¿Cuántas veces me he sorprendido diciendo que sí cuando en el fondo quería decir que no? ¿Cuántas veces he estado cansada porque he sentido que he dado tanto, que pareciera que no queda nada para mí?
En la vida cotidiana, pero sobre todo en el espacio seguro como lo es la psicoterapia, me he encontrado con estas preguntas frecuentemente.
Hace un tiempo atrás una persona me decía que tenía que poner límites pero no sabía cómo hacerlo. Que se siente egoísta y le asusta que la dejen de querer. Esta reflexión la escucho cada vez con más frecuencia y el denominador común es la complacencia.
En nuestro lenguaje es común esta palabra. Nos dicen que hay que ponerle límites a nuestros hijos o que no ponerlos en el trabajo puede ser perjudicial pero, ¿cómo definimos límites? Las distintas corrientes psicológicas -desde el psicoanálisis hasta la terapia cognitivo-conductual o terapia familiar-, han usado este concepto para dar cuenta de esos cercos invisibles que construimos para poder proteger nuestro espacio físico y emocional, para cuidar nuestro bienestar y mantener relaciones sanas. Una suerte de reglas que establecemos para decidir hasta dónde queremos llegar y cómo queremos que los demás se relacionen con nosotros mismos.
Poner límites puede ser tan sencillo como decir que no puedes ir a una comida porque ya tienes otros compromisos o tan complejo como poner fin a una relación que sientes que no te hace bien.
Pero nadie nos enseña a poner límites, porque no son barreras fijas, si no que indican por dónde queremos que fluya nuestro existir.
¿Por qué me cuesta tanto? Es frecuente que nos dé miedo decepcionar o herir a los demás por poner límites. Sin ir más lejos, en general las personas -y en especial las mujeres- hemos sido socializadas para ser complacientes, para “pasar piola” o sentir que está mal priorizarnos. Sin embargo, el costo asociado a ser incapaz de decir que no tiene esquirlas que van desde el resentimiento hasta afectar profundamente nuestras relaciones.
Una emoción asociada a la idea de poner límites es la culpa, sentir que estamos siendo egoístas o que nos van a abandonar, una creencia tan arraigada, que resulta difícil hacer el cambio. Sin embargo, los límites no sólo nos protegen, sino que también pueden mejorar nuestras relaciones. Establecer límites claros permite que los demás sepan hasta dónde pueden llegar, lo que hace que las relaciones se vuelvan más auténticas y honestas.
Pensemos en una relación de amistad, donde tu amiga te llama todas las noches para contarte sus problemas. Aunque la adoras, te das cuentas que esas llamadas afectan tu sueño, porque te cuesta soltar lo que te cuenta una vez que cuelgan el teléfono. Aunque has pensado en dejar de contestarle inventando excusas, te das cuenta que lo mejor para el vínculo es decirle que prefieres hablar en la tarde porque necesitas dormirte temprano para poder descansar. Ese solo gesto, que parece insignificante, puede ayudar a delimitar y poner, en este caso, el descanso en primer lugar.
Poner límites tiene muchos beneficios. Recuerdo una consultante que me dijo que, a propósito de haber sentido durante mucho tiempo que se fusionaba con los otros y se perdía de sí misma, ahora no podía parar de poner límites”
Cuando somos capaces de decir que no a lo que no nos aporta, dejamos de acumular compromisos que nos agotan y no nos hacen sentido.
Generamos más espacio a lo que nos importa, más tiempo.
Las relaciones empiezan a mejorar porque somos claros respecto de nuestras necesidades, por lo tanto, los demás entienden mejor cómo relacionarse con uno y se evitan problemas de comunicación.
Un bonus: poner límites es también un acto de amor en el que se prioriza el propio bienestar y espacio privado.
¿Cómo lograrlo?
Lo primero es tratar de identificar qué necesito ahora ¿Qué me hace sentir agobiada o incómoda?
Aunque decir que no sin sonar pesado o sentirnos culpables es desafiante, hacerlo de manera clara puede ser un buen inicio. Un ejemplo: “Gracias por tu invitación, pero estoy muy cansada y no me siento en condiciones de ir”. Yo sé (porque también me pasa) que el interlocutor puede insistir, incluso diciéndote que eres fome, que la vida es una sola o un largo etc, pero decir no con amabilidad y sostenerlo, es una forma de cuidarnos a nosotros mismos.
Decir que no es un acto de amor, de autocuidado, pero muy difícil de implementar. Es preciso que estemos conscientes que es prioridad para nuestro bienestar, porque es una forma de decirte que te respetas y te cuidas.
Poner límites no es sinónimo de alejar a las personas, sino que por el contrario, acerca a quienes respetan y valoran quien eres.
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.