Paula.cl
Hace justo un año estaba en San Francisco, Estados Unidos, alojando en Chinatown. Coincidió el Año Nuevo Chino estando yo ahí, en el centro de los festejos. Y como estaba con un grupo de periodistas entre los que nos habíamos hecho muy amigos, todas las noches salíamos a buscar una picada para comer. A media cuadra de nuestro hotel estaba ese reducto del que no recuerdo el nombre, un restorancito tradicional, pero muy sencillo, donde cada plato era increíble. Recuerdo esas comidas como un festín romano pero al estilo asiático. De ahí en adelante quedé pegada con la idea de buscar en Santiago un lugar tan rico como ese para comer por poca plata. Todavía recuerdo el sabor de mi plato favorito: el Kung Pao Chicken, con pollo salteado y maní crocante. Pasaron meses después de la vuelta de mi viaje cuando me vino un antojo desatado por comida china. Y entonces me propuse encontrar algún lugar que me hiciera recordar a mi chino favorito. En mi búsqueda pasé por fracasos bastante penosos como el día que asumí absurdamente que el cerdo con salsa tamarindo que vendían a cuatro cuadras de mi casa iba a ser delicioso. Probé un pedacito y no me dio para más. Lo boté a la basura. En mi desesperanza por encontrar una picada —pero una picada, real picada: rica, pero barata, que fuera de verdad un hallazgo de barrio—, un día le pregunté a una amiga vegetariana que trabaja en Providencia, pero que vive en el centro de Santiago, si sabía de algún buen lugar. Su criterio, para mí, es a la segura: como es vegetariana y antroposófica —para quienes no saben de antroposofía, eso en parte significa: muy exigente con la calidad de la comida—, y su marido también, no se entregan a comer en cualquier parte. Es un poco como yo: si la comida no le gusta prefiere pasar de largo. Para mi sorpresa tenía un gran dato que quedaba a tres cuadras de mi casa: Long He, un localcito ínfimo, que ni siquiera tiene mesitas para comer ahí, de un matrimonio joven de chinos que hablan español. El marido de mi amiga había montado hacía unos años un negocio al lado. No le fue bien, pero a cambio conoció a esta pareja de chinos y como se hicieron amigos pudo entrar a la cocina a ver cómo trabajaban. "Son de los que pelan el brócoli para que no hinche tanto y cocinan todo a punto. Las verduras quedan crocantes", fueron las palabras de mi amiga. Reconozco que si no hubiera llegado por una recomendación tan confiable, no me habría entregado a probar el lugar porque es realmente pequeño. Pero era tal cual ella decía. Las verduras del chapsui Budista —que solo tiene verduras y arroz, un platón que cuesta $ 3.600— eran crocantes. Pero realmente me rendí cuando probé el Chaumin Budista, el plato de tallarines chinos que además lleva algas (que parecen hongos y son una delicia), champiñones, brócoli, dientes de dragón y que aliñan con una salsa suave y sabrosa (también enorme, cuesta $ 5.100). No tienen el Kung Pao Chicken que todavía busco, pero ya tengo dónde recurrir cuando quiero comida china y casera de verdad.
Lunes a sábado de 12 a 00:30 hrs y domingo de 12 a 23 hrs. Pedro Lautaro Ferrer 3174, Providencia. Fono 22204 2181. Reparten a domicilio por pedidos de mínimo $ 8.000.