Celis", un maestro fogueado en la escuela de la calle, que los entiende y los acoge cuando se sienten solos en mitad de la noche. Celis conoce sus biografías al dedillo –la dimensión cotidiana de la miseria en que se criaron y el lastre sicológico de ser maltratados desde el nacimiento– y por eso se pone rabioso al escuchar recetas fáciles desde la clase política o los medios de comunicación donde, a su juicio, "se repite mucho la palabra castigo, sin considerar los contextos que pueden llevar a un adolescente a delinquir".

Empezaste trabajando con niños y jóvenes adictos a la pasta base, que apareció con fuerza en las poblaciones a comienzos de los 90. Recordemos ese periodo de tu vida…

El regreso de los militares a sus cuarteles coincide con la aparición de la pasta base, que en un principio fue regalada por los traficantes a los jóvenes de las poblaciones para generar la adicción. Antes de eso los cabros se conformaban con viajar a Los Andes y traerse sus paquetitos de marihuana, pero desde que empezó a masificarse el consumo de pasta base y cocaína, la calle se puso peligrosa y los narcos se tomaron las poblaciones, porque es una droga tremendamente adictiva. Y lo digo por experiencia propia. En 1995 probé la pasta base y estuve dos años consumiendo. Hasta 1996 mi vida fue una mierda.

¿Te costó mucho romper con la adicción?

Afortunadamente la voluntad se impuso y la dejé en seco. Después empecé a colaborar en un centro en la recuperación de muchachos adictos. Manejaba los códigos, sabía exactamente en qué mundo espantoso estaban metidos. Una frase rescatada de un libro de mi padre me hacía sentido en mi nueva etapa: "Si no bajaras al infierno, cómo harías para sacarlos de allí". Bueno, yo había bajado al infierno, me había ganado el derecho a ayudarlos.

Seguro que esa experiencia también te ha servido para tu trabajo actual con los menores infractores que, como he podido ver, te respetan bastante y te quieren…

Me quieren, yo creo, porque hablo como ellos, porque entiendo lo que dicen, porque me doy a entender de un modo que ellos entiendan. Si bien mi rol no puede ser siempre de educador cariñoso, el afecto es muy importante. Ofrecerle un café al chiquillo cuando pasa por un mal momento. Eso lo agradecen, porque nunca nadie les ofreció nada.

Perros de la calle

Me contabas que a veces te llaman en las noches cuando están mal o se han metido en un lío.

Hay noches en que me llaman al celular, muchachos que han pasado por el centro en algún periodo, y escucho puros gemidos, o un llanto prolongado. "Pato Celis, estoy mal", me dice alguno. Y yo le pregunto: "¿Qué hiciste, qué te pasó, dónde estás?" y al otro lado, a veces, solo se oye un llanto. Esas situaciones me han hecho crecer como persona y conocer mejor la condición humana.

Me he fijado que a ratos les hablas en coa a los muchachos. ¿Te manejas con el lenguaje del hampa?

Me manejo perfectamente. Son años escuchándolos, desde mi trabajo en poblaciones. Y no es una cuestión de estrategia, a mí me gusta el coa. Con el tiempo aprendí que sintetiza, a veces, mucho mejor que el español habitual…

Dame un ejemplo…

Por ejemplo: "Tenís que puro verla", que significa que uno tiene que darse cuenta rápido de lo que te están tratando de explicar y si no, chao. Es así de sintético, porque no les gusta que "les trabajen la mente", como dicen ellos.

En el día a día con los muchachos, ¿qué tipo de argumentos usas para disuadirlos de que no sigan delinquiendo?

Soy práctico y les insisto mucho en que lo más importante es que no les hagan daño a las personas. No es lo mismo que roben un celular a que acuchillen a alguien para quitarle un celular. Los cabros no compran sermones. Les costó mucho esfuerzo desarrollar la personalidad curtida que tienen como para bajar la cortina y decir que están equivocados. Por mis vivencias me defino como perro de la calle y estos cabros también son perros de la calle como yo. Y, como dice la canción, tú puedes sacar a una persona de la calle, el problema es cómo sacas a la calle de su conciencia.

¿Y cómo son los perros de la calle?

