“A fines de mayo nos enteramos que mi marido y yo estábamos con Covid. En la casa fuimos siempre muy cuidadosos, yo soy profesora y pude hacer teletrabajo, mis hijos también se encerraron conmigo, pero mi marido siguió trabajando fuera y él fue el primero que se contagió.
Cuando nos enteramos, inmediatamente tomamos todas las medidas para que los niños no se contagiaran y eso implicó reestructurar toda nuestra casa para cuidarlos. Aun así no lo logramos. Estuvimos toda la cuarentena prácticamente encerrados en nuestra pieza, lavando los platos con cloro en el baño para que no llegaran a la cocina sucios. Incluso en esos días mi marido estuvo de cumpleaños y los niños le cantaron solo desde la puerta”, cuenta Giovanna Ronsecco (46). A pesar de los resguardos, sus hijos finalmente contagiaron. “Los dos menores, de 13 y 11 años, estuvieron con mucho dolor de cabeza, pero nada más que eso. Corrían y jugaban como cualquier niña o niño y cuando se sentían mal, bastaba un paracetamol para que estuvieran bien denuevo”, recuerda.
Pero la pesadilla comenzó un mes después. “A las cinco semanas de esto, cuando ya pensábamos que se le habíamos ganado al virus, mi hijo Vicente (13) comenzó con dolor de guata, mucho dolor de espalda y luego vino la fiebre. Una noche fue tan alta que con mi marido nos turnamos para controlarlo cada una hora, pero no le bajaba de 39 grados. Así que al día siguiente partimos a la clínica otra vez”. Con todos los antecedentes lo primero que les dijeron fue que lo más probable es que fuese el Síndrome Multisistémico Inflamatorio Pediátrico, más conocido como PIMS, una enfermedad asociada al Covid-19 que ataca principalmente a las niñas y niños. “Lo primero que pensé fue que no era eso, había pasado un mes y según yo el virus se había ido. Es más, todo el tiempo creímos que era una apendicitis por los síntomas”.
Se fueron a la casa a la espera del resultado del examen de apéndice, pero al día siguiente le aparecieron unas manchas de color rojo en la guata. “Parecían como quemaduras de plancha y las tenía entre el ombligo y la cadera. En ese momento, por primera vez, pensé que podía ser PIMS, pero aun así, nunca imaginé la gravedad de lo que vendría”, confiesa. “Fueron horas muy angustiantes. En cualquier contexto no saber lo que le pasa a un hijo es difícil para una mamá, pero en este contexto mucho más. Todo es nuevo y no sabíamos qué podía pasar”.
Horas después vino la comprobación del diagnóstico por parte de los médicos y desde ahí Vicente entró en un espiral de gravedad inesperado. “Al cuarto día mi hijo estaba intubado, grave, con daños importantes en el corazón y en otros órganos. Es lo más fuerte que me ha tocado vivir, se siente un dolor en el alma que no sé muy bien cómo describir. Los doctores en un momento me dijeron ‘no sé si te lo voy a poder devolver’. Llegó un momento en el que no quise saber más, solo le dije al doctor que hiciera con mi hijo lo que haría con el de él”, cuenta.
Durante los cuatro días que su hijo pasó intubado las noticias eran siempre desalentadoras. “Cada día se comprometían más órganos, se agregaban más cosas. Yo veía que los doctores probaban distintos remedios, pero esto es algo nuevo, no se sabe mucho, y esa incertidumbre es horrorosa. Yo sé que no todo el mundo es creyente, pero para mí, mi hijo es un milagro”.
La primera alerta de este síndrome llegó a fines de abril en un documento del Reino Unido que advertía sobre un cuadro inusual que estaban presentando algunos niños después de haber contraído el Covid-19. Se trata de una inflamación generalizada de diversos sistemas del organismo, muy intensa, que aparece entre dos a seis semanas después de contraído el virus y que afecta, en su mayoría, a niños entre los 6 y 10 años. Un sector que hasta entonces no pertenecía al definido grupo de riesgo.
“Este cuadro es más bien pos infeccioso, es decir, puede ocurrir incluso cuando el virus ya no está presente y lo que ocurre es que el sistema inmunológico se descontrola, generando que muchos órganos se vean comprometidos. En este caso, llegó a hacer una falla cardiaca grave y requirió de ventilación mecánica y varias drogas para apoyar a su corazón”, explica la doctora Marión Feddersen de la UCI pediátrica de Clínica Alemana, quien atendió a Vicente. Y agrega que “si bien en su mayoría las niñas y niños logran recuperarse, el cuadro puede tornarse grave rápidamente, por eso frente a síntomas como fiebre, lesiones en la piel o dolores abdominales atípicos, lo mejor es consultar rápidamente en un servicio de urgencia”.
Y fue lo que le ocurrió a Giovanna. “Nosotros, a pesar de haber tenido el virus, jamás imaginamos que esto nos podría pasar. Pero ya es mi cuarto hijo y con una fiebre tan alta yo sabía que algo pasaba. Lo llevé de inmediato porque soy exagerada, pero una mamá más relajada quizás no lo lleva altiro y no cuenta la misma historia”, dice. Actualmente Vicente está mucho mejor, pero que aún no tiene a su hijo al cien por ciento. “No puede hacer deporte hasta varios meses más. Cuando llegamos a la casa el primer día no podía subir la escalera. Ahora está otra vez más chispeante, como era él, pero no sabemos qué va a pasar en el futuro, porque nadie sabe, no conocemos esto y pueden haber consecuencias a largo plazo. Ojalá que no, pero es una posibilidad”.
Y por eso mismo es tan enfática en su mensaje sobre el cuidado. “La gente sigue saliendo, sigue sacando a los niños a las plazas sin mascarilla. Y eso es porque la gente no sabe, está viviendo lo que yo viví antes de que me pasara lo de Vicente y es que uno piensa que estas cosas les pasan a otros, que son lejanas, que a uno no le van a tocar. Pero ahora sé que le puede pasar a cualquiera y lo que más busco es generar conciencia, porque es realmente una pesadilla”.