“Supe de la infidelidad de mi marido cuando estaba embarazada. Fue un embarazo súper solitario y después una maternidad muy sola también. Como sospechaba que me estaba siendo infiel con una compañera de su trabajo, decidí confirmarlo. Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones y gracias a eso pude acceder a sus conversaciones que, en esa época, eran por SMS. En el proceso de darme cuenta de que era infiel, me di cuenta también que esa persona con la que me había casado, cambió radicalmente, no lo reconocía. Empezó con maltratos, descalificaciones y para mí eso tenía mucho más peso que la infidelidad en sí. Más allá de confirmarlo y estar segura de que mi presentimiento estaba en lo correcto, no podía hacer nada. En ese momento, cuando mi hija nació, me despidieron y era él quien sostenía la casa económicamente y por eso, sentía que no podía decir absolutamente nada. Por otro lado, preferí no hacer un escándalo para que, en la oficina, que es donde mi marido conoció a su otra pareja, no lo echaran. Finalmente soporté todo lo que tenía que soportar por un tema económico, hasta que mi hija tenía dos años y medio, época en la que decidí salir de esa relación, cortar todo con él y salir adelante junto a mi hija con una mano adelante y otra atrás. Empecé de cero y me fui de allegada donde mi mamá. Había empezado a trabajar de nuevo y gracias a eso, tenía de dónde afirmarme económicamente. Lo doloroso también fue que en mi cabeza tenía muy inserta la idea de la ‘familia bien conformada’ con un papá y una mamá juntos. En cambio, una familia disfuncional en mi cabeza era el peor escenario. Fui aprendiendo en el camino, pero fue difícil. Al momento de decidir qué hacer con esto, para mí nunca fue opción perdonar su infidelidad porque él ya tenía una familia formada con otra persona. A penas nos separamos, él ya tenía casa y una vida con otra persona, que se había estado cocinando hace años, incluso desde antes que yo supiera del engaño”, cuenta Sofía Barros (52).

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En una relación monógama, una infidelidad es el quiebre de ese acuerdo principal y basal, que sostiene dinámicas a su alrededor: la fidelidad. Trae consigo un movimiento telúrico en la vida de los involucrados, donde la pena, la rabia y el dolor producido por ese engaño se apoderan de las decisiones que pueden tomar a propósito de este hecho. Muchas veces les obliga a actuar rápido, decidir si perdonar o no, si irse o quedarse; pensar cómo reformular la familia. Un cataclismo.

Para enfrentarse a una infidelidad, saber decidir qué hacer y cómo reaccionar, no hay una receta mágica, ni tampoco pasos enumerados que nos lleven a conseguirlo. Y es que cada escenario y circunstancia es único y probablemente, irrepetible, dice la psicóloga sistémica y feminista, Andrea Medrano. Sin embargo, cuando nos topamos de cara con el engaño, la rabia y la pena producida por esta situación, sí podemos tomar el remezón que produjo como una oportunidad para replantearnos y cuestionarnos aspectos de la relación que teníamos con esa persona.

“Una de las invitaciones que hace una mirada feminista al momento de tomar esta decisión respecto a si queremos seguir con esta persona o no, es desprejuiciarnos un poco y poder mirarnos sin estos juicios permeados en la sociedad que vivimos para preguntarme qué me pasa a mí con esto, cómo me siento, cómo estaba mi relación de pareja y qué creo yo sobre la fidelidad, si para mi es lógico o no. Es poder salir de esa lógica en la que todo está bien o todo está mal y es conectar con nuestras creencias, con nuestra historia y nuestros temores”, asegura.

Si bien cada situación es distinta a la otra, en nuestra sociedad podemos ver ciertos patrones que se repiten: madres que no se separan de sus maridos por mantener esta idea de la familia “bien conformada”, por miedo a hacerle daño a sus hijos, por depender económicamente de su pareja o por miedo a estar solas. Estas ideas muchas veces devienen de un modelo de amor romántico, que nos hizo creer en la media naranja y en que el amor lo puede todo, dice la experta. Y aquí, enfrentadas a esta dolorosa situación, es donde tenemos la gran oportunidad de romper con el mandato social y las ideas preconcebidas sobre cómo deberíamos llevar nuestros afectos.

