A todos nos han roto el corazón. Infidelidades, desencuentros, traiciones, desilusiones. En una relación de pareja, es casi inevitable herir o ser herido. Es un riesgo que asumimos y que sabemos de antemano. Porque cuando hay amor, también hay expectativas, sueños, proyectos de vida y, sobre todo, una exposición y vulnerabilidad que, quizás, solo tiene expresión en un espacio protegido como el que se da en el vínculo amoroso. Por eso, tarde o temprano, nos decepcionamos y también nos equivocamos.

De ahí que ofrecer disculpas y saber perdonar pueden ser dos hechos esenciales a la hora de entablar relaciones significativas, con responsabilidad afectiva y duraderas en el tiempo. Sin embargo, hacerlo no es tarea fácil. La escritora Sarah Montana en su charla TED El verdadero riesgo de perdonar y por qué vale la pena explica que, en general, las personas evadimos el perdón porque, al pedirlo o aceptarlo, tenemos que mirar heridas internas que nos asustan. Por eso -analiza- la rabia y la venganza históricamente se han transformado en la respuesta inmediata ante la equivocación del otro, transformándose en un recurso facilista para canalizar los sentimientos. Sin embargo, Montana afirma que no hay liberación en el desquite, sino una prisión que solo el perdón puede soltar.

“Las personas creen que pedir perdón está asociado a doblegarnos ante un otro, asumiendo que al realizar este ejercicio le mostramos a ese otro que tendría la razón, dejando en evidencia nuestro error y quedando como únicos responsables de lo que pasó”, analiza María Alejandra Martínez, psicóloga de la Clínica Santa María y especifica: “Pero este es un supuesto erróneo, porque la capacidad de perdonar es un acto de fortaleza y humanidad, que podría dar paso a la resolución de un conflicto y a reconocer en nosotros la posibilidad de habernos equivocado”.

Pedir perdón y disculpar, entonces, no solo supone dejar de lado el ego y el orgullo -un hecho complejo de por sí-, sino que implica enfrentarnos a dolores del pasado y también estructuras internas arraigadas en nosotros mismos. En el estudio Apego y Perdón en el Contexto de las Relaciones de Pareja se analiza la influencia de nuestros sistemas de apego -creados en la infancia mediante el contacto con nuestras figuras significativas- en la capacidad de disculpar en una relación sexo afectiva. Así, los autores explican que quienes presentan un apego seguro perdonan más fácilmente, mientras que las personas que tuvieron mensajes ambivalentes en su infancia tienen más complicaciones al momento de enfrentarse a este tipo de situaciones. “Mientras más incómoda se sienta la persona con la cercanía y la intimidad, más difícil le será perdonar”, señalan en el documento.

Si bien estos factores pueden ayudar a predecir ciertos comportamientos, no son determinantes. Más importante que eso, explica el psicoterapeuta Jan Knakal, es entender qué significa realmente el perdón para no caer en soluciones falsas que dificulten el proceso. “Tenemos falsas ideas sobre lo que es el perdón. La publicidad nos ha mostrado que todo se soluciona con regalar rosas, con una cena romántica y que los problemas se reducen a pronunciar la frase perdón. Y eso no es así. Hay que preguntarse a quién beneficia el perdón porque se cree que favorece a quien comete el error, pero en realidad no es así. El perdón beneficia a quien perdona porque es una forma de liberarnos, dejar ir y soltar un resentimiento”. Y además nos permite conectar con “nuestra capacidad de empatía y con el reconocer mi humanidad, dejando de lado el narcisismo”, afirma María Alejandra Martínez.

