Con sólo 20 años, Pola Thomson ya tenía clara su conexión con la imagen y el estilo: "Desde chica he buscado la armonía total", recuerda ahora, sentada en el bar del Soho Grand Hotel. Una vez que entró a estudiar a la Universidad Católica lanzó su primera colección con más de 30 looks que confeccionó en el taller del papá de una amiga. Invadió de ropa su casa, y sus padres, que ya nadaban en trapos, le pidieron que evacuara. Fue así como llegó al Caracol Vip y abrió su taller que luego convirtió en la tienda Pituqui-Pinaqui. "No entendía nada, partí vendiendo sin patente comercial y ni siquiera aceptaba cheques", recuerda. Después se cambió al Drugstore hasta donde, incluso, Beck, el cantante, llegó a comprarle.

El proyecto fue todo un éxito y Pola marcó pauta durante una década pero, contrario a lo que uno se imaginaría, decidió terminarlo. "Vivió su ciclo natural, perteneció a un momento en que yo tenía ciertas inquietudes", dice con nostalgia, asegurando que los noventa fue la época más rica en cultura y música que ha tenido la capital santiaguina. "Estaba la Funtracks, que era una disquería conectada con Londres. Era una escena musical muy acorde con lo que se vivía en Europa. En Providencia había toda una movida con el Drugstore, tiendas como ADN, Baux, No Name en el Forestal. Para el tiempo era muy vanguardista. Yo iba a la Planet, que era un lugar en San Diego donde tocaban música electrónica, algo que todavía no se entendía. Había una movida potente en los noventa que yo alcancé a vivir y eso fue muy inspirador para mí. Te juro que fue una época preciosa. Después, en 2000, hubo un apagón que no me lo explico. De repente, todo cambió".

En 2009 Pola dejó Chile por segunda vez. "Venía a Nueva York con mi portafolio preparado con la idea de ir a la reconocida escuela Parsons, de diseño y moda", comenta muy instalada con las piernas arriba de un sofá de terciopelo mostaza que ha halagado más de una vez durante la entrevista. Pero, para esta diseñadora, ese programa de estudio no era suficiente: "Antes de que empezaran mis cursos comencé a trabajar y tomé otras clases cortas en el Fashion Institute of Technology de Nueva York". Así llegó a hacer prácticas de manera paralela para Frank Tell, Alexander Koutny y Camilla Staerk, destacados diseñadores del planeta fashion con frecuentes apariciones en revistas como Elle o Interview. Cuando sintió que ya había trabajado el tiempo suficiente para otros y había aprendido de la experiencia de diseñadores respetados, renunció. Decidió, entonces, arrendar un estudio en TriBeCa –donde comparte con otros artistas– y comenzar de lleno con su nuevo proyecto homónimo: Pola Thomson.

Con una carrera vertiginosa, esta diseñadora asegura que nunca se frustra y que cuando algo falla consigue otra forma de hacer las cosas. "Siempre tengo un plan B. Soy un pequeño estratega, llevo un Napoleón dentro mío", confiesa entre risas.

¿Cuál sería el resumen de este año que llevas en Nueva York?

El resumen es positivo. Bastante exigente, muy emocionante.

¿Y ha sido difícil?

A ratos. Soy muy consistente en el trabajo, tengo mucha tenacidad, voy por lo que sueño, pero esta cosa de ser tan sensible hace que a veces me levante y diga: "esto se acabó".

¿Y cuándo te pasa eso?

No tiene que ver con situaciones tan puntuales, sino con el estilo de vida que uno lleva. Es muy intenso todo lo que pasa en esta ciudad, es una montaña rusa. Y no hay una red de apoyo inmediata. Hay momentos en que uno tiene que recurrir a la fortaleza interior.

¿Cuál es el gran cambio de pasar de Chile a Nueva York?

El ritmo de trabajo aquí es más exigente. Estuve entrenando mucho tiempo en Chile y ahora voy a correr la maratón.

Pola llama a la garzona que atiende, le pide otra copa de champagne, me mira y dice "me encantan los jumpers. Qué elegantes son. ¿Viste lo bien que se ve ella? Cuando vuelva se lo voy a decir". Sale por un cigarro a la terraza y el piropo queda en el olvido, pero la idea del uniforme sigue dando vueltas en la conversación. Como buena estratega, Pola vio en Nueva York el lugar fundamental para sus próximas movidas: "Norteamérica es el puente al mercado del mundo", comenta con firmeza. Para enfrentar el desafío, se armó de un equipo de trabajo. "En Chile el trabajo fue más solitario, hacerse un equipo propio fue algo que enfrenté acá". Y acertó: hace poco más de un mes se enteró que era la seleccionada para representar a Estados Unidos en la Première Classe: Nouvelle Generation, concurso que elige a diseñadores para que tengan un espacio en la semana de la moda de París. Además, la publicación de algunas de sus piezas en las revistas Harper's Bazaar y Metal hacen que el resumen de su primer año en Nueva York tenga sabor a victoria.

¿Cuáles han sido los momentos más memorables en tu carrera?