“Antiguamente se entendía que las infidelidades ocurrían porque una de las partes ‘se lo merecía’ o porque el hombre casado tenía ‘sucursales’ y era aceptado socialmente. Una mirada muy culpabilizante hacia las mujeres, que entendían y se les hacía saber que esto ocurría porque estaban en falta. Esa visión ha cambiado bastante. Lo que veo en la consulta es que, al menos, existe el espacio hacia la duda y la pregunta, donde ellas se permiten tomar una postura más crítica sobre el hecho. Antes había un camino más marcado respecto a cuáles eran las decisiones que teníamos que tomar y creo que eso es un tremendo avance”, asegura Medrano.

Reflexionar, entonces, nos libera y nos permite mirarnos con perspectiva. En este espacio, dice la psicóloga feminista, es importante identificar todos aquellos acuerdos explícitos o implícitos y determinar si atienden o no a mis necesidades. “No es simplemente perdonar o no una infidelidad. Es abrir los ojos, cuestionarse si los acuerdos previos funcionan o no y formar unos nuevos, que vayan de la mano de la forma en que va mutando nuestra relación con esta persona. Una relación a los 15 años no es la misma que a los 40 porque va evolucionando junto con uno”, dice.

Alguno de los temas que nos podemos cuestionar son las creencias que tenemos respecto a la familia y al hecho de estar en pareja, si queremos –y necesitamos– seguir siendo monógamos, hacia dónde vamos con estos nuevos acuerdos, si queremos tener más tiempo para nosotros mismos o, incluso, si queremos salir en más citas. “Los acuerdos implican todo. Desde si vamos a abrir nuestra relación o si vamos a salir una vez al mes con nuestras amigas y sin nuestra pareja. Es mirar qué cosas queremos hacer juntos. Tenemos o no planes y proyectos. Acá también es importante poder conectar con nuestro propio deseo, más allá de lo que desea el otro o lo que podamos tener en conjunto. Tiene que ver con ir descubriendo, con explorar”, asegura Medrano.

En el caso de depender económicamente de quien te fue infiel, la psicóloga recomienda encontrar un espacio seguro en nuestra red de apoyo reconectando con vínculos familiares o con las amigas, si es que sentimos que son vínculos saludables donde no nos sintamos juzgadas. “Si dependo de mi pareja y estoy totalmente aislada de mi entorno, es muy distinto a estar acompañada y tener una red de amigas cuyo amor y apoyo es incondicional, donde me puedo refugiar y contar lo que está pasando”, dice y hace hincapié en la importancia del entorno en el sentimiento de culpa que pueda florecer respecto a nuestra decisión: “La culpa es algo transversal en la mayoría de los casos, donde finalmente terminamos tomando nuestras decisiones por culpa frente a las interrogantes de, por ejemplo, qué va a pensar mi familia de esto”.

Darse un espacio de evaluación

Evaluar el resultado de las decisiones que tomamos con tiempo es tan importante como decidir tranquilamente y sin presiones qué hacer. “Es importante mirar si estas decisiones las estoy tomando desde la autoexigencia, desde el disfrute o porque ‘ya es hora’ de tomar una decisión. Vivimos en una sociedad tan apurada, que las decisiones están muy marcadas por esa presión de tener que actuar en un determinado tiempo, como la regla de los tres meses, por ejemplo. Los procesos no funcionan así y al final vamos a requerir cierto ajuste y nuevas conversaciones. Necesitamos darnos el espacio para ajustarnos y determinar cómo nos sentimos con la decisión que tomamos. Ir constantemente chequeando con las decisiones que uno va tomando. Puede ser que estos nuevos acuerdos sean nuevas ataduras, muy poco flexibles y tenemos todo el derecho de arrepentirnos. Las cosas que decidimos en algún momento, hoy pueden no acomodarnos. Tenemos que saber que cualquier postura que tomemos no debe ser que nos amarre más, sino que nos libere, pero no hay una respuesta correcta”, concluye, la psicóloga.