Paula 1160. Sábado 8 de noviembre de 2014.
En Artfacts.Net, el sitio de arte contemporáneo que entrega datos duros sobre ese mercado, están rankeados cerca de 450 mil artistas de todos los países. Basta ir al buscador y anotar el nombre de un artista para saber a grosso modo si va en ascenso o en franca decadencia. Alfredo Jaar está en un listado que se abre, automáticamente, al inicio de la página: el de los top 100. Desfila en el selecto grupo donde se inscriben los artistas de talla mayor, como Andy Warhol, Bruce Nauman, Joseph Beuys y Jeff Koons, por nombrar solo a algunos. En efecto, más allá de cualquier opinión, Jaar es el artista chileno vivo más importante en el sistema internacional. Su estatus puede compararse con el de Roberto Matta y su hijo, Gordon Matta Clark, ambos considerados figuras clave, pero ya fallecidos.
The sound of silence (2006), se presenta por primera vez en Galería Patricia Ready. Se trata de un gran cubo de metal que en su interior proyecta un video con la historia de Kevin Carter, fotógrafo sudafricano que en 1994 ganó el Pulitzer por la foto que tomó en Sudán en la que un buitre observa a una niña famélica. La imagen, despertó la indignación de muchos quienes culparon a Carter por no intervenir en la escena e ir en ayuda de su protagonista.
UTOPÍA DE CAMBIO
La línea del dibujo que asciende como una montaña en el gráfico que esta página asigna a Jaar, es la obvia traducción de su trayectoria: alguien que ha sostenido, con una especie de trabajólico heroísmo, la utopía de que el arte puede pelear, cuerpo a cuerpo, con los poderes políticos y económicos que se imponen en el mundo. A poco de llegar a Manhattan en 1982 –donde hoy tiene un taller en el Chelsea, el epicentro de las galerías neoyorquinas– tomó la decisión de viajar a otros lugares para hacer visibles fenómenos y situaciones que el primer mundo ignoraba. Desde entonces, no ha parado de moverse por el globo para ser testigo directo de fenómenos urbanos, sociales y políticos. En 1985 presentó Gold in the morning (Oro en la mañana), un montaje realizado tras su viaje a una mina perdida en el Amazonas brasileño, donde registró la miseria de los buscadores de oro. La obra se exhibió en el metro de Nueva York y en la Bienal de Venecia de ese año. Con esto, Jaar se convirtió en el primer invitado latinoamericano en la historia de ese evento tan gravitante para el arte internacional.
En 1987 nuevamente realizó una obra de gran impacto y efectividad comunicacional, A logo for America, la que instaló en la punta de un edificio del Times Square, en pleno centro de Manhattan. Allí montó un letrero luminoso con una animación que rezaba: "This is not America" y mostraba el mapa del continente, denunciando el modo en que los Estados Unidos se ha apropiado de un nombre que corresponde a toda la región.
A casi treinta años de esta arremetida mediática, la obra hoy es un ícono popular en Estados Unidos. Según el mismo Jaar, es su obra más reproducida, incluso aparece en textos escolares para enseñarles a los niños el significado de la palabra América y también hay un videojuego donde un tipo se pasea por Times Square y en el fondo aparece su obra.
Durante el pasado agosto la obra volvió a montarse renovada, invadiendo el sector, pero ahora en 45 pantallas gigantes. "La obra tuvo mucho mejor recepción ahora y adquirió nuevos significados relacionados con la realidad actual, específicamente con la política de deportación de Obama, quien ha expulsado a más de dos millones de inmigrantes. Por otro lado, fue muy significativo en lo personal, porque mi hijo no había nacido cuando la creé en 1987 y fue mágico que ahora él la pudiera ver en vivo en el mismo lugar", dice refiriéndose a su hijo Nicolás, que hoy también recorre el mundo con su música.
Pero en la práctica se sigue pensando que Estados Unidos es sinónimo de América. ¿Eso no te frustra?
Honestamente creo que es una batalla perdida. A veces me pregunto ¿por qué sigo en esto? Intelectualmente me lo cuestiono y soy pesimista, pero mi voluntad sigue siendo muy optimista, sigo creyendo que el arte modifica las formas de pensar, aunque este sea un proceso lento. No me avergüenzo de ser ingenuo y seguir creyendo. De hecho, siempre declaro inmediatamente: "Mira, a mí no me gusta el estado del mundo y lo quiero cambiar". Hay que declarar la intención desde el comienzo.
En The sound of silence, Jaar quiere dejar en claro que las imágenes no son inocentes y que la decisión de publicar una fotografía acarrea profundos dilemas éticos.