Esto de estar invitada a París para mí es demasiado: un comité francés piensa que mi trabajo es ganador. Esto ha sido como embarcarse en una aventura que abre y abre fronteras.

Cuando hablas de que se abran fronteras, ¿has pensado alguna vez en irte a París o Tokyo?

Yo pienso así, totalmente. Creo que la vida te va dando las señales y hay que ir navegando. El hoy es hoy pero no sé lo que la vida me va a proponer mañana. Hoy lo estoy viviendo a full, disfrutando a concho pero no tengo límites impuestos. ¡Si la vida me lo permite, voy!

Palomitas blancas

La cultura de lo desechable no va con Pola Thomson. Esa es una de las razones por las quenole gustan las tendencias: "encuentro una lata que no tengan una permanencia", dice frunciendo la nariz y se lleva la mano al pecho como si estuviera escandalizada. Por eso cree que es necesario invertir en ropa de calidad y de manufactura bella y ética "prendas que no nos aburran, que las podamos guardar por una temporada y al año siguiente nos vuelvan a encantar", asegura y ejemplifica mostrando sus shorts de seda rojo obispo y blusón blanco de su colección otoño-invierno 2011.

¿Cómo se ve representada tu personalidad en tus diseños?

Mi ropa soy yo metida en una tela. Habla de que soy una mina tenaz, que no tengo miedo a ir por la vida haciendo lo que quiero y siendo feliz; desafiando los límites sin ser agresiva.

¿Cómo trabajas los accesorios con respecto a las colecciones?

Es un trabajo complementario. Concibo la colección de vestuario con el accesorio. Es como que el accesorio remata el look. Los dos juntos proclaman la visión Pola Thomson.

¿Qué le agrega a la personalidad de la mujer el hecho de usar tu ropa?

Espero que le dé una seguridad total, que se sienta protegida, sensual, cómoda. Que le permita caminar con fuerza en la vida.

¿Cuáles han sido las razones que te han llevado a enfocarte en un público femenino y no en un masculino?

En Pituqui-Pinaqui diseñaba para hombres y mujeres, pero Pola Thomson es una idea más personal y que tiene que ver con mis gustos y relación con la mujer. Sin embargo, hay claramente algo masculino que te puede hacer sentir sexy y que no tiene que ver con el vuelo, con las flores. Juego con ese lenguaje masculino femenino, pero con una femineidad y sensualidad propias, muy relacionadas con esa herencia de los uniformes, de no querer mostrar tanto. En mis trabajos hay un cierto encanto en ocultar algo con las prendas, que no todo esté a la vista, ni sea evidente. Es otra lógica de la sensualidad, que para mí no es solo el escote.

Tienes un discurso bien ecológico, hablas de ser consciente de lo que está pasando con el planeta, admiras el bosque nativo del sur. ¿Cómo aplicas esto a tu trabajo?

Mi propuesta habla de que hay ciertas cosas que se dan por garantizadas y creo que no lo son. Trabajar la colección de accesorios con las maderas del bosque nativo del sur, tiene que ver con hablar de la tala, algo aborrecible en estos días. Ahora, para mi nueva colección, hablo del amor que tengo por ciertas cosas, por ciertos uniformes. Mira las palomitas que se paran en las carreteras chilenas. ¿En qué otro lugar del mundo se para una mujer en el camino agitando un pañuelito con un canasto lleno de pasteles? La belleza de ese uniforme, de limpieza, de presentación tan propia, tan respetuosa, tan conservadora. Hay una sensualidad en todo eso que está esperando ser descubierta. Y he tenido la suerte, como chilena, de verlo y llevarlo a mi propia voz.

¿Qué diferencias hay entre tu clientela chilena y la clientela gringa?

Cuando la gringa se sale de su contención pasa de un plano frío a uno muy efusivo y real. Es capaz de decirte tantas cosas sobre el trabajo, que te estimula más en tu proyecto. Las chilenas, en cambio, se quedan en un modo mucho más plano y parco. No nos revolucionamos tanto, nada nos altera. Lo bien visto es ser recatado, austero. Cuando nos dicen que somos latinos me pregunto de qué latinidad me están hablando.

¿Y cómo es el gusto en ropa del chileno en general?

Me sorprende que los chilenos sean tan elegantes. Es una elegancia tan linda cuando encuentras esa gente que tiene estilo, que tiene clase. Es maravilloso cuando se ve reflejada esa parte de la cultura de Chile que es no ostentar. Los más jóvenes creo que pecan de conformarse con cosas que no sean de valor, pudiendo tener algo mucho más noble.

¿Pero crees que pequen de fomes?

Hay que definir lo que es fome. Porque un hombre con una camisa blanca de una marca de lujo, de un algodón exquisito, de un calce perfecto, no me parece nada de fome. Con las mujeres siento que el problema es que siguen eligiendo ropa street wear. No hay interés en apostar por algo un poco más elevado. ¿Por qué vas a querer vestir con ropa del retail y verte igual que todo el mundo? No digo que haya que comprar todo el clóset en Alonso de Córdova, pero es tener ciertas piezas que armen tu guardarropa para siempre. Es una inversión. En cierto sentido es hacerse mujer y dejarse de pendejadas.