Pero ¿Cómo hacerlo cuando el daño es tan grande? ¿Estamos obligados a disculpar y sanar? ¿Tiene el perdón un límite? Knakal, quien dicta talleres sobre esta temática, manifiesta que el perdón no se tiene que transformar en un dogma y que no siempre es necesario u obligatorio. “A veces la herida es tal, que no es momento de pensar en el perdón. La pareja no se trata de poner la otra mejilla, sino que de entender cómo se puede vivir mejor”, dice. Por eso, la honestidad con nosotros mismos es vital para analizar qué situaciones simplemente no somos capaces de perdonar genuinamente. “Si ha sido una transgresión grande, hay un límite ahí. Uno se puede preguntar y decir esto me supera, transgrede un valor fundamental para mí y no puedo perdonar. Y en esos casos es no, no más. Ahí lo más sano es decirlo y replantearse la relación. Eso forma parte de ser consecuente y coherente con uno mismo”, manifiesta Constanza Olea, psicóloga clínica y terapeuta de parejas.

El perdón, entonces, tiene que ser pedido o aceptado con esa misma sinceridad. No se trata de expresarlo de forma superficial, para que la relación siga su curso o dejando de lado los sentimientos propios. Las disculpas tienen que ser sentidas desde lo más profundo del corazón para que tengan un verdadero sentido. “Si no es genuino, queda un resentimiento, un rencor y cada vez que hay una pelea, se saca en cara el error y se van generando relaciones tóxicas. Realmente, cuando se perdona, las personas tienen que estar dispuestas a hacer un proceso interno más profundo, donde uno se tiene que ir despojando de sentimientos negativos para transitar a una aceptación del error”, dice Constanza y agrega: “Perdonar es clave para mantener una relación de pareja saludable, que se base en el respeto, en aceptar que somos distintos, que nos podemos equivocar y que vamos a tener discusiones”.

Pero pedir perdón o disculpar un error no es un proceso que se realice de la noche a mañana. Para que resulte, los integrantes de la pareja tienen que poner de su parte para reparar el daño causado y así trabajar en conjunto las consecuencias o sentimientos negativos que quedaron en el camino. Jan Knakal advierte que, en esta instancia, hay que tener paciencia porque “va a haber momentos donde la otra persona no te va a entender o donde vas a tener el impulso de ser reactivo y ofender. Lo importante es tener una disposición a reaccionar positivamente, a reparar y sobre todo a reconstruir la confianza que se perdió”. Para empezar, Knakal explica que lo primero es aceptar que hay un problema y analizar cómo se sienten los integrantes en relación a ese hecho. “El problema inicial, muchas veces, es que la persona herida no puede ver lo que pasó, entonces hay que reconocer y ser capaz de enfrentar el tema en la mente para luego verbalizarlo”.

En esa línea, es importante obtener una perspectiva correcta de lo que está pasando. Muchas veces, las personas nos nublamos con la angustia, el dolor, el estrés y no somos capaces de poner los hechos en una balanza. Por eso, Jan Knakal explica que tener una perspectiva es necesario, además, para diferenciar esa angustia de nuestras heridas primarias o temas no resueltos. “Una cosa es lo que pasa ahora y otra son tus dolores pasados. Hay que comenzar a distinguir eso. Además, hay que saber que el perdón no necesariamente implica reconciliarte con la otra persona. Con el perdón lo que buscas es soltar el resentimiento y alcanzar la paz. Eso es un crecimiento personal, mientras que la reconciliación es relacional”, afirma.

El establecer un compromiso concreto, con acciones aterrizadas, también puede ayudar a la pareja a sanar las heridas y restablecer la confianza. “Pedir perdón solo cobra validez en tanto el discurso va acompañado de un cambio de actitud”, dice la psicóloga María Alejandra Martínez. Sin embargo, para que ese compromiso tenga sentido para ambos integrantes, se deben establecer expectativas y metas realistas a cumplir. “Hay que preguntarle a la persona herida qué necesita para perdonar, cuáles son sus expectativas y después de eso, saber si el otro está dispuesto a hacer eso que se está pidiendo. Ahí se tienen que sellar esos compromisos. Lo importante es que el otro esté abierto a cumplir esos objetivos de forma genuina porque si se establece un compromiso y la persona falla, se merma nuevamente la confianza”, finaliza Constanza Olea.