En el artículo Why is Asking for Help so Difficult? (¿Por qué es tan difícil pedir ayuda?), publicado en el New York Times, la periodista Alina Tugend argumenta que en sociedades en las que se valora más el individualismo, la independencia y la autoayuda, se nos hace mayormente difícil solicitar asistencia cuando la necesitamos y asumir que dependemos de los demás. “Hay muchas razones por las que evitamos pedir ayuda, siendo una de las principales el hecho de que no queremos mostrarnos vulnerables, débiles o incompetentes. Sin embargo, el riesgo de dilatar la solicitud de apoyo es que esa situación en la que nos encontramos pase de ser un problema menor a una crisis sostenida en el tiempo”, explica la autora. “También le tememos a la posibilidad de ceder el control y creemos que si le pedimos ayuda a alguien, esa persona se va a acaparar más de la cuenta. Por último, a nadie le gusta sentirse endeudado y pedirle ayuda a otra persona puede cambiar el equilibrio de poder en ese vínculo”.
Y es que, como explica el psicoanalista y académico de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, reconocernos dependientes es un proceso doloroso. Desde que nacemos, de hecho, recurrimos a distintos mecanismos para evitarlo. “Cuando las guaguas están en una situación de dependencia, es decir de querer algo y no poder obtenerlo, recurren a la satisfacción sustitutiva. Esto pasa por ejemplo cuando no pueden acceder al pecho materno y en cambio se meten el dedo a la boca y lo empiezan a succionar. Esa fantasía o idea de satisfacción sustitutiva permite que la guagua se sienta más independiente del otro, pero también que se de cuenta de la posibilidad de crear su propia realidad”, explica. Y agrega: “Eso, ya siendo adolescentes y adultos, se ve cuando recurrimos a la hiperindependencia y negamos que necesitamos de los demás para subsistir”. Porque, en definitiva, asumir esa necesidad es también aceptar que a veces no podemos lidiar con la realidad circundante, que a veces fallamos y que no siempre podemos abordar o cubrir todo lo que deseamos abordar.
En ese sentido, como explica el especialista, pedir ayuda implica un reconocimiento de las propias incapacidades momentáneas. “Ese proceso siempre va ser difícil porque es soltar ciertas nociones rígidas de lo que somos, pero también permite que trabajemos esas incapacidades y que logremos atravesar esa sensación de inseguridad y de miedo que nos genera el no cumplir con nuestras propias expectativas. Eso, más que cualquier otra cosa, es un acto de valentía”.
Y es que los seres humanos somos gregarios y lo que nos hace subsistir como especie, como explica la psicóloga de la Universidad Diego Portales, Francisca Otero, es justamente nuestra capacidad colaborativa. “Pedir ayuda se conecta con la capacidad de reconocernos vulnerables, con darnos cuenta de que no somos capaces de hacerlo todo porque en realidad no tenemos por qué hacerlo ni saberlo todo. Tiene que ver con soltar esa omnipotencia, el control y confiar en los demás”, explica la especialista. “Para eso, evidentemente hay que renunciar a ciertos supuestos sobre nosotros mismos, o sobre esa noción idealista que hemos creado de lo que implica ser adultos”. Noción en la que probablemente se valore la hiperindependencia, porque en definitiva nos ha servido a modo de mecanismo de defensa asimilado para protegernos frente a la eventual posibilidad de rechazo, daño o sufrimiento.
Pero en realidad somos totalmente interdependientes y por lo tanto, como explica Otero, podemos distribuir roles, apoyarnos los unos a los otros y complementarnos. Lo opuesto, en definitiva, a lo que se nos enseña en culturas exitistas y competitivas en las que nuestro valor está en gran parte determinado por nuestra capacidad productiva y nuestra independencia. “Hemos aprendido a atribuirle al individualismo y a la hiperindependencia un gran valor, pero partimos desde un mito, porque nunca somos realmente independientes de los demás”.