Parecemos bravos. Tenemos ganas de ladrar, de morder, de andar libres sin que nadie nos ponga límites, pero somos de una u otra manera permeables al afecto. A mí, con afecto cualquiera me conquista… y a los cabros, también.

La insurrección de los flaites

Pensando en sus biografías, ¿cuál es el perfil mayoritario entre los jóvenes que llegan a los centros del Sename?

La mayoría son hijos de padres delincuentes, que asaltan o que están presos; muchas mamás son prostitutas o consumidoras de drogas. Tienen una situación económica desastrosa, alimentación horrible, hábitat invivible, hacinamiento a alto nivel y viven en la violencia permanente.

¿Dirías que ese contexto, de alguna manera, libera a los muchachos de su responsabilidad?

Para que asuman su responsabilidad tenemos, primero, como sociedad, que reparar todo el daño que les hicieron, porque ellos son un producto de las condiciones en las que nacieron y crecieron. Cuántas historias de sufrimiento me han contado: "mi mamá se acostaba todos los días borracha", "mi padrastro me echaba en la mañana para que fuera a robar o pedir plata". Ellos son consecuencia de una humanidad que marcha en forma desastrosa por las enormes desigualdades.

Has hablado de una insurrección flaite, que se estaría produciendo entre los jóvenes infractores y que tendría uno de sus fundamentos en el reggaetón.

Mira, tenemos chiquillos con mala alimentación, neuronas de menos, que funcionan de normal lento para abajo y con un consumo de drogas elevado que los altera y los acelera. Sumémosle la violencia que viene desde dentro de sus casas, desde afuera en la población y del sistema policial que los reprime y controla y, además, la proliferación increíble de armamento. A lo anterior agreguémosle un estilo musical como el reggaetón, con muchas letras que exaltan el uso de la violencia, los asesinatos, los homicidios por encargo y que son una inspiración para estos muchachos. Los cabros muchas veces dicen medio en broma, medio en serio: "Ya van a ver, ya van a ver, cuando los menores se tomen el poder".

¿Cómo incide en este cuadro la incitación permanente, desde los medios y la publicidad, al consumo de bienes?

Las falsas expectativas de la sociedad de consumo, dices tú. Una frase archirrepetida, pero que sigue teniendo la validez de siempre. En cualquier casa de campamento, por muy pobre que sea, hay una tele que nos enseña, básicamente, a tener cosas: desde lo que te vas a poner a lo que vas a comer, o dónde vas a dormir. En las casas de estos muchachos es escaso hasta el pan. Entonces, si por un lado te bombardean con las cosas que supuestamente necesitas para ser feliz y por otro no tienes nada, es evidente que el cabro chico empieza a vislumbrar un camino para obtener las cosas de otra manera.

¿Es por esto que llegan tan pocos jóvenes de hogares acomodados a los centros de menores o hay otras razones?

Los jóvenes con recursos rara vez llegan a tribunales, porque de la comisaría llaman al papá, luego se lo entregan y le encargan que el cabro no las siga embarrando. Y si llegan a pasar a un tribunal, hay equipos de abogados detrás. En cambio, para el muchacho pobre solo está el abogado defensor de turno del tribunal, sobrepasado por la pega. Si la Justicia fuera más rigurosa tendríamos muchos muchachos de hogares acomodados en los centros de menores.

¿Cuáles son los delitos más recurrentes que han cometido los muchachos que llegan al centro de Calera de Tango?

Lo que más intentan ejecutar es el robo en lugar no habitado y el hurto. El problema es que, a veces, el consumo de drogas los pone violentos y los hace perder la noción de la realidad, entonces no es extraño que roben en lugares habitados y con violencia. Pero ellos, en principio, eligen lo que está menos sancionado por el sistema.

¿Son más peligrosos, entonces, los menores infractores de ahora que los de hace décadas?

Evidentemente, porque los de antes no consumían las drogas de ahora, que te desquician y te hacen perder el control. Antes fumaban marihuana, que esencialmente te relaja y atenúa los impulsos de agresividad. Ahora necesitan adrenalina. Está corriendo el clorhidrato en sus diferentes versiones que los ponen agresivos y los alejan del sentido de la realidad.

Considerando lo anterior, ¿cómo debe actuar una persona que está siendo asaltada por este tipo de adolescentes?

