Paula.cl
Hace poco más de un mes tuve una enorme discusión con mi madre. Y digo enorme porque la cosa terminó conmigo llorando y bajándome de su auto, casi en movimiento, (siempre he creído en el drama) sin contestarle durante un tiempo el teléfono. No voy a contar aquí por qué discutimos, pero sí, adelantaré que lo que hizo que ambas detonáramos, fue una dinámica entre ella y yo que siempre se ha dado y que, aunque hacía rato me hacía ruido, no había identificado hasta ese momento. Hay algo que hace mi madre conmigo que no me deja de afectar. Las madres saben, supongo, apretar nuestras teclas más dolorosas. Y durante esos días, me hundí en una especie de depresión; sentía como un hoyo en el pecho, no solo porque con mi mamá siempre nos hemos llevado más que bien, sino que porque entendía que la vuelta, después de esta pelea, sería distinta. Algo había muerto entre nosotras. Algo que no logré identificar en ese momento pero que, a medida que pasaban los días, entendí.
De a poco me fui acordando de ciertos eventos de mi juventud que yo había bloqueado en el último cajón de mi escritorio mental. Eventos que ahora veo sin ninguna relevancia, pero que en ese minuto: a mis 14 ó 15 ó 18, fueron determinando mi identidad y carácter. Qué tenían en común entre ellos: a mi madre. Esa manera de ejercer su poder en mí a esas edades; su poder en mí hasta ahora. No son escenas agradables de contar, en algunas terminó con desórdenes alimenticios, con rupturas internas a nivel emocional, con inseguridades que se han quedado enquistadas en la musculatura más profunda de mi inconsciente. Sin embargo, no es su culpa, me digo. Eso es crecer, pienso.
He leído en varios libros que ser madre, más que con "la naturaleza femenina", tiene que ver con un rol que se le asigna a una mujer durante X cantidad de tiempo. Ser madre se aprende. Y ser madre, también, está lleno de contradicciones. Las mismas que ahora analizo con lupa desde lo que me pasó a mí. No tengo ninguna duda de que cualquier madre hace lo que puede y más. Sin embargo, las personas estamos llenas de paradojas. Llenas de pequeñas fracturas por donde somos capaces de herir sin quererlo. De proyectar e insegurizar a otros. Como ese día, en el auto andando, con mi madre.
Al final retomamos nuestra relación con timidez. Con miedo de volver a equivocarnos; pero ante todo, con la intención, asumo, de empezar una relación distinta, más adulta, más contenida y sana. Ya la perdoné y hasta cierto punto, en este ejercicio, he logrado perdonar a la que fui durante esos años.
En tiempos de catálogos llenos de corazones con fotos de mamás y guaguas; y a pesar de que el día de la madre se convirtió en un 20% de descuento por la compra de botas, cremas antiarrugas o salidas a comer, creo, vale la pena re pensar la relación con las madres de cada uno. Ver lo bueno y celebrarlo. Ver también lo humano, la herida, lo que nos duele, para establecer nuevas dinámicas más sanas, más reales, también.