REMECER AL PÚBLICO
Lo que a Jaar le interesa no es el arte en sí mismo, sino cómo este puede intervenir en la realidad. "Mi jornada diaria empieza leyendo una cantidad obscena de diarios y revistas en varios idiomas. Sin este ritual sagrado no puedo funcionar", confiesa Jaar. Su obra es un comentario crítico sobre el abuso y la injusticia, en todas sus formas. Temas que todos los días se manifiestan en imágenes de sufrimiento, que invaden internet, la televisión y los periódicos y que, por efecto del exceso, han dejado de sensibilizarnos. Por eso él diseña situaciones espaciales que introducen al espectador en una experiencia, forzándolo a ver aquello que suele pasar por alto. "Creo una puesta en escena, un entorno dentro del cual esas imágenes perdidas puedan llegar a tener sentido y afectar al público".
El proyecto más importante de su carrera es Ruanda, que denuncia el genocidio ocurrido en 1994 en el país africano ante la total indiferencia de la comunidad internacional. Las noticias que aparecían en la prensa trataban el asunto como una anécdota tercermundista y la cifra de un millón de muertos en cien días se despachaba con total liviandad. Jaar, entonces, viajó al lugar de la catástrofe y sacó más de tres mil fotografías que luego elaboró en 19 obras diferentes, hasta el año 2000, las que se han mostrado en todo el mundo. Más allá del impacto cultural que tuvo, fue un antes y un después en su vida.
Realmente, tú te paraste del taller, abandonaste la comodidad y te fuiste a meter en medio de una catástrofe. ¿Qué te pasó?
¿Qué me pasó allí? ¿Cómo responder a esta pregunta en pocas palabras? Fue sin duda el gesto más loco de mi vida. Me acababa de separar de mi mujer y mi hijo y sentí que mi vida no tenía mucho sentido. Lo fui a buscar a Ruanda. Al ser testigo del genocidio, me avergoncé de ser humano. Me quise suicidar. Pero sobreviví. No me cabe duda de que en mi trayectoria hay un antes y un después de Ruanda.
Te fragilizaste más de lo que estabas.
Fragilizarse es bueno, en esos momentos afloran las ideas más interesantes, cuando uno se pregunta "¿qué hago aquí?, ¿por qué estoy aquí?". Cuando mi respuesta es "no lo sé", termino creando mis mejores obras.
Tu obra está destinada al público. Eso te distancia de otros artistas que, siendo también críticos, hacen trabajos de difícil acceso a una audiencia masiva.
El artista es libre de comunicarse con quien quiera. Pero a mí, en particular, me interesa comunicarme con una audiencia lo más extensa posible. La única reacción que realmente me importa es la del público.
También, a diferencia de muchos artistas que son ensimismados, tú eres atento a la actualidad y a los conflictos sociales. ¿Qué piensas de esos artistas que tematizan sobre sus estados emocionales o sus especulaciones intelectuales?
Soy artista porque no entiendo al mundo. Cada obra que hago es una reacción a una situación determinada que me interesa entender. Pero el medio del arte es plural y democrático y respeto que la mayoría de los artistas se interesen solo en sí mismos o trabajen solo a partir de sus especulaciones intelectuales. Los respeto pero, honestamente, no me interesa lo que hacen.
A logo for America, en la nueva versión montada este año. Abajo, la versión original de 1987.
¿ES USTED FELIZ?
Jaar nació en una familia de médicos, donde se esperaba que él continuara la tradición. Pero transgredió la orden y se inscribió en Arquitectura, su profesión oficial, pues nunca estudió Arte. Estando allí se las ingenió para convertir la arquitectura en arte: no fabricó edificios, sino, directamente, experiencias. Su formación le permitió un abordaje sistemático y ambicioso de cada proyecto artístico, que ha sido fundamental en el nivel que ha alcanzado. Sin embargo, confiesa, a pesar del éxito internacional, su padre nunca apreció su elección.
Pero el ninguneo fue más lejos. Antes de partir a Nueva York, Jaar realizó la obra Estudios sobre la felicidad. En ella, como un reportero excéntrico, registró en video a miles de chilenos preguntándoles si eran felices. También ocupó espacios publicitarios y vallas camineras, con la misma pregunta: "¿Es usted feliz?". Algunos respondían, otros eludían, para nadie quedaba indiferente. La pregunta, parecía básica, incluso boba. Pero era tremendamente política, en un contexto de dictadura, marcado por la represión y el miedo. Fue una obra muy avanzada para su momento, una de las primeras intervenciones de arte en un espacio público y tuvo bastante impacto. Pero Jaar era un out sider, porque no había estudiado en una escuela de Arte ni pertenecía al círculo de los artistas que entonces la llevaban. Como muchos chilenos que han sido exitosos fuera, sufrió indiferencia del circuito del arte local, liderado entonces por el movimiento Escena de Avanzada. "Considero que Estudios sobre la felicidad fue una obra rechazada en el medio artístico (…). Quizás hubo asombro, miedo, mezquindad, una mezcla de cosas (…). Retrospectivamente agradezco que me hayan tratado mal porque me dio el impulso para decir: 'bueno, si actúan así conmigo, los dejo y me voy a un lugar más abierto'. Entonces les debo mi carrera", confesó veinte años más tarde en el libro Alfredo Jaar: gritos y susurros (Editorial Contrapunto, 2009).