Ni encararlos ni defenderse. De atacarlos, ni hablar. Hay que entregar todo y esperar que se vayan. La mejor ganancia es quedar a salvo, convertir el asalto en una "donación voluntaria"

y después dar las gracias por haber salvado el pellejo.

La ofuscación de las víctimas

¿Qué le dirías a la gente que pide venganza cuando ha sido víctimade un delito cometido por un delincuente juvenil?

A las víctimas les encuentro razón: produce ofuscación y mucha bronca que se metan a tu casa y te maltraten, te roben, te invadan tu intimidad. Ese sentimiento provoca deseos de venganza, pero el problema es que te vas a vengar con uno, pero quedan miles. Necesitamos provocar una transformación cultural y económica que apunte a cambiar el contexto social que genera y reproduce la delincuencia juvenil y la drogadicción. Generar más trabajo bien remunerado, brindarles atención sicológica permanente a los jóvenes dañados, establecer redes de contención y afecto. Eso, en todo caso, desborda la pega del Sename.

¿Y existen los recursos suficientes para que ustedes tengan alguna posibilidad de ganar la pelea por la recuperación de estos muchachos en el Sename?

Lo más complejo es que los recursos no han crecido en relación a las necesidades y nuestra capacidad de intervenir es limitada. Los muchachos llegan con muchas carencias y los recursos no están a la altura de los desafíos. Como sociedad debemos trabajar para recuperar a los menores a una vida digna y honesta, pero también intervenir en el contexto que produce la delincuencia y que no es otro que la mezcla explosiva de injusticia, desigualdad, ignorancia y miseria.

Buena parte de la batalla debe ser sacarlos de la droga…

Claro, y para eso están las comunidades terapéuticas, pero los tiempos que se dan los profesionales para conseguir resultados son demasiado largos y en el camino los menores se convierten en adultos y llegan a la cárcel. Una alternativa realista es optar por el mal menor: "Mira cabro, si quieres consumir, fuma marihuana, pero no pasta base, porque te vuelve loco y vas a terminar matando a alguien". Eso es más realista que esperar a que se vuelva un asceta guiado por el siquiatra.

¿Cómo se miden los logros en esta labor de rehabilitación?

Es muy difícil revertir 17 años del chiquillo en unos pocos meses. Si pienso en los cabros que he perdido, es terrible. Al año de llegar aquí, se me murió uno de mis regalones, el "Chaguito", arrancando de Carabineros. Se agarró de una rama en el canal San Carlos, se le quebró la rama y lo encontraron después en el río Mapocho… Pero también hay otro tipo de historias: hace poco llegó uno que me había sacado canas verdes. Venía con su señora a presentarme a su guagua… Le pregunté a ella cómo se portaba y me dijo: "La mitad del tiempo bien y la otra, mal". Para mí eso es un tremendo avance.

¿Qué piensas del discurso que plantea el fin de la puerta giratoria y el endurecimiento de las penas?

Estos chiquillos han pasado por sufrimientos enormes y necesitan un sistema que les permita pagar su sanción con métodos adecuados y con recursos suficientes para la intervención. La condena no puede ser un acto de venganza. ¿Ojo por ojo, diente por diente?: no es tan simple la cosa, porque para el cabro no fue el ojo que fue para ti, ni tampoco el diente. Se requiere una mayor voluntad política para atacar las raíces de un problema, que no se va a resolver hacinando a más gente pobre en las cárceles, porque de esa manera solo ayudamos a que se reproduzca el huevo de la serpiente.

¿Qué llamado le harías a la clase política en relación a los menores infractores y los desafíos que tenemos como sociedad?

Podemos hacer milagros en este centro, pero cuando el cabro vuelve a la población llena de basura, de narcotraficantes, de departamentos donde duermen todos hacinados, las posibilidades de que vuelva a delinquir son altas. Como Estado debemos generar más conocimiento sobre los menores para saber contra qué estamos luchando, proveer más recursos, preocuparnos de su inserción laboral y educacional, apoyarlos en su salud mental y hacer cambios estructurales: más y mejor trabajo, educación, dignidad y justicia. Si no enfrentamos el problema, la gente común sufrirá cada vez más las agresiones de los jóvenes infractores. Se producirá una tragedia generacional irreparable por los muchachos que habremos perdido.

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