Mis primeros recuerdos de tartamudear son de los cinco años. Me costaba hablar, pero no lo veía como algo distinto a los demás, sino como algo normal, que a todos los niños les pasaba. Fui a un colegio común y corriente, no a una escuela especializada, y agradezco eso hasta el día de hoy, porque tuve que aprender a desenvolverme en un ambiente "normal". En tercero básico, me di cuenta de que había un problema, porque los profesores se complicaban: tenían que leer conmigo, o poner a un compañero para que me ayudara con las cosas orales. Pero como tuve los mismos compañeros desde kínder, me conocían y siempre el ambiente fue de mucha buena onda, respeto y cariño, cero bullying.
El tema de la tartamudez es muy complejo, porque las causas son multifactoriales: neurolingüística, psicológicas, ambientales, genéticas. A algunos se les quita con el tiempo y a otros no. No se trata de un tic que se pueda sanar con terapia y listo. En mi caso, tiene que ver con la respiración. No dejo que entre ni salga el aire y por eso se traban las palabras y me empiezo a ahogar. Tiene consecuencias físicas, como que me pongo colorada, me falta el aire, se me aprieta la mandíbula y me duelen los músculos.
Cuando era chica, pensaba que, si alguien llegara y me quitara la tartamudez, entonces yo sería cien por ciento feliz. Pero ya no pienso eso. Creo que todo pasa por algo y cada uno es encargado de encontrarle sentido a sus problemas o defectos. Me considero muy afortunada por siempre haber estado rodeada de familia y amigos que no me tratan como discapacitada y que me llevaron a ser lo que soy: alguien que siempre está buscando desafíos.
Por eso mismo decidí estudiar periodismo. Quería una carrera versátil, que se pudiese ligar a otras áreas, pero, sobre todo, quería poder desarrollar otras formas de expresión. Como hablar siempre me ha costado, me obligué a aprender otras formas de comunicación, como la escrita, audiovisual, la fotografía. Durante la carrera me pasó algo muy extraño: no tartamudeé durante los primeros tres años. La mente humana es muy compleja, y nunca voy a saber cómo pasó, pero pasó. Al cuarto año se murió mi abuela, que era un pilar fundamental en mi vida, y ahí se desencadenó nuevamente el tartamudeo. Tuve que hacer una presentación oral y no podía terminar, no me salían las palabras. Fue la primera vez que escuché que alguien se reía de mí, lo que obviamente hizo que me trabara más. Finalmente, una amiga se hizo cargo y siguió ella la presentación. Después vino la tesis y la defensa, y fue horrible, incluso somaticé y me dio lumbago. Por suerte mis amigos me decían que no me preocupara, que me demorara lo que tuviese que demorarme. A pesar de que fue un año muy duro, nunca pensé en salirme de la carrera. Cuando la terminé, me di cuenta de que mi tartamudez no es limitante. Sólo una vez alguien me hizo un comentario sugiriendo que, si era tartamuda, no podría ser periodista. Le respondí que no tenía nada que ver, pero después pensé que no tengo por qué andar dando explicaciones de mis decisiones, que cada uno puede dedicarse a lo que quiera.
Trabajé durante cinco años en proyectos de capacitación. Se acabaron recién y estoy en proceso de encontrar trabajo nuevamente. Ha sido difícil, porque las situaciones formales, como las entrevistas, me ponen muy nerviosa. No tengo problema en convencer a la gente, incluso he sido captadora de socios de Unicef en la calle, pero cuando tengo que venderme a mí misma, me trabo. No me gusta eso de tener que exponer sobre mis cualidades como si fuese mejor que el resto.
Hace poco busqué algún grupo de tartamudos, porque nunca había compartido con nadie que tuviese el mismo problema que yo. Cuando llegó el momento de presentarse, que es algo muy básico para cualquier persona, a todos nos costó, pero lo logramos. Fue emocionante compartir experiencias y darnos cuenta que nos afectaban las mismas cosas, como cuando la gente termina las frases por ti de forma paternalista y te invalidan. Cuando ya estaba terminando la sesión, se me acercó una mujer y me dijo que su miedo más grande era que sus hijos, chicos en ese momento, se dieran cuenta de que era tartamuda. Hasta el momento, estando en una posición de autoridad, les hablaba de manera fluida, pero le aterraba saber que en algún momento se le iba a notar y a sus hijos les iba a dar vergüenza. Me dio mucha pena darme cuenta de que ella no se aceptaba, que no acogía con amor algo tan importante dentro de su vida. Esto es una arista de nuestro ser y va a estar siempre presente.
Para mí el amor propio es aceptarte en primer lugar, pero también cultivarte. A lo largo de mi vida, me he preocupado de identificar las cosas que me hacen bien y las que me hacen mal, y hacer un balance entre ellas para potenciar las que me hacen ser mejor. Una de ellas es el contacto con la naturaleza. Desde el colegio me di cuenta de que el senderismo, excursiones y todo lo que sea deporte al aire libre, hacen que pueda expresarme mejor. Tiene que ver con el hecho de que el deporte coordina la respiración, pero también con el estar rodeada de naturaleza, lejos del frenesí, lo que me relaja. La otra es el arte. Desde chica que busqué formas de expresión alternativas, como el cómic, la pintura, la plastiscina, el dibujo. La naturaleza y el arte son mis refugios.
Creo que la única forma de crecer es a través de desafíos. Encontrar eso que te hace feliz y fomentarlo libremente, sin prejuicios, sin estrés, es la forma de florecer, de ser mejor persona y de quererte a ti misma. Pero también siendo consciente de que siempre va a haber dificultades. Si quieres subir un cerro, hazlo, pero trabaja y ten en cuenta que te va a costar, que hay que hacer sacrificios. Eso sentí cuando entré a estudiar periodismo. Al final, uno crece a través de desafíos, mental y físicamente. Mi próximo desafío es seguir desarrollando la ilustración, la que descubrí hace poco, y unirla a mi rol de comunicadora social para poder difundir información sobre la tartamudez. En general, se lee y se ve muy poco sobre este problema, y quiero hacer algo que me permita ayudar a más gente que lo padezca a que no lo vean como una limitante.
Petra Harmat tiene 29 años y es periodista.