La obra A logo for America, que cuestiona la apropiación que ha hecho Estados Unidos del nombre que corresponde a todo el continente, fue realizada en 1987 en el Times Square, en pleno centro de la ciudad. Este año se remontó, pero multiplicada en 45 pantallas.
Agobiado por el opresivo clima, a los 25 años se fue de Chile. Al poco tiempo era famoso internacionalmente y acá seguían sin reconocerlo. Recién en 2006 –cuando se realizó una amplia muestra de su obra en la Sala Telefónica– la situación cambió. Con un retraso que resulta difícil de entender, su país acusó recibo de la importancia que tenía y, ya en 2013, el reconocimiento fue rotundo: representó a Chile en la Bienal de Venecia y obtuvo el Premio Nacional de Arte.
¿Qué te dijo tu padre cuando vio que la opción "perdedora" de optar por el Arte, resultó exitosa?
Nunca estuvo muy convencido de mi éxito ni lo pudo comprender. En cada viaje a Chile yo organizaba sesiones con diapositivas donde le mostraba a la familia y amigos mis proyectos recientes. Era bonito: todos me aplaudían al final. Discretamente, mi padre se acercaba y me decía, con cariño: "Alfredito, ¿cuándo vas a empezar a trabajar?".
¿Cómo interpretas tu ausencia, durante tanto tiempo, del circuito local?
El daño que hizo la dictadura va mucho más allá de lo que uno cree. La sociedad chilena repetía, en todos los ámbitos, el modelo dictatorial que se le había impuesto. Había rigidez y exclusión y todos, de alguna manera, fuimos víctimas. Hoy todo ha cambiado. Tengo una excelente relación con los artistas chilenos y di vuelta la página definitivamente.
Pero persiste cierto conflicto con tu figura. Muchos cuestionan que tu obra sea una crítica al poder y que, al mismo tiempo, esté situada en los mejores museos.
No hay un fuera del sistema. Todo lo que hacemos cae dentro del sistema del arte que es esencialmente el sistema capitalista. Pero eso no me impide ser crítico del sistema y tratar de mejorarlo. Creo modelos para pensar el mundo. Al tener éxito, mi modelo es más visible y tiene el potencial de dialogar con las nuevas generaciones e, incluso, influenciarlas.
A la izquierda, parte de la instalación Three Women, de 2010, que también formará parte de la muestra de Jaar en Chile. Se trata de una instalación de trípodes que enfocan los rostros de tres activistas mujeres de Mozambique, India y Birmania. A la derecha, la obra Music, una instalación realizada en 2013 en el Nasher Sculpture Center, en Dallas.
¿Cómo lo haces para estar en un lugar muy alto del sistema del arte y, al mismo tiempo, sostener tu postura de resistencia?
Anoche en Roma cené con Bernardo Bertolucci. Él me contaba que, a pesar de quién es y de cuánto ha logrado, aún lucha por conseguir financiamiento para su próximo filme. Porque resiste. Ese es el precio de la resistencia. Hay que forzar al sistema a aceptar tus condiciones de resistencia.
Ahora que has venido más a Chile, ¿ves alguna evolución del sistema institucional del arte ?
Hay una gran evolución en el área privada. Pero en la pública, seguimos en la miseria. El abandono en el que se encuentran nuestras instituciones culturales no corresponde al nivel de desarrollo que ha logrado Chile. Es inaceptable.
¿Has seguido algún proceso social chileno?
He seguido al movimiento estudiantil; es un modelo que generó cambios, que demostró que la creatividad es la clave para resolver problemas, tanto a nivel de las protestas, como a nivel de las estrategias para crear soluciones. Su impacto se puede medir en el programa del gobierno. Sigo también la nueva política indígena del gobierno. En Nueva York asistí a una charla brillante de Pedro Cayuqueo y quedé choqueado por mi ignorancia sobre este tema.
¿Echas de menos algo de Chile?
La familia, los amigos, el paisaje, los erizos y el manjar.